AVISO CONTIENE LENGUAJE PROHIBIDO PARA MENORES YO NO ME HAGO RESPONSABLE SI LO LEEN
VETE al infierno, Peter»,
se repitió de nuevo quince minutos más tarde
cuando sus ojos se cruzaron, por primera vez en mucho tiempo, al
llegar a la imponente sala de reuniones.
Peter Lanzani reinaba
en el mejor despacho del edificio del grupo
empresarial que había pertenecido a su familia durante
generaciones. Alto, musculoso, moreno y tan arrogante corno
siempre. Un hombre hecho para romper corazones, pensó Mariana.
Llevaba un traje gris
marengo, cortado a medida, con una inmaculada camisa
blanca y una corbata gris perla. No había cambiado en absoluto;
su apostura, su encanto y su dominio seguían allí, al
igual que esos ojos castaños tan dulces como la melaza, y esa boca
propia de un seductor nato.
Deseó acercarse a él
y estamparle una bofetada en plena cara. Quería
desahogarse a puñetazo limpio sobre su musculoso pecho. La furia y el
dolor corrían sin freno por sus venas. Se sentía como si los
tres largos años de separación no hubieran existido; en realidad
parecía corno si lo hubiese abandonado el día anterior. Pensó
en Sofia Christophoros, la mujer con el corazón roto que,
según se decía, su familia se había tenido que llevar a los Estados
Unidos para que se recuperara del golpe recibido cuando Peter
llegó a Atenas recién casado con ella. ¿Pensaba Peter que
ella no estaba enterada .de sus próximos planes de
boda? ¿Que no sabía que durante esos tres años él había viajado
varias veces a Washington para visitar a su ex novia? «Te odio», le dijo
con la mirada, sin pronunciar palabra.
Se miraron durante
unos instantes en un silencio tenso. Allí estaba su tío y
padrino Alejandro, que se negó a saludarla. Lester Miles procuraba pasar
desapercibido detrás de Mariana, hasta que pasara el primer
momento de inevitable tensión.
Peter no movió ni un solo
músculo al verla y resultó evidente que no pensaba acercarse a
saludarla. Al contrario, sus ojos la miraban con tanto desprecio
como si se tratara de una víbora. «Bien, esa mirada lo
dice todo», pensó Mariana con frialdad. «Al final se ha
doblegado ante las presiones de su familia».
Peter se había
quedado prácticamente paralizado al ver entrar a la mujer que
llevaba cuatro años casada con él. Sus piernas seguían
siendo sensacionales, admitió con amargura, recordando el alivio
que había sentido al enterarse de que no era ella, sino su
madre, la que estaba confinada en una silla de ruedas. Aunque
también lo sentía por Majo Esposito. Su suegra había sido una
mujer muy hermosa, de rasgos idénticos a los de su hija, llena
de vida y sentido del humor. Estaba muy impresionado por su
desgracia, pero había llegado el momento de hablar cara a cara
con esa adúltera mujer de cabello rojo e intensos ojos ver-
des que tenía delante. Aunque unas horas antes hubiera estado
dispuesto a tratarla con amabilidad, en esos momentos su
pensamiento se concentraba en cómo hacerla pedazos.
Durante cuatro años,
esa mujer había continuado alojándose en su corazón como un
dolor sordo, pero persistente. Se sentía culpable y triste,
por eso había decidido no comentarle sus planes de volver a
casarse, como signo de respeto, al menos hasta que hubieran
firmado los papeles del divorcio. Pero luego había descubierto que
podría ahorrarse semejante cortesía, puesto que ella misma
se había traído a su alto y rubio amante a Atenas. ¿No era capaz
de pasar un par de días sin él? ¿La habría llegado a conocer tan
íntimamente como él? ¿La hacía gemir e implorar en la cama
hasta llegar a la cima del éxtasis? La miró con una
llamarada de furia acerada en los ojos. Iba vestida con un traje
de cuero. ¿Por qué de cuero? ¿Quería demostrarle que podía
permitirse el lujo de comprar ropa cara con su propio dinero?
¿O se habría vestido así para complacer a su amante?
-Llegas tarde -dijo
finalmente con tono incisivo, recorriendo las
perfectas curvas del rostro de la que todavía era su esposa, pero
ya pertenecía a otro hombre. Se imaginó la posibilidad de volver
a tocarla, de hacerla temblar de pasión....
-El tráfico estaba
imposible -repuso Mariana, entornando sus bellos ojos verdes.
-Eso no es ninguna
excusa. El tráfico en Atenas siempre es así. Me figuro que no
lo habrás olvidado, aunque lleves tres años fuera. Toma
asiento, por favor.
Peter se dejó caer
sobre una silla con violencia, haciendo caso omiso
de la mirada de reprobación de Alejandro mientras analizaba al
abogado de Mariana. ¿Cómo era capaz de presentarse con un
joven recién licenciado sabiendo que tendría que enfrentarse con
el maduro y reputado Alejandro Konstantindou? También cabía la
posibilidad de que fuera un segundo amante, pensó con irritación
mientras empezaba a golpear rítmicamente la mesa con su pluma
estilográfica. Alejandro estaba estrechando la mano de Lester Miles
con la máxima cortesía, mientras Mariana atravesaba toda la
sala para tomar asiento frente a Peter. El traje de cuero
acariciaba su magnífica figura a cada paso. Allí debajo estaban los
largos y sedosos muslos y los bien formados y protuberantes senos.
¿Por qué llevaba la chaqueta abotonada hasta el cuello?
¿Llevaría algo debajo? ¿Pretendía que él se hiciera todas esas
preguntas?
Mariana tenía la
barbilla alzada y su piel era tan blanca y suave que parecía
irreal. Finalmente, tomó asiento frente a él, tan lejos como el
diseño de la mesa permitía. Peter se divirtió pensando que
un simple beso experto en el lóbulo de la oreja la haría perder
por completo el sentido, incapaz de resistirse a la
tentación de derretirse como la miel bajo el sol del verano. La
conocía, conocía sus más íntimos secretos y todas sus zonas erógenas.
Al fin y al cabo, él había sido su maestro en el amor. Sabía
cómo obligarla a suplicar y sollozar, gritando su nombre, hasta el
paroxismo del clímax. Era capaz de derrumbar esa estatua de hielo
en un par de minutos. Pero volvió a recordar la
existencia del amante, o los amantes, y toda su fantasía erótica
desapareció como por ensalmo, dando paso de nuevo a la
irritación.
Me parece k Peter es un necio ,al k le llenaron la cabeza en contra d LAli.
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