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miércoles, 29 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

CAPÍTULO 2
LALI estaba segura de que Agus le había dicho a Peter que ella estaba en casa, pero le resultó obvio que no lo había hecho. La sorpresa de Peter fue completa. Volvió la cabeza con brusquedad para mirarla con incredulidad. Cerró los párpados unos momentos y luego los abrió. Se llevó la mano a la boca y la siguió con la mirada cuando Lali se acercó a la cama. Se alejó la mano y luego recobró el habla.

    —¿Qué diablos estás haciendo aquí? —inquirió con fiero desprecio.
    —¿No te lo han dicho? Soy tu nueva enfermera —contestó con calma mientras le cogía la muñeca. estaba tan delgada que se le encogió el corazón, pero sintió su pulso antes de que él liberara el brazo.
    —¿Tú? —explotó—. No, no lo eres, maldita sea.
    —¿Por qué no? Necesitas una enfermera y yo un trabajo.
    —Bueno, puedes buscarte uno en otra parte. No vas a cuidarme —afirmó Peter.
    —Ya es demasiado tarde —replicó con tranquilidad—. Ya me han contratado —se dirigió a una mesa en donde estaban las medicinas y las revisó.
    —Coge el dinero —gruñó Peter—. Cógelo y lárgate.
    —Dios mío —notó Lali—. ¿Tienes aún que tomar todo esto? Cualquiera diría que sigues en el hospital.
    Peter alzó la voz de forma amenazadora.
    —Ya me has oído. Vete de aquí, no quiero verte.
    —No.
    —Maldita seas, Lali. No necesito tu pena.
    —Me alegro, porque no la vas a tener. Y no me voy.
    —Sí, te irás de aquí, maldita sea.
    —¿De verdad? ¿Y quién lo ha dicho?
    —Yo, por supuesto —contestó Peter.
    —¿Y cómo vas a hacer que me vaya? ¿Vas a cogerme en brazos y echarme fuera? —inquirió.

    Él la miró fijamente, con la cara tensa y los ojos llenos de furia y frustración. Lali sintió que iba a temblar de nuevo, pero trató de controlarse apoyándose contra el alféizar de la ventana.

    —Puedo hacer que te vayas —le advirtió Peter—. Puedo hacerte la vida tan imposible que te alegrarás de irte.

    Lali rió.

    —Ya lo hiciste una vez. ¿Lo recuerdas? No funcionará por segunda vez.

    Él la miró con sorpresa y luego su mirada se tomó sombría.

    —No durarás más de un par de días.
    —¿Qué te apuestas a que sí? —replicó Lali—. Te apuesto a que duraré... ¿cuál es el récord? ¿Cuánto duró la enfermera más paciente?
    —Diez días —contestó. Peter con acritud.
    —está bien, te apuesto a que duraré más de diez días.
    —¿Y si gano yo?
    —No lo harás —rió Lali.
    —Sí, voy a ganar, maldita sea —dijo él con violencia.
    —Bueno, en ese caso, ganarás un premio, ¿verdad? Te desharás de mí. Pero si gano yo... cuando yo gane —corrigió—, yo decidiré mi premio.
    —¿Cómo quieres que acepte la apuesta sin saber el castigo?
    La miró con sospecha por un momento y luego volvió la cabeza con cansancio, hacia un lado.
    —Vete de aquí, Lali. No hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.
    Al ver la tensión de su cara, Lali juzgó que ya era bastante por el momento, así que se dirigió hacia la bandeja de la comida y notó que casi no había comido nada .
     —¿Ya has acabado con esto? —inquirió la enfermera.
     —Sí —lo digo como un reto y Lali adivinó que Claudia y las otras enfermeras le habían rogado que comiera.
     —está bien. Los perros van a engordar.

     Cogió la bandeja y se dirigió a la puerta. Al volverse para salir de espaldas, sus miradas se encontraron. Por un instante los ojos de Peter brillaron de odio y dolor, y con una agonía tormentosa. Lali salió del cuarto deprisa pues no podía soportarlo. Cerró la puerta y se apoyó contra ella hasta que sus miembros temblorosos recobraron la fuerza para andar.

     Claudia la esperaba con ansiedad en el vestíbulo.
    —¿Y bien? —inquirió tan pronto como entraron en la cocina.
     —Quiere que me vaya. Se niega a que sea su enfermera.
     —Ya veo —la mujer la miró triste.
     —Pero no me iré —Lali dejó la bandeja de golpe—. Voy a hacer que se cure, quiera o no.
     Claudia la miró y empezó a llorar y reír al mismo tiempo.
     —Oh, Lali. Oh, querida —le cogió las manos y las oprimió con fuerza.
     Lali empezó a reír también y abrazó a Claudia, algo que nunca había hecho cuando Peter y ella estaban casados.


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martes, 28 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

     Esa noche, Lali tomó una píldora para dormir pues necesitaba descansar y se pasó el día siguiente revisando su equipo de terapia. El jueves fue a la peluquería y luego a comprar ropa; más tarde al teatro. En otras palabras, se hizo sentir que había otras cosas además del trabajo, aunque sólo fuera por un día.

     Salió antes de las nueve de la mañana para evitar el tráfico matutino en la pequeña camioneta que había comprado para llevar el equipo terapéutico. Llegó a Las Hayas poco antes de las once y trató de mitigar la oleada de dolorosas emociones que la invadió al ver la casa otra vez. Sólo es un caso más, se dijo. Sólo un paciente más. Debes ser fría e insensible.

     Pero al mirar las ventanas y preguntarse si la estaría viendo Peter, se dio cuenta de que nunca podría ser un caso más.

    Claudia salió a recibirla. Quería que fuera a ver a Peter de inmediato.

    —¿Sabe que he venido?
    —No... sólo le he dicho que hoy venía una nueva enfermera —sonrió con tristeza—. Ha sido una cobardía de mi parte, lo sé, pero...
    —No importa. Quizá sea mejor —Lali levantó la vista hacia las ventanas—. ¿Puede vernos? ¿Qué alcoba ocupa?
    —Su dormitorio, por supuesto... —la señora dudó antes de seguir—. Que compartías con él.

     Lali se tensó mientras miraba las ventanas de la derecha, y Claudia comentó:
    —No puede vemos. está en cama.
     Recobrando la compostura, Lali cogió una de sus maletas y entró en la casa, pero recordando que ya no era su hogar dejó que la señora le mostrara el camino.
    —Te he preparado el dormitorio que está junto al de mi hijo —dijo Claudia—. Eso significa que compartirás el baño con Peter pero...
    —No importa. Así podré usar el vestidor que hay entre los dos dormitorios para instalar el equipo de terapia. Voy a necesitar personas para que me ayuden a llevarlo.
    —Se lo diré a Agus.
    —¿Agus? ¿Sigue aquí?
    —Sí. Ya no trabaja mucho en el garaje, claro. Pero ayuda a cuidar a Peter. Le auxilia... en ciertas cosas personales.

    Esa era una buena noticia; Lali estaba segura de que uno de los principales obstáculos que tendría era porque Peter le permitiera brindarle todas las atenciones íntimas que un paciente en su estado requiere. Pero si el antiguo mecánico de la casa lo hacia, entonces aumentaban las posibilidades de éxito.

    —¿Quieres verle ya?
    —No, hay mucho tiempo. Primero voy a instalar el equipo y colocar mi ropa. Después podemos comer y hablar de Peter, quizá pueda hablar un poco con Agus. Es importante que sepa lo más posible sobre el caso antes... antes de que le vea.

    Lali estaba posponiendo las cosas y lo sabía. Mientras deshacía las maletas y le decía a Agus dónde poner el equipo, se preguntó si estaba perdiendo el tiempo. Si Peter se negaba a que ella fuera su enfermera, no podría hacer nada al respecto; tendría que guardar todo de nuevo para irse. A menos que estuviera tan débil que le forzara a aceptarla. Existía esa posibilidad aunque Lali nunca le había podido forzar  a nada y sabía que él la odiaría si se aprovechaba de su debilidad. Pero ya la despreciaba, así que eso no cambiaría nada.

    Claudia estaba mucho más amable desde que Lali se había comprometido con el enfermo, pero no le contó gran cosa que la enfermera no supiera ya por el médico. Agus quizá le hubiera proporcionado más detalles, pero cuando trató de hablarle, él se mostró  descortés. Al principio, la sorprendió, pero se dio cuenta de que también la culpaba del divorcio. No intentó hablarle más, pues sólo hubiera conseguido que se sintiera desleal con Peter y se mostrase más rudo con Lali.

     Agus se dirigió a Claudia para decirle:

    —Iré a recogerle la bandeja de la comida dentro de media hora.

    —No, yo lo haré —interrumpió Lali, pues sabía que no podía posponer la entrevista más. Al ver que Agus fruncía el ceño, añadió—: Quizá después podamos establecer una rutina de trabajo para los dos...

     Él asintió y se fue. Lali se dirigió a su cuarto para ponerse unos pantalones blancos y un jersey que no disimulaban su silueta. Nunca usaba uniforme, a menos que el paciente se lo pidiera, porque pensaba que la ropa de calle era más alegre. Iba a ver al hombre con el que había estado casada cuatro años y decidió arreglarse aunque estuviese enfermo. Así que se maquilló realzando sus ojos azules en los que Peter decía que se ahogaba... y se cepilló el cabello castaño hasta hacerlo brillar.

     Lali se miró en el espejo y, temblando, se dirigió a la alcoba de Peter, tomó aire y abrió la puerta. Él no la oyó entrar. Yacía en cama y miraba a la ventana, pero como estaba muy alta, sólo podía ver las copas de los árboles. Las observaba con intensidad desolada, como un hombre que mira al mundo desde su prisión. Lali le contempló y se quedó paralizada por la impresión. Se había preparado para verle enfermo, pero no así. Siempre había tenido la cara tan delgada que le recordaba a Lali a un jefe piel roja aunque con el pelo rubio y espeso. Pero ahora, su rostro demacrado hacía que sus ojos grises parecieran lagos de hierro fundido, cuando una vez fueron de acero brillante. Muertos y sin esperanza. No había desesperación, sólo un falta total de emociones.

     Ella sintió una oleada de amor y de lástima y quiso correr a su lado, abrazarle y consolarle. Pero se dio cuenta de que eso no la iba a ayudar a ganar la lucha por la vida de Peter. Debía ser dura, fría y llena de reproches. Él ya la odiaba y si alimentaba ese sentimiento se curaría. Levantó la barbilla con resolución, cerró la puerta y dijo fríamente:

    —Hola, Peter.

quiero saber que les parece porque veo mucha svisitas y pocas firmas comentarios aqui o en twitter: @pupy_angelita 

lunes, 27 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

    Lali, que se sentía agotada después del difícil caso de la amazona y necesitaba un buen descanso, no durmió en toda la noche. Claudia debió ser insistente con el médico porque la llamó a la mañana siguiente para decirle que tenía una cita esa misma tarde. La joven se sorprendió al ver que se trataba de un profesional de conocida reputación.

    Hacia las tres de la tarde, Lali se dirigió a la calle Harley decidida a no cuidar a Peter si se enteraba de que su ex suegra había exagerado, o si otra enfermera podía atenderle. No tenía intenciones de volver al infierno, si podía evitarlo.

    Pero después de pasar unos minutos con el cirujano, tuvo que aceptar que no había alternativa. Miraron las radiografías de la cadera y de las piernas de Peter. Había sufrido tantas fracturas que parecía tener más metal que hueso. El médico no sabía que ella era la ex mujer de Peter, y empezó a enumerar las heridas de forma desapegada y profesional. Lali lo agradeció, pues le ayudaba a combatir la sensación de náusea que le produjo descubrir el estado físico de Peter.

    —También se rompió el brazo derecho —añadió el médico—. Ahora ya le tiene bien. Pero eso dificultó las cosas en el hospital.
    —¿Andará? —inquirió con angustia.
    —No es probable.—se encogió de hombros.
    —Pero no es imposible —insistió Lali.
    —No, no es imposible —el médico la miró—. Es posible si se le da la terapia adecuada y si tiene voluntad de hacerlo.
    —¿La tiene?
    —De momento, no. Aun si volviera a andar, nunca podría volver a participar en una carrera. Se lo tuve que decir; insistió en saberlo.
    —Sí, supongo que quiso saber toda la verdad —comentó Lali.
    —¿Le conoce entonces?
    —Sí —sonrió con tristeza.
    —No es un paciente fácil —advirtió el cirujano—. No quiere que se le ayude.
    —Pero no puede desear ser un inválido.

    —No —dudó y la miró—. Francamente, pienso que Peter preferiría haber muerto en el accidente. Y creo que eso es lo que desea hacer ahora.
    —¿Cree usted que podré ayudarle?
    —Usted tiene los conocimientos necesarios. Pero no sé si él la dejará —dijo el médico—. Claro que si lo logra, valdrá la pena. Es  un hombre difícil y le hará la vida imposible. Tratará de alejarla igual que hizo con otras enfermeras y terapeutas. ¿Se hará cargo del caso?

    Lali suspiró y asintió.

    —Sí, me haré cargo. Quizá pueda aconsejarme la terapia que más le conviene.

    El cirujano empezó a señalar las radiografías, diciéndole qué partes seguían débiles y cuáles empezaban a soldar.

    Cuando regresó al apartamento, Lali llamó a Claudia.

     —Sí, está bien —dijo cuando la mujer contestó—. Iré.
     —¡Gracias a Dios! ¿Cuándo vienes? ¿Mañana?
     —No—contestó firme—. Necesito un par de días. No va a empeorar mientras tanto. Claudia —añadió antes de que protestara— Llegaré el viernes, a las once.
     —Gracias, Lali. No sabes lo mucho que esto significa para mí —dijo Claudia con gran sinceridad.
     —Será mejor que no me agradezcas nada hasta que veamos si puedo ayudarle. Es probable que se niegue a que entre en su cuarto.
     —Oh, Lali. Sólo esperaré y rezaré... —Claudia recuperó la voz al decirle—: ¿Le digo que vas a venir?
     —Yo no lo haría. Pero haz lo que consideres mejor.

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domingo, 26 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

     Lali, agitada, se levantó y encendió la luz para correr las cortinas de las ventanas. Por un momento, miró los coches que pasaban por la avenida. Uno aparcó -frente al edificio y un hombre salió de él, alto, rubio y tan parecido a Peter, que el corazón le dio un vuelco. Pero, claro, no era Peter, él nunca volvería a conducir, jamás podría andar con la rapidez que lo hada ese hombre. Fue en ese momento que Lali reconoció lo que su corazón sabía: nunca podría vivir tranquila si no hacía algo por ayudarle. Se lo debía a Peter... por haber pasado cuatro años con ella.

    Lali cerró las cortinas y se dirigió a la cocina. Claudia había dicho que Peter la necesitaba. Hacía mucho que no se sentía necesaria para nadie, sobre todo para Peter. Al principio, cuando se comprometieron y se casaron, sí, poco a poco las cosas fueron cambiando hasta que llegó a pensar que sólo la quería para satisfacerse sexualmente. Lali sabía que siempre había muchas mujeres dispuestas a estar con él. Ignoraba si Peter había aprovechado las oportunidades, pero pensaba que no lo había hecho pues siempre llegaba a casa ansioso por llevarla a la cama.

    ¿Podría hacer el amor después del accidente? Lali no lo sabía pues desconocía la gravedad de sus heridas. Pero pronto sabría la verdad. Conectó el teléfono y esperó que sonara mientras tomaba una taza de café preguntándose si iba a permitir que destruyeran su vida otra vez.

    Un cuarto de hora después, sonó el teléfono. Lali dejó que los insistentes repiquetees llenaran el apartamento antes de contestar.

    —Hola, Lali, soy Claudia de nuevo. Te... llamo para disculparme. No era mi intención hacerte pasar un mal rato durante la comida —hizo una pausa y luego añadió—. No, no es verdad. En realidad no lo siento. Tenía que convencerte, por el bien de Peter.

    —¿Sabe Peter que me has pedido que vaya a cuidarle?
    Claudia hizo una pausa y Lali imaginó que estaba buscando la mejor respuesta.

    —No. No se lo he dicho —contestó con sinceridad.
    —No creo que te lo hubiera permitido —comentó Lali—. Soy la última persona a la que quiere a su lado.
    —Puede que sea verdad —replicó Claudia con un dejo de su antiguo orgullo.
    —Te das cuenta de que mostrará resentimientos hacia mí, ¿verdad?
    —¿Significa eso que vendrás? —gimió la señora—. Oh, cariño, no sé cómo agradecértelo...
    —¡Espera! Sólo significa que lo pensaré. Primero quiero hablar con su médico y saber si está tan mal como dices. Puede que necesite una enfermera más especializada que yo.
    —Pero tú eres una enfermera cualificada y fisioterapeuta. Creo que la combinación es ideal para él.
    —Puede ser, pero de todos modos quiero hablar con su médico antes de comprometerme. ¿Puedes arreglarme una cita? Voy a pitar en casa toda la semana.
    —Sí, le llamaré mañana a primera hora —Claudia hablaba con tanto alivio y optimismo que Lali la envidió. Parecía muy segura de que ella era la persona propicia para cuidar a Peter, pero la joven no estaba convencida. Pensaba que era el peor arreglo que podría haber... para los dos.
    —No le digas nada de esto —advirtió Lali—. Recuerda que no es definitivo.

    Claudia estuvo de acuerdo y colgó con la promesa de llamarla al día siguiente.


sábado, 25 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

—Ah, no —murmuró con enojo—. No me chantajees así. Sabes que le amaba tanto que no podía soportar la idea de verle muerto Y ahora quieres que vaya para verle morir —de pronto, sin decir más Lali se levantó y cogió su bolso para salir del restaurante, sin poder escuchar nada más, casi corriendo.

     Anduvo sin rumbo durante largo rato, mirando sin ver los escaparates, pero no podía dejar de pensar en los ruegos de Claudia. Decidió que debía exagerar. Peter no era el tipo de hombre que yace en cama abandonándose a la muerte. Tenía un espíritu fuerte e indomable, y aunque Lali pensaba que tenía la valentía mal enfocada, era uno de los hombres más valientes que conocía. Se necesitaban agallas para meterse en un pequeño coche y conducir a más de trescientos cincuenta kilómetros por hora en una pista estrecha serpenteante.                                                      

    Lali se estremeció al recordar las competiciones que había presenciado en los primeros años, hasta que dejó de fingir que le gustaban, y de ocultar el miedo que sentía porque se ponía enferma y no asistió a ninguna más.

    Fue entonces cuando Peter empezó a discutir con ella, incapaz de comprender el cambio. Le propuso tener el hijo que tanto ansiaba Lali y se enfureció cuando Lali se rió ante la idea. Poco a poco, se fueron volviendo más fríos y distantes. La ira de Peter amenazaba hacer una erupción resultando ser la velada con mayor goce sexual que habían compartido en meses. Y quizá por eso Peter nunca pudo entender que Lali se marchara al día siguiente y que se negara a volver con él.
Cuando llegó al apartamento, el teléfono estaba sonando y cuando colgaron lo desconectó. Tenía que pensar sin interrupciones y sospechaba que podría ser Claudia la que llamaba para convencerla. Su ex suegra era toda tenacidad. Después de prepararse un poco de café, se sentó en la sala y se sumió tanto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que ya había oscurecido.

     El trauma de su divorcio había sido muy profundo, sobre todo porque Peter se negaba a dar su consentimiento. Al principio, lo hacía para obligarla a volver a su lado si seguía en las carreras, y se rindió.
Pero aquellos largos meses que Lali tuvo que esperar resultaron una terrible carga, y le costó mucho empezar a construirse una nueva vida. Se negó a que Peter le pasara una pensión, aunque le había  ofrecido una suma generosa; Lali pensaba que nunca debía haberse casado con él, así que no era justo que la mantuviera después de que le había dejado.

     La chica puso su nombre en la agencia y ahorró para poder comprar un pequeño apartamento en Londres. Su hogar, el sitio en donde vivía cuando no tenía trabajo y... o donde viviría cuando se jubilara. Lali sólo tenía veintiséis años y no pensaba casarse de nuevo; con el tiempo llegaría ese momento.

     Mientras miraba la sala, pequeña aunque decorada con gusto, Lali la comparó con Las Hayas, la hermosa casa de Surrey que Peter había heredado al morir su padre. Claudia Lanzani tenía un apartamento pero iba con frecuencia a la mansión. No obstante siempre había sido cortés y siempre le pedía permiso a Lali... y Lali nunca se lo negaba aunque no le apeteciera. No, había sido feliz en la lujosa casa de seis dormitorios, piscina cubierta... y enorme garaje en donde Peter guardaba los automóviles, hasta que las cosas empezaron a deteriorarse. Pero pensar en volver a esa casa hacía que Lali sintiera náuseas.

     Y todos sabían que pitaban divorciados. Lo habían publicado en los periódicos. ¿Qué pensarían sus amistades si se enteraran de que volvía allí... aun en calidad de enfermera?

viernes, 24 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no podrías?
    —Dios mío. Claudia. He visto cómo termina la gente después de accidentes automovilísticos. Me divorcié de Peter por que no podía soportar el que terminara así. ¿Cómo puedes pedirme que vaya a cuidarlo?

    —Lali, lo he intentado. No hay nadie más que tú. Él parece... decidido a hacer que las otras se vayan.

    —Métele en un hospital —recomendó con brusquedad.

    —Ya lo he intentado. Le mandaron a casa a la semana —de pronto, Claudia parecía agotada—. Ya no sé qué hacer. Eres mi última esperanza, Lali. La última esperanza de Peter.

    —¡Eso es basura! No te pongas tan dramática. Métele en algún nosocomio especializado en esos casos.

    Para consternación de Lali, los ojos de Claudia se llenaron de lágrimas y una rodó por su mejilla antes de que la señora pudiera limpiársela con el pañuelo. Con cualquier otra mujer, Lali hubiera creído que las lágrimas no eran sinceras y que sólo buscaban su simpatía, pero sabía que Claudia no lloraba con facilidad y que debajo de esa apariencia frágil, era tan dura como la roca.

    —Los doctores le han sugerido eso, pero tras el accidente estuvo tres meses en un sanatorio, y juró que nunca más volvería. ¿Puedes imaginártelo en un lugar así? —la voz le tembló—. Me suplicó que le llevara a casa y entonces le dijeron que nunca más podría competir en una carrera.

    —Bueno, supongo que eso le hundió —acotó Lali, seca—. Las carreras eran su único motivo para vivir.

    —Peter ya era piloto de carreras cuando te casaste con él —señaló la madre dolida.

    —Tienes razón. Pero, igual que cualquier otra mujer sin importancia, creía que me amaba más a mí. Los hombres como Peter nunca cambian, ¿verdad?

    —No, yo me di cuenta con su padre —comentó Claudia.

    Lali recordó que la señora era viuda, pues el padre de Peter había muerto en un accidente alpino hacía quince años. Nunca había hablado de la vida de su marido ni de su relación personal. Lali se preguntó cómo había sido el padre de Peter, mientras picaba la comida, tratando de aligerar el ambiente antes de proseguir.

    —Lo siento. Claudia, no puedo hacerlo. Tienes que darte cuenta de que yo soy la última persona que debería cuidar a Peter. No nos despedimos en buenos términos. Un paciente necesita un ambiente tranquilo y sereno para recuperarse. Si yo estoy allí, habrá demasiada tensión, demasiadas peleas y discusiones.

    —Pero quizá eso sea bueno para él. Aun... aun el odio es una gran razón para querer seguir viviendo, Lali.

    Su ex nuera la miró furiosa.

    —Así que yo debo ser el chivo expiatorio de Peter, ¿verdad?

    —No. Lo siento, no he querido decir eso —Claudia le tocó la mano con un gesto de tristeza—. estoy tan desesperada, querida. Y no puedo... quedarme ahí quieta, viendo... cómo se muere.

    La señora sollozó y se enjugó las lágrimas.

    —Pero no está tan mal, ¿o sí? —inquirió Lali, impresionada.

    —Sí, lo está —la voz de Claudia tenía un toque de desesperación—. No quiere vivir como... un inválido.

    Lali no le dio tiempo para recuperarse y empezó a fingir que comía antes de decir:

      —Claudia, lo que me estás haciendo es un chantaje emocional  ¿No te has parado a pensar en lo que significa para mí? ¿Lo humillante que podría ser? Sabes lo arrogante que puede llegar a ser tu hijo, lo frío y sarcástico, sobre todo cuando piensa que tiene la razón

      —Quizá lo sea —reconoció—. Pero, ¿importa todo eso cuando  se traba de salvarle la vida? —dijo con dureza, con un ruego en su mirada. La joven volvió a negar con la cabeza, aunque se asomó una  duda a sus ojos, lo que hizo que Claudia volviera a insistir— ¿No podrías intentarlo al menos? Si no funciona... bueno, habré hecho todo lo que estaba a mi alcance para ayudarle —vaciló y luego continuó—: No he hablado de dinero porque creo que no es lo más importante, pero por supuesto te daré...

     —No es necesario —atajó Lali.

     —Entonces, por favor, Lali. Es mi hijo y no puedo dejar que se abandone así. Te necesita. Si alguna vez le amaste...

     Pálida, miró a Claudia con un reto feroz en la mirada.

por favor comenten aca o en pupy_angelita gracias.

jueves, 23 de febrero de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

—Bueno... de hecho, se trata de Peter —la señora dudó y luego suspiró—. Me preocupa —reconoció—. Él... no está respondiendo bien a la terapia —miró a su ex nuera, en espera de que ésta le preguntara el motivo, pero como no dijo nada, prosiguió—: Como te he dicho, le doy los mejores cuidados, pero no los aprovecha.

     Su expresión de impotencia suavizó un poco a Lali.

—¿Quieres decir que se niega a hacer lo que los médicos le prescriben? —inquirió la joven.
—Bueno... sí.
—Siempre fue un paciente problemático —comentó Lali—. Detesta estar enfermo. Yo no me preocuparía; con el tiempo se pondrá bien.
_¡Ojalá! —dijo Claudia y Lali la miró a la cara—. Pero da la sensación de que no tiene ningún estímulo para curarse.
_¿Ni siquiera el de regresar a la pista para tratar de matarse de nuevo? —preguntó sarcástica—. Seguro que te equivocas.
—No, no es así. Verás, ya no podrá volver a las carreras bajo ningún concepto. De hecho, los cirujanos le han dicho que es posible que no pueda volver a andar.

Lali la miró un momento y luego observó el mantel, tan pálida como la tela blanca. Cuando Peter tuvo el accidente, ella lo había visto por la televisión pero sólo siguió la noticia hasta enterarse de que no había muerto, y luego se negó a ver u oír nada más sobre el asunto, aunque no había podido olvidar el horror que había sentido.
Con lentitud, volvió a mirar a la señora.

—Peter y yo estamos divorciados —dijo secamente.
—Lo sé. Pero está apesadumbrado y triste. Sabes el genio que tiene a veces. Hace la vida imposible a las enfermeras y éstas no duran mucho...
—¡No!
—Lali, por favor. estoy desesperada. No habría recurrido a ti si pudiera contar con alguien más.
—No —repitió Lali. Retiró la silla para marcharse, pero el camarero llegó con un plato y se lo puso delante.

Aprovechándose de la situación. Claudia le cogió la mano.

—Por favor, debes escucharme.

—No tengo que oírte —contestó Lali tan pronto como el hombre se fue—. Quieres que yo sea su enfermera. Bueno, no lo haré. Yo... no podría.

martes, 21 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

La urgencia que mostraba la sorprendió y supuso que debía ser algo relacionado con Peter; si no se trataba de él. Claudia no estaría tan nerviosa.

     —Supongo que podría —aceptó Lali con cautela—. Pero tengo cita con un amigo a las dos y media —añadió para tener un pretexto de cortar la entrevista si las cosas no le gustaban.
     —Gracias ¿Te parece bien en el restaurante que está en Harrods? ¿A las doce y media?
     —Sí, está bien. Nos veremos mañana, entonces —se despidió Lali.

     Eso le dejaba más de veinticuatro horas para imaginar el motivo por el que Claudia deseaba verla, pensó al colgar. Entonces se dio cuenta de que ninguna de las dos había mencionado a Peter.

     Al día siguiente Lali comprobó que los escaparates de Harrods estaban tan vistosos como siempre. Cuando estaba casada tenía un crédito con la tienda y se compraba muchas cosas allí, pero desde su divorcio, hacía sus compras en las deudas locales y en los supermercados. Lali se detuvo para ver unos elegantes vestidos de noche y al ver su reflejo en el cristal, sonrió. Hacía un año estaba casada con Peter Lanzani, el famoso piloto de carreras, y se había adaptado a la imagen que de ella se esperaba. Pero cuando volvió a ser la sencilla Mariana esposito, fruncía el ceño de cansando con frecuencia y había un dejo de tristeza en sus ojos. Su ropa era elegante, pero nada fuera de lo común y, aunque antes los vendedores se apresuraban a abrirle la puerta y la llamaban por su nombre, estaba segura de que ya ni siquiera se fijarían en ella.

     Y tenía razón; el portero ni siquiera la miró cuando Lali empujó la pesada puerta de cristales y entró en la tienda, se dirigió a los ascensores deteniéndose a ver cosas pues no le urgía llegar a tiempo; su suegra había perdido el derecho a esa cortesía y a cualquier otra cosa, cuando la acusó de haber destruido la vida de su hijo. Hizo una pausa al ver unos cinturones. Como esposa de Peter Lanzani, no habría dudado en comprarlos, pero sabía que ya no iría a ningún sitio elegante para usar algo tan vistoso.

     Cuando Lali llegó Claudia estaba allí con una copa delante. Tenía una mirada de preocupación que al ver a Lali se volvió de alivio. Por un instante hubo un momento de duda ya que ninguna de las mujeres sabía cómo saludar a la otra. Al fin, Lali sólo se sentó sin darle un beso a Claudia ni estrecharle la mano como solía hacer.

     —Gracias por venir. ¿Quieres tomar algo mientras ves la carta?
    —Sólo quiero agua mineral, por favor —Lali tenía la impresión de que necesitaría de toda su perspicacia durante las siguientes horas.

     Y tenia razón. Claudia hizo comentarios triviales mientras esperaba que les sirvieran lo que habían pedido, y le preguntó cómo estaban sus familiares y amigos, antes de hablar de lo que le interesaba en realidad. Cuando ya estaban tomando la sopa, la señora dijo en tono demasiado casual:

    —¿No te interesa saber cómo sigue Peter? —había una nota de reproche en su voz, como si hubiera preferido que fuera Lali quien preguntara por él.
    —estoy segura de que le cuidas muy bien —contestó negándose a caer en la trampa.
    —Por supuesto —Claudia frunció el ceño al contestar con dureza—. Sus piernas cicatrizan bastante bien, aunque...
    —Por favor, no quiero saber detalles —interrumpió Lali.
   —estuviste casada con él casi cuatro años. ¿No te importa?
    —Precisamente porque estuve casada con él, es por lo que no quiero saberlo —contestó airada—. Quizá sea mejor que me digas por qué has querido verme.

     La señora Lanzani parecía incómoda.

comentarios aca o en @pupy_Angelita

lunes, 20 de febrero de 2012

nueva novela: triunfo del amor

CAPÍTULO 1

HOLA, Lali, soy Claudia.

         —¡Claudia! Hola. ¿Cómo estas? —la voz de Lali al contestar denotaba sorpresa y una velada nota de aprensión. Habían pasado más de cinco meses desde la última vez que su suegra... no, su ex suegra... le llamó por teléfono para informarle de que Peter había tenido un accidente, aunque Lali ya lo sabía gracias a las noticias de la televisión.

    —estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Todavía trabajas como enfermera particular?
    —Sí. De hecho, has tenido suerte de encontrarme. Volví anoche de un trabajo —explicó Lali.
    —¿De verdad? ¿Ha sido un caso interesante?
    —Sí, mucho —Lali trató de mostrarse entusiasta—. He estado en Gales, cuidando a una amazona bastante famosa que tuvo una caída y se dañó la espalda —dicho de esa forma, el trabajo parecía tranquilo, pero la verdad era que la casa de esa mujer estaba muy lejos de la civilización, era fría y húmeda y la paciente se había portado como una déspota y tratando a Lali como si fuera una sirvienta y no la enfermera cualificada y fisioterapeuta que era. Habían sido dos meses muy pesados, pero Lali se había quedado allí hasta que la mujer pudo caminar de nuevo.
    —¿Y tienes más trabajo ahora? —preguntó Claudia, a quien evidentemente no le interesaba mucho el asunto que le contaba Lali. Parecía un poco nerviosa Lali empezó a preguntarse cuál sería el sospechoso motivo de esa llamada. Claudia la había culpado de la ruptura del matrimonio y desde el divorcio sólo habían hablado una vez. En un principio, al oír su voz, Lali tuvo el terrible presentimiento de que algo le había ocurrido a Peter, pero conocía bastante bien a su ex suegra y sabía que si hubiera ocurrido algo malo. Claudia se lo habría dicho desde el principio, sin ese preámbulo cortés. Pero también sabía que a Claudia le encantaba organizar a la gente, sobre todo si con ello podía hacerle un favor a alguien. Por eso Lali contestó con cansancio.
    —Por ahora no, pero sé que la agencia guarda otro caso para mí.

    Era verdad a medias; no tenía nada específico, pero la agencia siempre tenía mucho trabajo.

    —Me alegro de que estés disponible —Claudia Lanzani hizo una pausa y luego añadió—: Iré a Londres un día de estos. Me gustaría verte... quizá comer juntas.

     En ese momento fue Lali la que hizo una pausa y estuvo a punto de rechazar la invitación. No quería ver a la madre de Peter; todo lo que haría sería reavivar recuerdos que Lali intentaba olvidar. Pero tampoco pensaba que Claudia deseara hacerle una visita de cortesía. Entonces, ¿por qué quería que se reunieran?

     —¿Ocurre algo. Claudia? —como si supiera lo que Lali sentía, la señora replicó:
     —Por favor, no digas que no. Es bastante importante.
     —¿No me lo puedes decir por teléfono?
     —No, preferiría verte en persona. ¿Qué día estarás libre? ¿Mañana?


espero que les guste esta comenten @pupy_angelita o aca besoss

martes, 14 de febrero de 2012

novela: salir del paraíso

el director de la escuela está parado al lado de mi escritorio. El escritorio ha sido colocado en la oficina del hombre para que pueda tomar mis temidos exámenes.
Nunca debí haber regresado a la escuela. Yo había ido a las clases en el DOC; era parte del programa para presos juveniles. Los exámenes no eran el problema, tampoco. Es la manera en que Meyer me está mirando, como si él nunca hubiera visto a un ex-convicto antes. La atención innecesaria me está volviendo loco.
Me concentre en el segundo examen final colocado en frente de mí esta mañana. No es como si estuviera a la altura de los exámenes hasta ahora, pero tampoco he suspendido.
—¿Terminaste? —preguntó Meyer.
Me faltaba una pregunta más de Algebra, pero con el tipo parado encima de mi es casi imposible concentrarse. No queriendo joderlo, estoy haciendo lo mejor que puedo para responder la pregunta correctamente.
Me toma cinco minutos más de lo que debería, pero finalmente estoy listo para el próximo examen.
—Ve a almorzar, Lanzani —Meyer ordena después de recoger el examen.
¿Almorzar? ¿En la cafetería con la mitad del cuerpo estudiantil? Ni hablar, hombre.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer. Alimenta ese cerebro tuyo.
¿Qué quiso decir con eso? Deja de ser paranoico, me dije a mí mismo. Ese es uno de los efectos secundarios de haber estado en la cárcel. Siempre
analizas las palabras y expresiones de la gente como si ellos estuvieran jugando contigo. Una broma con el ex-convicto, ja ja.
Me pare. Más allá de la puerta del director hay cerca de cuatrocientos estudiantes esperando ver al tipo que fue a la cárcel. Me frote el nudo que justo había aparecido en la parte de atrás de mi cuello.
—Continua —Meyer urgió—. Tienes tres exámenes más así que mueve esos pies. Regresa en veinticinco minutos.
Puse mi palma sudorosa en la manilla de la puerta, la gire, y tome un respiro profundo.
Afuera en el pasillo, no desperdicie tiempo y me dirigí a la cafetería. Una vez adentro, ignoré todas las miradas. Café. Necesito un fuerte, café negro. Que tranquilice mis nervios y me mantenga despierto el resto de la tarde. Escaneando el cuarto, recordé que no hay café disponible para los estudiantes. Apuesto a que ellos tienen una máquina de café en el salón de profesores, de seguro.
¿Notarían si robara una taza? ¿O llamarían a la policía y clamarían que soy un ladrón en adición de las otras etiquetas que ya tengo tatuadas en mi espalda?
Vi a mi hermana sentada sola. Ella solía sentarse con Mariana y sus otras amigas, riendo y flirteando con mis amigos.
Eso es lo que apestaba de tener un gemelo del sexo opuesto. Era lo suficientemente malo cuando a mi hermana le gustaban mis amigos y nos molestaba cuando ellos pasaban el rato en mi casa. Ella le daría una manotada al maquillaje y actuaria toda risueña y coqueta… todavía tiemblo cuando pienso en eso. Lo que era peor fue cuando me di cuenta de que la corriente había cambiado y que mis amigos en realidad querían meterse en los pantalones de mi hermana. Eso lo cambió a un juego de bola completamente diferente. Pasé mucho tiempo del verano pasado amenazando con cortar las bolas de mis propios amigos. Siempre me aseguré de que mi hermana estaba protegida, su reputación al igual que su estatus social.
Un año había pasado.
Chico, como habían cambiado las cosas. Nadie ni siquiera miraba en la dirección de Eugenia ahora.
—Hey, herma —dije, montándome a horcajadas en el banco de la cafetería contrario al de ella.
Eugenia enrolla spaghetti alrededor de su tenedor, el almuerzo caliente especial del día.
—Escuche de los exámenes —ella dijo.
Deje salir una corta, risa cínica.
—Mi cerebro esta frito y todavía me quedan tres más con los que seguir.
—¿Crees que aprobaste?
Me encogí de hombros.
—No lo sé.
—El rumor dice que Morehouse hizo un examen de estudios sociales que posiblemente no podrías pasar.
¿Acaso no había pagado ya mi deuda con la sociedad?
—¿En serio?
—Sip. ¿Peter, que pasa si suspendes?
No quería pensar en eso, así que ignoré su pregunta. Cuando mire a la entrada de la cafetería, Luna caminó hacia adentro. ¿Ella es mi ex, o solo tomamos un permiso de ausencia entre nosotros? La respuesta se encuentra en su reacción hacia mí. Ella no me ha notado todavía. Bien. No estoy listo para hablar con ella en frente de toda la maldita escuela.
—Me tengo que ir.
Me retiré por la puerta lateral de la cafetería, la que se dirige al pequeño gimnasio.
Hombre, Luna se veía sexy. Su cabello está cortado diferente de lo que recordaba, su camiseta un poco más ajustada. ¿Cómo reaccionará cuando me vea? ¿Se tirara a si misma a mis brazos o jugara a ser fría?
La extraño.
Mire los tapices de lucha apilados en la esquina del gimnasio. Luna solía animarme durante los combates. Recuerdo el último torneo de luchas en el cual competí. Me salté dos clases de pesos para luchar con el gran tipo. Estábamos en un empate de 1-1 antes de que yo hiciera mi movimiento. Sus piernas eran tan densas como una pitón, pero yo era más rápido. Nunca olvidare su nombre… Victorio d’alessandro.
Yo no estaba intimidado, aunque probablemente debería haberlo estado. Vic era el campeón del estado del año pasado. Pero yo gané el combate. El tipo tenía dos palabras que decirme luego del combate. Hasta después.
Fui arrestado una semana después.
—Regresaste —el entrenador Wenner está parado en la puerta del gimnasio, mirándome.
Metí mis manos en los bolsillos de mis jeans.
—Eso es lo que me dijeron.
—¿Vas a luchar para mi esta temporada?
—No.
—Mi equipo podría de seguro usar un buen uno-sesenta y cinco.
—Soy uno-ochenta ahora.
El entrenador silbo en admiración.
—¿Seguro? Luces más flaco de lo que recordaba.
—Hago mucho ejercicio. Es peso muscular.
—No me des esperanzas, Lanzani.
Me reí.
—Vendré a algunos combates. Para observar.
El entrenador Wenner le da una palmada a los tapices de lucha.
—Ya veremos. Tal vez cuando la temporada empiece no serás capaz de resistirte.
Revisé mi reloj. Será mejor que regrese y termine esos exámenes.
—Tengo que regresar a la oficina de Meyer.
—Si cambias de opinión acerca de unirte al equipo, sabes dónde encontrarme.
—Sehh —dije, luego camine hacia abajo por el pasillo.
De nuevo en la oficina, Meyer deja caer la próxima prueba en frente de mí.
Maldición. Olvidé comer. Ahora las palabras en la pagina están borrosas, el nudo en la parte de atrás de mi cuello esta palpitando, y Meyer me está mirando desde su escritorio.
El tipo se sienta ahí, su ceja enarcada como pequeños acentos Franceses sobre sus ojos.
—¿Algo está mal?
Sacudí mi cabeza.
—No, señor.
—Entonces ponte a trabajar de nuevo.
Es fácil que lo diga él. No tiene que hacer un examen de estudios sociales en el cual el presidente de los Estados Unidos no tendría una oportunidad en el infierno de aprobar.
Debería suspenderlo a propósito; eso les enseñará. Luego podría omitir mi último año de bachillerato. No hay manera de que mi ma me deje ser un estudiante de tercer año de nuevo. ¿O sí?
Rellené respuestas hasta que mi lápiz se desgastó y mi trasero estuvo entumecido por sentarme en la dura silla de metal. Hay una posibilidad de cincuenta-cincuenta de que haya pasado el estúpido examen de Morehouse. Solo hay dos cosas de estas más que hacer antes de que me pueda ir por el día de hoy.
Dos horas después, respondí la pregunta final del último examen. Casi sonreí. Casi. Mi cerebro está demasiado cansado para usar cualquier musculo facial. Así que cuando Meyer me despachó, prácticamente corrí fuera de su oficina.
Tenía que tomar un autobús para ir a la ferretería. El autobús número 204 desde Hampton se detendría una cuadra más lejos de la escuela a las tres y veintinueve.
Mi reloj dice tres y veintisiete.
Eso me da dos minutos para correr por el autobús. Estoy listo para alcanzar la cosa lo más rápido que pueda, porque si no lo hago, Damon sabrá que estaba llegando tarde.
Tan pronto como veo el autobús, Agustin sierra se para enfrente de mí, sosteniendo su mano en mi pecho y deteniéndome.
—Peter, amigo, he estado buscándote.
Agustin  y yo habíamos sido mejores amigos desde el jardín de niños.
No habíamos hablado por casi un año. Le dije que no me visitara en la cárcel, así que no se si todavía somos amigos. Pero ahora no es el momento de averiguarlo. El servicio a la comunidad apesta, pero tengo que hacerlo. Mi libertad depende de ello.
—¿Qué hay de nuevo, Agustin ? —dije rápidamente, luego mire detrás de él mientras el autobús se alejaba de la parada. Mierda.
—Ya sabes. Nada… y todo. ¿Qué hay de nuevo contigo?
—Oh, ya sabes. Acostumbrándome a vivir sin barrotes en mi habitación.
Hubo una de esas pausas muy largas, donde Agustin  se veía como si no supiera que responder, antes de finalmente decir: —Eso fue una broma, ¿verdad?
—Verdad — en realidad no.
Agustin  se rió, pero había algo más detrás de eso. ¿Nerviosismo? ¿Qué razón tenía para estar nervioso? El tipo me conocía mejor que mi propia madre.
Estreché mis ojos a mi amigo quien había sido mi confidente desde el jardín de niños.
—¿Estamos bien? —pregunté.
El tuvo una ligera, casi imperceptible vacilación. Pero la vi, y, más importante, la sentí.
—Sehh, estamos bien —Agustin  dijo.
El autobús giro la esquina.
—Me tengo que ir.
—¿Necesitas un aventón? Mi papá compró una nueva Yukon y me dio esto —Agustin  dijo, sacudiendo las llaves del auto en frente de mi cara.
A este punto me conformaría con un viejo y oxidado junker. Murmuré. —No, gracias —porque en la cárcel aprendí a no tener expectativas o confiar en otros.
—Escucha, lamento nunca haberte escrito. Pasaron cosas locas y tú me dijiste que no te visitara…
—No te preocupes. Se terminó, hombre.
Agustin  sacudió sus pies.
—Todavía me gustaría hablar acerca de ello.
—Dije que se terminó. Realmente me tengo que ir —dije, luego empecé a caminar hacia The Trusty Nail.
La última cosa que necesito es a mi mejor amigo actuando más extraño que mi mamá. Tengo suficiente con lo que lidiar en este momento, como la forma en que Damon va a escupir fuego cuando escuche que llegué tarde a mi primer día de servicio a la comunidad.

hasta mañana comenten porfis o a mi twitter @pupy_angelita o mi face