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domingo, 26 de febrero de 2012

novela: triunfo del amor

     Lali, agitada, se levantó y encendió la luz para correr las cortinas de las ventanas. Por un momento, miró los coches que pasaban por la avenida. Uno aparcó -frente al edificio y un hombre salió de él, alto, rubio y tan parecido a Peter, que el corazón le dio un vuelco. Pero, claro, no era Peter, él nunca volvería a conducir, jamás podría andar con la rapidez que lo hada ese hombre. Fue en ese momento que Lali reconoció lo que su corazón sabía: nunca podría vivir tranquila si no hacía algo por ayudarle. Se lo debía a Peter... por haber pasado cuatro años con ella.

    Lali cerró las cortinas y se dirigió a la cocina. Claudia había dicho que Peter la necesitaba. Hacía mucho que no se sentía necesaria para nadie, sobre todo para Peter. Al principio, cuando se comprometieron y se casaron, sí, poco a poco las cosas fueron cambiando hasta que llegó a pensar que sólo la quería para satisfacerse sexualmente. Lali sabía que siempre había muchas mujeres dispuestas a estar con él. Ignoraba si Peter había aprovechado las oportunidades, pero pensaba que no lo había hecho pues siempre llegaba a casa ansioso por llevarla a la cama.

    ¿Podría hacer el amor después del accidente? Lali no lo sabía pues desconocía la gravedad de sus heridas. Pero pronto sabría la verdad. Conectó el teléfono y esperó que sonara mientras tomaba una taza de café preguntándose si iba a permitir que destruyeran su vida otra vez.

    Un cuarto de hora después, sonó el teléfono. Lali dejó que los insistentes repiquetees llenaran el apartamento antes de contestar.

    —Hola, Lali, soy Claudia de nuevo. Te... llamo para disculparme. No era mi intención hacerte pasar un mal rato durante la comida —hizo una pausa y luego añadió—. No, no es verdad. En realidad no lo siento. Tenía que convencerte, por el bien de Peter.

    —¿Sabe Peter que me has pedido que vaya a cuidarle?
    Claudia hizo una pausa y Lali imaginó que estaba buscando la mejor respuesta.

    —No. No se lo he dicho —contestó con sinceridad.
    —No creo que te lo hubiera permitido —comentó Lali—. Soy la última persona a la que quiere a su lado.
    —Puede que sea verdad —replicó Claudia con un dejo de su antiguo orgullo.
    —Te das cuenta de que mostrará resentimientos hacia mí, ¿verdad?
    —¿Significa eso que vendrás? —gimió la señora—. Oh, cariño, no sé cómo agradecértelo...
    —¡Espera! Sólo significa que lo pensaré. Primero quiero hablar con su médico y saber si está tan mal como dices. Puede que necesite una enfermera más especializada que yo.
    —Pero tú eres una enfermera cualificada y fisioterapeuta. Creo que la combinación es ideal para él.
    —Puede ser, pero de todos modos quiero hablar con su médico antes de comprometerme. ¿Puedes arreglarme una cita? Voy a pitar en casa toda la semana.
    —Sí, le llamaré mañana a primera hora —Claudia hablaba con tanto alivio y optimismo que Lali la envidió. Parecía muy segura de que ella era la persona propicia para cuidar a Peter, pero la joven no estaba convencida. Pensaba que era el peor arreglo que podría haber... para los dos.
    —No le digas nada de esto —advirtió Lali—. Recuerda que no es definitivo.

    Claudia estuvo de acuerdo y colgó con la promesa de llamarla al día siguiente.


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