—¿estás bien? ¿Cómo has podido hacerlo? Me has asustado mucho.
—Lo siento —dijo Lali apenada—. No quería asustar a nadie. Sólo quería... sólo quería...
—No tienes que darme explicaciones —la interrumpió Claudia y luego sonrió—. Pero, ¿no ha sido un poco drástico?
están de mi parte, pensó Lali, sorprendida. Les sonrió agra-decida.
—Siento mucho haberos tenido despiertos tanto tiempo. ¿En dónde está Delia?
—Se fue a su habitación hace mucho —le respondió Claudia—. Creo que Peter le dijo que no tenía por qué esperar. Y ahora que estás aquí y a salvo, yo también me voy a dormir. Buenas noches —y al pasar junto a Agus, comentó—: No nos habíamos divertido tanto en años.
Lali le agradeció a Agus que fuera a recogerla a la comisaría y luego cerró la casa antes de apagar las luces y subir por la escalera. Se sentía rara y su furia había desaparecido gracias a la alegría de Agus y de Claudia. Era extraño que estuvieran de su parte cuando siempre apoyaban a Peter. Claro que, para ellos, sólo se trataba de un pequeño incidente... pero no para Peter. La puerta de Delia estaba cerrada, pero la de Peter permanecía abierta... y tuvo que pasar por delante para ir a su cuarto.
—¡Lali! —estaba sentado, al acecho—. Entra. Quiero hablar contigo.
—Peter, es tarde y yo... —dudó en el umbral.
—Maldita sea, no cojas mi coche para escurrirte a dormir des-pués —gruñó Peter—. Quiero una explicación.
—¿Sí? —entró, todavía nerviosa, y cerró la puerta—. ¿Qué de-seas saber?
Peter frunció el ceño pues esperaba que ella se mostrara ofensiva.
—Para empezar, ¿por qué has cogido el coche?
—Ya sabes por qué.
—Pero quiero que tú me lo digas —ordenó, fijando la vista en los ojos de Lali.
Lali se encogió de hombros, se quitó los zapatos y se sentó sobre sus pies en un sillón.
—está bien. Porque me has provocado. Me pusiste celosa y no he podido soportar la idea de que ella y tú estuvierais juntos.
—Viniendo de ti, es un gran reconocimiento —Peter agrandó los ojos con sorpresa.
—Sí, ¿interesante, no?
—¿Has bebido? —preguntó Peter, suspicaz—. No pareces tener tu acostumbrado espíritu luchador.
—Lo siento, no estoy de humor.
—¿O acaso intentas distraerme? —adivinó, endureciendo la ex-presión—. Volvamos a lo del coche. ¿Dónde has ido después de hacer tu acto de voy-a-destruir-tu-coche bajo la ventana?
—Sabía que estarías preocupado a más no poder por el coche. Fui más allá de Aberton, hacia la autopista. Pero...
—¿Tan lejos? —Peter la miró fijamente—. ¿En un coche con un motor tan poderoso y que no habías conducido? —dijo él atónito—. ¿Te das cuenta de lo que podía haber pasado?
—Sí, por supuesto. Podía haber abollado tu amado Ferrari. Aun¬que no entiendo por qué te molesta eso cuando es probable que no vuelvas a conducirlo...
—estaba preocupado por ti, maldita sea —replicó Peter—. ¿Cómo has podido ser tan estúpida de cogerlo, cuando estás acostum¬brada a una camioneta destartalada que no corre más de cincuenta kilómetros por hora?
—No siempre he tenido la camioneta —objetó Lali.
—está bien, cuando pitábamos casados, tenías un coche decente, pero no con la potencia del Ferrari.
—Claro, siempre te aseguraste de que tuviera un cochecito de juguete, ¿verdad? —notó Lali, pensativa—. Si hubiera tenido un coche más potente quizá me hubieran dado ganas de correr... como a ti —se burló.
—Nunca te gustó la velocidad —Peter la miró de reojo.
—Nunca me diste la oportunidad de averiguarlo —sonrió para sus adentros—. Así que decidí descubrirlo por mí misma.
—¿Qué estás diciendo?
Lali no le contestó de inmediato, pero luego le dijo:
—Sólo que cuando Agus y tú ibais al extranjero a competir, yo me iba con frecuencia en el Ferrari.
—No es cierto —exclamó Peter—. No podías conducir... —se detuvo al recordar hasta dónde había llegado esa noche y se enojó—. Mientes. Agus y yo lo hubiéramos sabido gracias al kilometraje.
Ella negó con la cabeza y sonrió.
—Le pedí a un mecánico que me enseñara a desconectar el cuentakilómetros.
—Si serás... —Peter se recostó en sus almohadas, convencido—. ¿Y descubriste si te gustaba la velocidad?
—Sí, me gustó —reconoció Lali—. Me gustaba sentir el poder en mis manos, tener ese potente motor bajo mi control. Quería hundir el pie a fondo para correr de verdad.
—Pero si así es como... —Peter la miró—. Así es como me siento cuando compito.
—Sí, me imagino que sí —Lali se puso de pie—. Me di cuenta cuando vi que ya no podía seguir luchando contra ti. Oh, me llevó bastante tiempo reconocerlo, pero entonces fue cuando supe que ni yo ni mis tontos sueños podrían competir nunca en las carreras.
—¿Tus sueños? —la mirada de Peter era de intriga.
—Sí. Cuando por fin reconocí que nunca se realizarían contigo, me volví muy práctica y me dije que debía dejarte para poder encon¬trar a alguien más y ser feliz.
Peter estaba un poco pálido y enojado.
—Y eso es lo que estás haciendo... ¿buscar a alguien?
Lali negó con la cabeza y sonrió; sin embargo, estaba a punto de llorar.
—Es estúpido, pero cuando quedé libre me di cuenta de que mis sueños nunca se volverían realidad de todas formas... porque tú eras el único cuyo... —se interrumpió y se dirigió hacia la puerta.
—¡Lali, espera!
Se detuvo y se volvió hacia él, con los ojos brillantes. Peter le hizo una pregunta muda y ella contestó como si le hubiera oído.
—Sabías lo que yo quería. Deseaba un hijo nuestro en mis bra-zos.
Peter tensó la mandíbula.
—Te lo propuse —replicó él con dureza.
—Es cierto —sonrió con aire triste—. Pero ¿qué ofrecías además de ayudar a concebirle?
—¿Qué quieres decir?
—Que yo deseaba un verdadero padre para mi hijo, algo más que un álbum de recortes y una hilera de trofeos en la repisa —gritó pero de inmediato se contuvo, consciente de que otras personas dormían en la casa—. Lo siento. No... tengo ningún derecho a decir eso ahora. Y siento haber cogido tu coche...
—Por el amor de Dios, deja de ser tan débil y humilde —in-terrumpió Peter—. Tenías tanto derecho como yo a obtener lo que quisieras de nuestro matrimonio. Lamento que no haya funcionado de la forma que deseabas.
—¿Quién es el humilde ahora? —inquirió Lali con una sonri¬sa. Se acercó a la cama y le miró con tristeza—. Supongo que lo que sucedió fueron... diferencias irreconciliables, como quedó asentado en la demanda de divorcio. No fue culpa de nadie, sólo un error que debía corregirse.
—Pero siempre hubo amor —susurró Peter y le cogió la mano.
—Sí, siempre lo hubo. Es una lástima que no haya sido suficiente —él apretó los dedos pero guardó silencio y después de unos minutos, Lali prosiguió—. Y tú, ¿has buscado a alguien... que me reempla¬zara?
Con lentitud, Peter levantó una mano y le acarició la mejilla.
—No, nadie puede reemplazarte.
—¿Ni siquiera Delia?
Peter se ensombreció.
—Cuando quiera a una mujer, yo mismo buscaré mi satisfacción —expresó enojado y siguió mirándola; de pronto, le pasó una mano por el cuello y la acercó para besarla con mucha ternura.
Cuando levantó la cabeza, los ojos de Lali estaban arrasados de lágrimas. Trató de decir algo pero estaba tan emocionada que sólo pudo tartamudear!
—Buenas noches, Peter —y salió corriendo del dormitorio.
Todos durmieron hasta tarde al día siguiente, para compensar el desvelo de la noche anterior. Lali se había acostado aún más tarde, pues se sentía casi tan desdichada como cuando dejó a Peter hacía casi dos años. Tardó en conciliar el sueño porque la recorrían olas de dolor y tristeza pero el cansancio la venció al fin.
por ahi soy buena y les subo otro cap mas depende de las firmas q por cierto muchas gracias por ellas un beso enorme @pupy_angelita disfruten del cap quedan muy pocos
no me podes dejar asi!! espero q subas otro si no hasta el sabado no podre leer mas....
ResponderEliminarun beso!
sandra
n se como llegue a tu blog xro me lei toda la novla y me fascin, espro q la sigas!
ResponderEliminarpasate x mi blog si podes
Si opino lo mismo no nos podes dejar asi!!! Claro que si ya esta que se acaba no estoy muy segura de querer otro
ResponderEliminarhay por favor te lo pido un cap mas no nos podes deja adsi acomo dicen todas aunque sea uno masssssssss
ResponderEliminarLindo ,ya se estan demostrando k no pueden estar el uno sin el otro.
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