Claudia bajó a desayunar y Lali la acompañó con una taza de café, cuando entró Delia.
—Buenos días. Espero que hayas... dormido bien —dijo Claudia, con torpeza.
—Muy bien, gracias —contestó Delia, con una sonrisa cortés.
Lali se levantó.
—Te traeré el desayuno.
—No, no. Siéntate y termina el café —insistió la señora—. Quie¬ro hablar del menú del fin de semana con la señora Campbell —se dirigió a Delia y le preguntó con indiferencia—. Supongo que te quedarás con nosotros el fin de semana.
—Me temo que no. Debo regresar con los amigos que vine a visitar. De hecho, quería llamar á un taxi para que me llevara a la estación. Si usted me da el número yo...
—No es necesario, Agus te llevará —dándose cuenta de lo que acababa de decir, Claudia añadió—: Eso si estás tan segura de que no quieres quedarte. Tienes entera libertad...
—Gracias, pero debo irme.
La señora asintió y salió de la cocina. Lali tuvo que romper el silencio al disculparse:
—Lo siento. He estropeado tu visita —dijo al sentarse.
—Ese era el objetivo, ¿no? —comentó Delia.
—Sí, supongo que sí —reconoció Lali—. Pero tú no tenías culpa y no es justo... meterte en medio.
—Supongo que fue Peter quien lo hizo. Quería provocarte celos. Y es obvio que lo ha logrado.
Para alivio de Lali, la rubia no parecía enojada con ella, sólo un poco fría, así que le sonrió al decir:
—Sí, me temo que lo ha logrado.
La norteamericana la miró con intensidad.
—Pero no había motivo para que te pusieras celosa, ¿no crees?
—¿De verdad? —Lali la miró de frente—. Peter y tú fuisteis amantes.
Delia dudó antes de contestar:
—Sí, lo fuimos, pero eso fue hace años, antes de que. él te conociera.
—Pero ha vuelto a estados Unidos más de una vez... después de separarnos.
—Así que eso piensas. Ni siquiera me buscaba. Si lo hubiera hecho, bueno... yo habría estado más que dispuesta —miró con fijeza a Lali—. Por eso vine aquí con tanta prisa cuando él me llamó. Pero en seguida vi el porqué de la invitación y se lo reproché. Me dijo que no podía hacer gran cosa postrado en una cama como lo está. Así que yo le he seguido la corriente, pero no era eso lo que quería decir con que no había motivos para que te pusieras celosa.
—¿No? Entonces, ¿qué quieres decir?
—Que está muy claro que Peter todavía te ama. Y viendo tu reacción, es obvio que también le amas, así que, ¿por qué os compor¬táis así el uno con el otro? —miró a Lali, que tenía la cabeza inclinada—. Sabes que está enamorado de ti, ¿verdad?
Lali se pasó una mano por la frente y asintió.
—Sí —aseguró con voz ahogada—. Lo sé. Pero... no podemos vivir juntos —se levantó—. Lo siento, Delia, pero no puedo hablar del asunto.
—Bueno, quizá deberías hablar... con Peter—le sonrió de forma extraña—. No soy la única mujer que busca un hombre como él. Debes tener cuidado para no perderle por completo.
Lali sonrió pero negó con la cabeza; sabía que había perdido a Peter hacía años y se alegró de poder irse cuando Claudia entró en el cuarto, con la bandeja del desayuno de la rubia.
Delia se retiró cuando Lali subió a darle la terapia a Peter y ninguno de los dos habló de ella o de lo sucedido la noche anterior. Se concentraron en los ejercicios, prolongándolos cinco minutos. Para cuando terminaron, Peter estaba un poco pálido del esfuerzo.
—Descansa tranquilo antes de la sesión de esta tarde —le reco-mendó—. No debes esforzarte mucho...
—No lo haré —interrumpió él—. ¿Qué vas a hacer esta tarde?
—Tengo que ir a Aberton para devolver unos libros a la biblio-teca. Y tengo un par de cosas que hacer.
—¿Como comer con maximo recca? —inquirió Peter.
—No —Lali dudó pero le dijo—. Yo... le he dicho que no quería volver a verle.
—¿Cuándo? ¿Cuándo se lo has dicho? —Peter fijó la mirada en ella.
—Anoche.
—¿Le viste anoche?
—No, llamó por teléfono. Tú le oíste. Descolgaste la extensión —le recordó la chica.
—¿Y qué comentó cuando se lo dijiste?
—Eso no te incumbe, Peter. No...
—¿Tú crees?—lo dijo de forma intensa, sin enojo, y Lali supo que podía ser sincera con él, que ya había pasado la fase de celos y desconfianza. Por un momento, se sintió más cerca de Peter que cuando pitaban casados.
—No estaba muy contento —reconoció Lali.
—No, no creo que lo estuviera —Peter le cogió la mano y le besó los dedos con suavidad—. Reconoce lo bueno cuando lo ve.
A Lali le tembló la mano y la retiró.
—Bueno, será mejor que me vaya. Que descanses.
Temía ver a Max en Aberton, por eso hizo sólo las compras necesarias y regresó a casa un par de horas después. También la inquietaba que la volviera a llamar, pero no lo hizo; el sábado por la tarde, Lali tenía ya la esperanza de que se hubiera resignado, pero el domingo por la mañana, Max aparcó en la casa.
—Hola, Lali —como hacía viento, llevaba una americana en vez del acostumbrado traje oscuro y parecía un soldado vestido de civil.
—Hola, Max —le miró con impotencia y él prosiguió:
—Me gustaría hablar contigo un minuto, si tienes tiempo.
—Max, lo siento, pero...
—Sólo diez minutos —insistió. Ese es tu abrigo, ¿verdad? —lo cogió de la percha y se lo dio.
—No puedo. Lo lamento, pero...
—Sí, puedes. Peter puede soltarte diez minutos.
Lali le obedeció al darse cuenta de que seguiría insistiendo hasta convencerla. Entró en la sala para decirle a Claudia:
—Sólo saldré unos minutos. No tardaré. Sí... Peter pregunta por mí... díselo.
—Sí, querida, se lo diré —asintió Claudia con calma.
Lali esperaba ir a caminar un rato, pero Max abrió la puerta del coche y tuvo que entrar, preguntándose a dónde pensaba llevarla. El médico se dirigió hacia el campo y aparcó.
—¿Paseamos?
—Creo que te debo una disculpa —comentó Max al ver la cara de preocupación de Lali—. Hice... sin querer, algunos comenta¬rios desagradables sobre tí.
Lali frunció el ceño, sin entender, y luego recordó lo que Max había dicho de la «mujer de Peter».
—¿Lo sabes?
—Sí. Hablé de tí durante la sesión de teatro y una mujer te reconoció. Me dijo quién eras y se alegró de hacerlo —añadió som¬brío.
—Max, lo siento...
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué has dejado que me ente-rara así?
—No lo sé. He usado mi nombre de soltera desde el divorcio.
—Pero podías haberme dicho que eras la mujer de Peter —excla¬mó.
—No soy su mujer. Nos divorciamos hace casi un año.
—¿Por qué estás en su casa ahora? ¿Por qué tu? —insistió Max.
—Porque nadie más quería cuidarle. Sabes que las demás enfer¬meras se marcharon —respondió—. Claudia estaba desesperada pues no encontraba a nadie.
—Así que él te necesitaba. Y tú viniste... aunque estabais divor-ciados —Max la miró—. Debes sentir algo por Lanzani. ¿Me has dicho por eso que no querías verme más?
—En parte. Pero también... —Lali se detuvo y buscó palabras que no lo hirieran—. Parecía que yo... te agradaba. Que querías relacionarte más a fondo conmigo. Cuando me contaste lo del trabajo en el hospital, empecé a... asustarme.
—¿Asustarte? ¿De mí? —Max estaba atónito.
—No de ti, no. De lo que querías de mí. Max, trata de entender por favor; he pasado por un matrimonio fracasado e intento rehacer mi vida. No quiero presiones... ni comprometerme con otra relación tan pronto. Necesito tiempo para encontrarme a mí misma.
—Sabes que para mí es indiferente el que estes divorciada.
—Gracias —dijo Lali con sinceridad.
—Pero eso no significa nada para ti, ¿verdad? —replicó—. Por-que sigues amando a Peter —Lali asintió y él suspiró—. Pero tú le dejaste a él. ¿Esperas que Peter vuelva a ti? —Lali no respon¬dió—. Ya sé que no me incumbe, pero me encantaría que lo dijeras.
—Lo siento —repitió Lali, apenada e impotente-. Es mi culpa, nunca debí salir contigo.
—No, no digas eso —el médico se acercó y le puso un brazo en los hombros—. Conocerte ha sido... positivo. Eres una chica maravi¬llosa, Lali. Y espero... que encuentres lo que buscas. Pero si no funciona... si Peter y tú no volvéis...
—Lo sé —Lali le acarició la mejilla—. No lo olvidaré... y no te olvidaré.
Él asintió y le besó la frente antes de apartarse y decir:
—Será mejor que volvamos... no quiero que mi paciente tenga una recaída.
Lali esperaba que Peter la cuestionara, pero éste le vio la cara endurecida y se refrenó. Ni siquiera mencionó a Max, pero cuando el médico fue a visitarle el miércoles siguiente, Peter los miró a ambos con curiosidad. Lo que vio, o lo que no vio, le hizo sentirse mejor y que se dedicara de lleno a recuperarse.
Lali le ayudaba todo lo que podía; sin embargo, a veces sentía que era parte de algún ritual macabro, de un tiovivo del destino en donde los dos luchaban para curar a Peter, sabiendo que volvería a las carreras para arriesgar la vida de nuevo, como un soldado herido que se recupera para volver a la guerra. Peter tenía una alternativa podía retirarse y nadie pensaría mal de él. Había competido en carre¬ras de Fórmula Uno durante ocho años con gran éxito, no sólo en las pistas, sino también en el aspecto financiero. No necesitaba la fama ni el dinero, así que, ¿por qué no actuar con sensatez y retirarse cuando todavía estaba... completo? Pero Lali pensaba que él no podía hacerlo, todavía no. Cualquiera que fuese la obsesión que le hacía conducir, no estaba agotada aún y quizá nunca lo estuviera, tal vez seguiría compitiendo hasta que... Lali rechazó la conclusión obvia. Se empeñó hasta lo imposible en hacerle andar y trató de no pensar en lo que ocurriría cuando lo consiguiera.
Trabajaron tan bien que, una semana después, Lali fue al dormitorio de Peter con una cinta métrica. Él yacía en la cama, quizá dormitando como a veces lo hacen los inválidos. estaba tumbado boca arriba, así que pudo medirle desde los pies hasta las axilas.
—¿Es para el ataúd? —inquirió, seco.
Lali se dio cuenta de que había abierto un ojo y la miraba, cansado.
—No, para un par de muletas —contestó—. Ya es hora de que salgas de esa cama y te muevas un poco.
Peter abrió los ojos y la miró con intensidad.
—¿Todavía no te has enterado? —dijo con frialdad—. No puedo andar.
—En ese caso, será mejor que te mida para el ataúd, ¿verdad? —replicó Lali incorporándose.
Peter le cogió la mano mientras ella enrollaba la cinta.
—¿Cuándo? —inquirió él—. ¿Hoy?
—No. Hoy sólo tratarás de ponerte de pie durante unos cuantos segundos.
—¿Cómo puedo andar si ni siquiera logro que me sujeten las piernas?
—Te sorprenderás —rió Lali.
Y así fue, se sorprendió mucho cuando esa tarde, con Lali y Agus sosteniéndolo a cada lado y Claudia mirando, ansiosa, trató de levantarse por primera vez en casi seis meses. Peter preocupado por si le sostenían o no las piernas, no estaba preparado para el mareo
que sintió y que le hizo sentarse rápidamente en la cama, después de unos segundos.
—está bien —dijo Lali—. Has perdido el sentido del equili¬brio. Pronto lo recuperarás.
La miró buscando consuelo y lo halló en los ojos de la chica.
—Vamos a intentarlo de nuevo —y esa vez pudo sostenerse durante unos segundos más.
Habría continuado si Lali no hubiese terminado la sesión. Con su sentido del equilibrio, recuperó la determinación por volver a andar en cuanto comprobó que se podía poner de pie.
Lali no le dejó usar las muletas más que para sostenerse, hasta que el cirujano le vio de nuevo y le hizo más radiografías. Sólo entonces, le permitió dar su primer paso.
—¿Y bien? —inquirió cuando Lali volvió de llamar al ciru¬jano—. ¿Qué ha dicho?
—Que tus huesos han soldado muy bien. No deberías de cojear, aunque es posible que hayas perdido unos milímetros de altura.
—¿De verdad? —Peter se sorprendió, pero sólo se encogió de hombros—. ¿Qué importan unos milímetros cuando mido más de uno ochenta? Pero, ¿qué ha dicho de volver a andar? ¿Cuándo puedo empezar?
—Bueeeno... —Lali le miró de soslayo, sonriendo.
—¡Lali, por el amor de Dios!
—está bien —sonrió ella—. ¿Qué te parece hoy?
Él abrió más los ojos y se le llenaron con tanto alivio, esperanza
y alegría, que Lali tuvo que desviar la mirada para tragar el nudo que se le hizo en la garganta.
—Voy por Agus —dijo ella.
Por supuesto, Claudia también se presentó.
—está bien, tómatelo con calma —le advirtió Lali—. No trates de acelerar las cosas. Y recuerda lo que te he dicho de distribuir tu peso.
Él asintió, impaciente, se apoyó en las muletas y se quedó quieto un momento mientras se concentraba y reunía fuerzas.
—está bien, podéis soltarme —dijo, tenso porque aún le dolía mucho.
Con lentitud, Lali le soltó el brazo y se alejó un poco quedan¬do ante él, para que sólo diera unos cuantos pasos y pudiera cogerle si se caía. Le hizo una seña a Agus y él también le soltó. Peter estaba tenso, concentrado y apretaba los dientes para resistir el dolor, pero agarró las muletas con fuerza y movió con lentitud una pierna hacia adelante; gimió y Agus hizo un movimiento para sujetarle.
—No-, déjame solo —tenía gotas de sudor en la frente, pero Peter se esforzó para que sus huesos y músculos se movieran de nuevo y trató de arrastrar la otra pierna hacia delante. Miró a Lali y sus miradas se encontraron, y era como si él tratara de sacar fuerza de ella. Con lentitud, adelantó la pierna y dio un paso, apoyó su peso en ella y se mantuvo inmóvil. Claudia y Agus empezaron a aplaudir, pero los ojos de Peter, brillando de triunfo, todavía miraban a Lali.
—¡Lo hice! —gritó él—. Sabía que lograría hacerlo. Ahora, vol-veré a andar... y también volveré a conducir.
Lali se dio cuenta de que estaba llorando de alegría, pero las últimas palabras de Peter hicieron que contuviera el aliento. Trató de decir algo, pero no puedo, sólo consiguió ver la inmensa alegría que había en la cara de Peter... luego se volvió y salió corriendo del dormitorio.
bien largo no se pueden quejar ultimos capitulos momentos decisivos besos las quierooo @pupy_angelita
Hay que bien!!! Se siente la emoción... Rarisimo
ResponderEliminarhaaaaaaaaaay ya pudo caminarrr pero que no entiende lo que le puede pasar en las carreras creo que peter deberia de entender el verdadero valor de la vidaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminaray no,pobre lali!
ResponderEliminarmas noveeeeeee
besos
@porLali_ITALIA
Emocionante ,pudo comenzar a dar sus primeros pasos despues d 6 meses,pero sigue pensando en el mismo,bueno eso parece al decir k puede volver a conducir,pero no dijo k clase d auto.Para Lali eso no estuvo bien,se sintio mal.
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