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lunes, 24 de septiembre de 2012

novela: regreso al paraiso capitulo 35



Peter.
Dos días después del juego de frolfing estoy de pie delante de la puerta del dormitorio de mi hermana. Lenny y Julio salieron, y mi papá está en el trabajo. Es el momento perfecto para aclarar las cosas con Eugenia.
Llamo a la puerta y espero. Ella la abre un poco, pero no me deja entrar.
—¿Necesitas algo?
—Sí —digo—, tenemos que hablar.
Abre la puerta extensamente y se sienta en el borde de su cama. Su habitación solía tener posters de chicos de bandas juveniles, pero ahora tiene imágenes de calaveras y tibias cruzadas y posters que me recuerdan a la muerte.
Esta demasiado jodido para ponerlo en palabras.
—Tienes que confesarles todo a mamá y papá —ya está, lo dije—. Ya he terminado de asumir la culpa. No fue sólo decirle a los policías que yo era el que estaba conduciendo. No fue sólo declararme culpable y ser encerrado en la cárcel durante casi un año. Nuestra mentira es como un jodido cáncer que se extiende a cada área de nuestras vidas —señalo los posters en la pared—. Date cuenta que este es tu grito de ayuda. Es una mierda enfermiza, Eugenia.
Cuanto más veo esas imágenes de calaveras mirándome fijamente con sus agujeros de ojos vacíos, más quiero rebelarme contra ellas.
Yo no estoy muerto. No quiero estar muerto. No quiero que mi hermana este muerta. Y seguro como el infierno que no quiero ser atormentado por el pasado nunca más.
—Lo prometiste —ella dice con una voz extrañamente tranquila—. Cuando te conté sobre el accidente, dijiste que te encargarías de eso.
—Estaba borracho, Eugenia. Apenas sabía lo que estaba haciendo, y para cuando me di cuenta que no debería haberle mentido a la policía, ya era demasiado tarde.
—Estaba asustada.
—¿Y yo no lo estaba? —contesto bruscamente. Pero tal vez ella no sabía cómo me sentía, porque enmascaré todas las emociones que tuve después de que fui arrestado. Respiro hondo y vuelvo a intentarlo—. Es hora de decirle a mamá y papá.
Levanto la mirada y veo la imagen de un esqueleto con sus dientes hundidos en un corazón y no puedo soportarlo más... barro mis dedos a través de la pared y las rompo todas.
—Ya he terminado contigo luciendo como si la muerte te abrigara. Odio lo que le hiciste a Mariana. Lo odio, y te odio por hacerme prometer que me llevaría nuestro secreto a la tumba y luego darme la espalda por ser un recluso de mierda.
—Peter, déjala en paz.
Me vuelvo para ver a Julio de pie en la puerta.
—Mantente fuera de esto, Julio —digo gruñendo.
En lugar de escucharme, Julio entra en la habitación y se para junto a mi hermana.
—Dije que la dejes en paz.
¿Está bromeando? —Esto no tiene nada que ver contigo.
—Sí, lo hace—, Eugenia murmura. Ella me mira con los ojos llenos de lágrimas—. Porque anoche Julio y yo nos quedamos despiertos toda la noche y hablamos. Él me convenció de que me entregara.
¿Eh?
No me esperaba eso. Me esperaba un montón de cosas saliendo de la boca de mi hermana, pero no eso.
El alivio inunda todos mis sentidos, seguido por preocupación y miedo. ¿Qué pasará cuando ella se entregue? ¿Tendrá que cumplir una condena? Dichas cuestiones habían estado pasando por mi cabeza cada vez que pensaba en lo qué pasaría si Eugenia confesaba.
¿Cómo fue que Julio la convenció para confesar todo?
—Eugenia es más fuerte de lo que ella piensa —Julio dice mientras pasa el brazo alrededor de sus hombros—. Ella puede hacer esto —aprieta sus hombros y la mira a los ojos—. Puedes hacer esto.
—Has conocido a mi hermana por menos de tres días, Julio.
—Sí, y apuesto a que la conozco mejor que tú.
Justo cuando estoy a punto de reírme de tan ridículo comentario, Eugenia, dice: —Julio tiene razón. Durante mucho tiempo quise decirte cómo me sentía, pero no pude. Tú estabas triste o enojado o molesto... y yo tenía miedo de lastimarte otra vez.
Mi hermana contiene las lágrimas y corre a mis brazos.
—Siento mucho lo que te hice. Julio me contó cómo fue estar en la cárcel para los dos, y estoy tan... lo siento mucho —se seca los ojos y dice—: Creo que tenemos que llamar a papá para que se reúna con nosotros en el centro de rehabilitación. Si mamá se da cuenta o no, ella necesita a su hijo de vuelta.
Una hora más tarde estoy sentado en la sala de espera del Centro de Recuperación Nuevos Horizontes. Mi papá realmente no quiere que tengamos esta reunión porque cree que el estado emocional de mi mamá es demasiado frágil, pero cuando Eugenia y yo le dijimos que íbamos a venir a verla con o sin él, accedió a reunirse con nosotros.
Una mujer con el nombre de Rachel en su gafete nos saluda, y luego nos dirige a una sala que es llamada sala de terapia grupal para esperar a mi mamá. Eso me hace sentir incómodo y rígido, porque teníamos sesiones de terapia grupal obligatoria cuando estaba en la cárcel. Tengo que recordarme a mí mismo que esta no es la cárcel. Mi mamá quiere estar aquí. Ella puede salir por su cuenta, pero ha decidido quedarse porque no confía en sí misma para no utilizar medicamentos de prescripción como apoyo cuando las cosas se ponen difíciles.
—Puedes tomar asiento, Peter —Rachel dice en voz baja, probablemente pretendiendo calmarme.
Trato de no caminar de un lado a otro en la sala como un animal enjaulado, pero no me puedo sentar porque tengo un montón de energía nerviosa acumulada. —No, gracias.
Las sillas están situadas en un círculo. Mi padre está sentado en una silla con su traje de tres piezas y corbata. Mi hermana, sorprendentemente, no está hundida en su silla. Ella está sentada derecha y tiene una mirada determinada en su rostro. Si Julio fue quien la convenció de enfrentar toda esta mierda de frente, él es un jodido genio.
Mi hermana no lo sabe todavía, pero no estoy abandonándola. Ella no es la única que cometió errores la noche del accidente.
Tan pronto como mi mamá entra a la sala en un suéter gris con el logotipo de Nuevos Horizontes en el frente, me doy cuenta de que ella está distinta. Su rostro está agotado y su espíritu parece de alguna manera... perdido.
Mi primer instinto es acercarme y abrazarla pero me queda claro, por la forma que tiene las manos cruzadas sobre el pecho, que ella no quiere nada de afectuosidad ni de mí ni de nadie en la sala.
Mamá se detiene en seco cuando me ve dar un paso hacia ella. —¿Por qué estás tú aquí?
Mis venas están bombeando duro y estoy tan malditamente tenso que mis brazos están rígidos a mis costados. Esto es ya un billón de veces más difícil de lo que imaginaba.
—Volví. Mariana me dijo que ustedes me necesitaban. Al principio no quería creerle...
—Me dejaste. Un buen hijo no deja a su madre.
Sus palabras cortan profundo. Oh, hombre, nunca debí haberme ido. Pensé que sería lo mejor, que todo estaría bien si el Factor Peter estaba fuera de la ecuación. Me equivoqué. Me las he arreglado para arruinar tanto en tan poco tiempo.
—Lo siento, mamá.
Desalentado, me siento en la silla al lado de Eugenia.
—Lo siento, también — Eugenia dice—.Tengo que pedirles perdón a todos en esta familia.
Mi hermana me mira y pone su mano en mi rodilla. Yo pongo mi mano encima de la suya.
Siento su vacilación y miedo como si fueran míos. Pero también siento su determinación para corregir los errores del pasado.
—Mamá, papá —Eugenia dice después de que asiento hacia ella, dándole apoyo silencioso—. Fui yo quien golpeó a Mariana la noche del accidente.
Observar el cambio de expresión en los rostros de mis padres es una verdadera tortura. Al principio ladean la cabeza al lado como si hubieran escuchado las palabras erróneas. Cuando Eugenia no dice otra cosa, la realidad de lo que ella dijo comienza a ser asimilada.
—No —mi mamá susurra, sacudiendo la cabeza—. No. No.
—¿Qué estás diciendo, Eugenia? —mi papá le pregunta, con la voz a punto de quebrarse—. ¿Qué. Estás. Diciendo?
Un torrente de lágrimas comienzan a fluir por el rostro de Eugenia.
—Yo estaba en la fiesta. Había tomado quizás dos cervezas. Cuando me dirigía a casa, me desvié bruscamente para no golpear a una ardilla. No era mi intención golpear a Mariana —ahora se ahoga en sus lágrimas, y miro hacia el techo en un intento de mantenerme a raya.
No está funcionando.
Maldita sea.
Las lágrimas comienzan a formarse en mis ojos. Trato de contenerlas, pero es inútil. Ver a mi hermana tan alterada, y ver a mi papá y mamá paralizados en estado de shock, y saber que una fatídica noche destruyó a mi familia y dañó permanentemente la pierna de Mariana es demasiado para mí.
Froto suavemente mis propias lágrimas e intento dar una explicación.
—Cuando Eugenia volvió a la fiesta totalmente enloquecida, le dije que me encargaría de eso —les digo—. Estaba tan borracho aquella noche, que no estaba pensando con claridad. Cuando la policía preguntó quién estaba conduciendo, les dije que era yo.
—Oh, Dios, Peter, lo siento mucho —Eugenia grita—. No sé cómo pudiste perdonarme. No merezco perdón por el infierno que te hice pasar.
Ella hunde la cabeza entre sus manos.
—No puedo creer que esto esté ocurriendo —mi papá dice—. Esto no puede estar sucediendo.
—No —mi mamá dice de nuevo.
Miro a Rachel. Creo que ella estaba esperando una sesión de terapia familiar regular, y por su mirada de venado encandilado creo que la hemos conmocionado hasta el silencio.
Asiento con la cabeza. —Es verdad —hombre, siento un tipo de libertad que no he sentido en mucho tiempo. Quiero compartir esto con Mariana. Supongo que ahora es tan buen momento como cualquier otro para decir la otra noticia que he estado guardando.
—Sé que esto es otra bomba que estoy dejando caer, pero Mariana Esposito y yo estamos saliendo. No era mi intención que esto sucediera. Lo negué durante mucho tiempo, luego lo oculte por un corto tiempo... y ya no voy hacer eso.
—¿Ella sabe...? —mi papá dice, con su voz desvaneciéndose poco a poco. Sé que está a punto de romper a llorar. Puedo verlo en sus labios y manos temblorosas.
—Sí, lo sabe —miro a Eugenia—. Mariana sabe todo.
Mi mamá me mira. Es la primera vez que me mira sin desprecio o desdén desde que fui detenido. Ella sigue moviendo la cabeza, como si estuviera tratando de envolver su cerebro alrededor de esta nueva y totalmente inesperada información.
—Eugenia, ¿Cómo pudiste? —mamá pregunta, sus palabras saliendo lentamente—. ¿Cómo pudiste mantenerte al margen y dejar que tu hermano fuera a la cárcel por algo que tú hiciste?
—No sé, mamá. No sé. Pero voy a hacer lo correcto —sus ojos hinchados e inyectados en sangre se encuentran con los míos.
—Me voy a entregar mañana.

2 comentarios:

  1. POR FÍN!!! POR FÍN LA VERDAD! CAPITULÓN!!!!
    CORAJOSA EUGE, GRANDE JULIO... QUE CAPITULO EMOCIONANTE PARA PETER

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  2. Tardó Euge bastante ,pero al fín ya sus padres lo saben todo.

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