Las cortinas estaban cerradas, pero se veía una lámpara encendi¬da. Lali puso la máquina en punto muerto y pisó el acelerador, haciendo que el motor rugiera como sólo un Ferrari podía hacerlo. Peter lo reconocería de inmediato. Lali se ajustó el cinturón de seguridad con la vista fija en las ventanas de Peter, esperando que las cortinas se abrieran. Una luz se encendió en el cuarto de Claudia y segundos después Delia abrió las cortinas y miró fuera. Había mucha luz en el pórtico de la casa y Delia pudo ver muy bien el coche y hacerle una descripción a Peter, aunque éste no la necesitara. Lali esperó un minuto y luego condujo a toda velocidad por la vereda, haciendo que los neumáticos chirriaran en las curvas. Tras asegurarse de que no había más coches lanzó al Ferrari por la carretera haciendo que el rugido pleno y gutural del motor resonara en la noche.
Sólo cuando estuvo segura de que se encontraba bastante lejos de la casa para que no oyeran el motor, redujo la velocidad y se preguntó qué haría después. No había planeado nada más que coger el coche para hacer rabiar a Peter. Podía imaginar su reacción ya que no permitía que nadie, salvo Agus, se acercara siquiera a su adorado Ferrari. Y Peter sabía que su mecánico estaba en el bar. Bueno, mientras tuviera el coche, lo mejor era disfrutarlo, decidió Lali dirigiéndose hacia la autopista.
Para llegar tenía que atravesar un par de pueblos y apenas había disfrutado cinco minutos conduciendo cuando oyó el ulular de la sirena de policía y se dio cuenta de que la iban persiguiendo. ¡Maldita sea! Había tenido cuidado de no rebasar el límite de velocidad. Nerviosa, frenó el coche y la policía se paró delante de ella, para evitar cualquier intento de fuga. Dos oficiales salieron y uno de ellos abrió la puerta del Ferrari bruscamente.
—está bien, salga de allí —ordenó el hombre hosco.
Como era un coche muy bajo le costó trabajo salir, sobre todo porque llevaba falda. Lali no pudo evitar mostrar un poco de sus hermosas piernas y los ojos de los policías se abrieron de sorpresa y admiración cuando la vieron salir.
—Bueno... —el oficial más viejo carraspeó al recordar que tenía que hacer su trabajo—. ¿Es suyo este coche señorita?
—Bueno, no. Pero no iba deprisa, oficial —le aseguró Lali.
—¿Y tiene usted permiso para usarlo? —prosiguió el hombre severo.
—No, pero el propietario no puede conducir, así que he pensado que le vendría bien moverlo —explicó—. El dueño se está recuperan¬do de un accidente.
—¿De verdad? ¿Y sabe usted la matrícula? Sin mirarla, por favor —Lali se la sabía antes, pero había pasado mucho tiempo y negó con la cabeza. El oficial añadió—. Ya veo. ¿Sabe quién es el dueño?
—Claro, es Peter Lanzani y vive en Las Hayas, cerca de Aberton —contestó aliviada de saber algo.
—¿El piloto de carreras? —exclamó el policía con asombro—. ¿Sabe que nos han informado del robo de este coche? —añadió él recuperando la compostura.
—¿Robado? —Lali le miró, perpleja—. ¡El muy sinvergüen¬za! sabe muy bien que no lo he robado, oficial. Sólo he salido a dar una vuelta, es todo.
—Bueno, me temo que eso tendrá que aclararlo en la comisaría, señorita. Su nombre por favor.
—Esposito —contestó Lali—. Mariana esposito —miró a los dos agentes con incredulidad—. ¿De verdad me van a arrestar?
—Me temo que sí. Si viene conmigo, el otro oficial llevará a comisaría el vehículo robado.
—No es robado —protestó Lali pero el oficial le puso una mano en el brazo y la hizo entrar en su coche—. Y será mejor que le diga a su colega que tenga cuidado, pues el motor es demasiado potente si no se está acostumbrado a él.
El viaje fue muy corto, pero Lali se daba la vuelta con fre-cuencia para asegurarse de que el Ferrari los seguía y estaba a salvo, aunque sería una buena lección para Peter si se lo estropeaban.
En la jefatura tuvo que sufrir la humillación de que la registraran y la encerraran en una celda durante lo que le parecieron siglos, antes de que un fiscal le tomara declaración. El hombre la miró con sorpre¬sa cuando le dio el nombre y la dirección de Peter.
—Creo que será mejor que llame al señor Lanzani —comentó el hombre.
—Hágalo —asintió Lali, pensando que al menos le había
estropeado la noche con Delia; hacer el amor sería lo último en que pensaría Peter sabiendo que su amado Ferrari estaba en peligro.
Creyó que la iban a dejar irse pronto, pero pasó una hora antes que la soltaran. Sin embargo, no se aburrió durante la espera pues dos policías jóvenes estuvieron tomando té y charlando con ella y le dijeron que admiraban su habilidad para conducir el Ferrari.
Peter mandó a Agus para recoger a Lali. El mecánico la enfrentó con el ceño fruncido, para beneficio de la policía, pero no pudo ocultar que todo le parecía muy gracioso. Entregó una declara¬ción de Peter en donde decía que no iba a presentar denuncia y los policías le entregaron a Lali las llaves del Ferrari. Al salir de la comisaría, Agus vio la cara furiosa de la chica y se echó a reír.
—No tiene gracia —protestó Lali—. Peter no tenía ningún derecho de decir que había robado el coche.
Agus rió otra vez.
—¿está enojada? Debería haber visto a Peter cuando se dio cuenta de que se había llevado el Ferrari. No me gustaría estar en su pellejo cuando volvamos. He venido en su camioneta. Puede volver en ella y yo llevaré el coche.
Lali le miró con furia pero ya lo había pensado así antes.
El regreso a Las Hayas fue mucho más lento que la salida. La casa pitaba bien iluminada aunque eran las tres de la mañana. Agus llegó antes que Lali para asegurarle a Peter que el coche estaba intacto. Bajaba cuando Lali entró en el vestíbulo.
—Quiere verla —le informó con una amplia sonrisa—. Ahora mismo.
lo prometido es deuda AVISO: se acerca la reconciliación un beso enorme @pupy_angelita
Sandra no te hagas drama me pasa a mi con el estudio