—¿No deberías haber añadido «todavía»?
—¡No! —exclamó la chica—. Por el amor de Dios, Peter, apenas le conozco.
—¿Pero te gusta?
—Sí, sí me gusta. Es muy... agradable —dijo sin saber cómo responder.
—¡Ah, agradable! Ya veo lo que te atrae de él. Tal vez quieras decir que es muy tranquilo. Es poco probable que conduzca a más de ochenta kilómetros por hora y seguro que nunca se arriesga. Sí, para una cobarde como tú, Max debe ser irresistible.
—Bueno, como eres el extremo opuesto, deberías de estar muy contento con sol —protestó, enfurecida—. Deberías convenirle... siempre y cuando puedas volver a conducir, por supuesto —apagó la lámpara y empezó a darle crema en las piernas, con brusquedad.
—¡Ay! —Peter se rió, sin embargo gimió de dolor—. No te voy a pedir que me expliques ese comentario. Las mujeres siempre sois unas fieras cuando estáis celosas.
—Tú sí que puedes decir algo, estás celoso hasta morir de Max.
—Sí, lo estoy —de pronto, Peter se puso serio y le cogió una mano—. Pero no en la forma en que piensas. Te sobrestimas si crees que estoy celoso por ti. No, le envidio porque es capaz de andar y de coquetear. Por ser capaz de trabajar, de vivir y de amar, en vez de estar atado a esta maldita cama para el resto de su vida.
Él la soltó, se volvió y empezó a temblar. Lali se quedó inmóvil un momento y se dio cuenta que estaba convencido de que no iba a volver a andar, que nada de lo que había hecho le había infundido el deseo de curarse.
Lali le colocó los diodos y encendió la máquina que llenó el silencio con su ligera vibración.
Siguió trabajando en sus piernas, pero no habló hasta que apagó la máquina.
—Ya te dije que hay buenas posibilidades de que vuelvas a andar con el tiempo —le recordó Lali—. Quizá antes de lo que piensas. ¿Y qué te impide trabajar? Seguro que hay muchas cosas que puedes hacer desde la cama.
Peter se tumbó y ella le acomodó las almohadas para que pudiera sentarse de nuevo.
—¿De verdad? —dijo con sarcasmo—. ¿Qué sugieres?
—Bueno, podrías hacer obras de caridad, para empezar —expli-có la chica—. Hay mucha gente que está peor que tú y que necesita ayuda.
Él la miró con malevolencia al decir:
—¿Y cómo me las arreglo para hacerlo?
—Usa el cerebro —replicó Lali—. Lo tienes en la cabeza y no en las piernas, ¿no? ¿O también se te dañó en el accidente?
Se dispuso a salir pues estaba enojada, pero Peter dijo:
—Hay una cosa que se te ha olvidado, dices que podría andar y trabajar, pero... ¿hacer el amor?
Lali se sonrojó un poco, pero contestó con tanto cinismo como pudo:
—Físicamente puedes hacerlo. estoy segura de que los médicos te lo dijeron.
—Decirlo... y comprobarlo son cosas muy diferentes —señaló con sarcasmo—. Creo que es imposible con las piernas así.
—Pero no si... —Lali se interrumpió.
—¿Sí? —Peter levantó las cejas—. Bueno, continúe... enferme-ra, no se detenga.
Lali respiró hondo ya que se vio en una trampa, y se preguntó qué camino seguiría Peter para atraparla.
—No si la... persona con quien hagas el amor... te ayuda.
—¿Ayuda? —Peter fingía incomprensión—. ¿Quieres decir que ella me hiciera el amor? —Lali asintió y él continuó—. Ah, ya veo. ¿Pero quién podrá auxiliarme en este... experimento? —la miró con insistencia y ella no contestó. Trató de apartar la vista de los de él, pero no pudo; trató de hacer algún comentario que aliviara la tensión, pero en una batalla de voluntades como esa, no era rival para Peter y fue él quien rompió el silencio al decir, con cierta burla sugestiva—: ¿Tú, quizá?
Ella respiró. ¿Debería sentirse halagada de que la hubiera nom-brado antes que a Delia? Bueno, pues no lo estaba. Levantó la barbilla y replicó con desdén:
—Lo siento, pero hay un límite en lo que hago por mi salario.
Peter la miró con frialdad.
—En ese caso, será mejor que le digas a mi madre que me mande una botella de champán con la cena esta noche.
—No, Peter, no puedes. Es demasiado pronto. No tienes sufi-ciente fuerza para...
—Yo seré quien juzgue eso.
—Peter, por favor, no lo intentes. Podrías...
—Como acaba de recordarme, enfermera, usted es una emplea¬da. Y no le pago para recibir su opinión, así que salga de aquí.
—Tienes razón —replicó con amargura—. Nunca te molestaste en escuchar mis opiniones antes, así que, ¿por qué ibas a hacerlo ahora? —salió del dormitorio dando un portazo.
Pasó una hora antes de que pudiera reunirse con Claudia en la cocina.
—Lo siento, debí bajar para ayudarte —se disculpó la joven.
—No importa. Me gusta —añadió Claudia al colocar unas flores en la bandeja—. ¿Cómo quedan?
—Muy bonitas —dijo con sinceridad—. También has puesto las servilletas de nuestro regalo de bodas.
—Querida, ¿te importa? —Claudia la miró preocupada.
Sí le importaba, pero negó con la cabeza.
—No, claro que no. Se las dejé a Peter. Pero sólo hay dos bandejas, ¿no cenarás con ellos? —añadió, esperanzada.
—No. Peter no me querrá allí —Claudia se llevó una mano a la boca—. ¡Pero qué poco tacto! Debo vigilar mis palabras, pero es una situación tan rara —Claudia no solía ser tan torpe, sino al contrario, siempre era muy diplomática. Las circunstancias la habían confundi¬do—. Peter me ha pedido una botella de champán con la cena —co¬mentó Claudia extrañada—. ¿Podemos dejarle beber? Para sol, está bien, claro, pero mi hijo está tomando antibióticos y no debería ingerir alcohol; ¿verdad?
—No, pero lo hará de todas formas, así que, ¿para qué intentar disuadirle? —contestó Lali, sombría—. Una copa no le hará daño, pero sol debe asegurarse de que no beba más. El resto se lo tendrá que beber ella.
—Bueno, esperemos que aguante, no queremos tener a dos per¬sonas en cama —comentó Claudia y luego miró sorprendida a Lali cuando ésta rompió a reír.
En ese momento sol entró en la cocina.
—Hola. ¿Es una broma privada o yo también puedo reírme?
Lali gimió y empezó a atragantarse, y Claudia dijo:
—Ah, sí. Quiero decir no. Entra. Qué... vestido tan bonito.
—Gracias —dijo la visitante con sequedad mientras las mira-ba—. ¿Puedo ayudar en algo?
—Oh, no, todo está listo. Ya he llevado el carrito al cuarto de Peter. ¿Te gusta el budín? Lo he hecho para el postre.
Lali se sirvió un vaso de agua y miró a sol. Llevaba un vestido muy bonito, de lana, y estaba cortado con exquisitez para realzar las curvas de por sí redondeadas. sol estaba muy bien maquillada y se había peinado con elegancia.
—Qué lástima que Peter no pueda bajar para que pudiéramos comer todos juntos —acotó sol, aunque no pareció muy sincera.
en un rato masss besos
Espero sea cierto eso de en un rato mas deberias hacer los capis un tris mas largos!!! Jejeje solo digo
ResponderEliminar!Como la pica Peter!,el hubiera deseado k le dijese,k ella misma se prestaba, a ayudarlo a comprobar si podia tener sexo.
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