novela: triunfo del amor

     —Al principio no odiaba las carreras. Lo sabes. Me parecían tan emocionantes como a tí. Pero después de casarnos, empecé a temer por tí. Y el miedo... aumentó hasta que no pude soportarlo más —rió un poco y se miró las manos—. Sé que era estúpido tener miedo por tí cuando tú mismo no lo tenías. Las mujeres... las mujeres a veces nos ponemos así —se volvió hacia él y el sol reverberó en el cabello—. Tú sabías que yo tenía miedo, que cada carrera me destruía. Pero sólo te enfadabas. Mis temores... te molestaban. Te avergonzabas de mí.    Peter la había estado escuchando en silencio, pero al fin habló:

     —No podía entender por qué cambiaste. Todavía no puedo.

     —¿No? Es muy simple —Lali se acercó y le dirigió la luz de la lámpara a las piernas, recobrando el control de sí misma.

     —Dímelo.

     Ella se rió.

     —Ah, no, ya es demasiado tarde. El hecho de que no pudieras entender por qué me sentía así, fue uno de los motivos que me hicieron dejarte. Y si no pudiste comprenderlo entonces, estoy segura de que no podrás asimilarlo ahora.

     Él la miró con rencor y le cogió de la mano cuando quiso alejarse. Lali trató de soltarse pero Peter la sostuvo con firmeza y frunció el ceño al mirarle la mano.

    —¿Por qué me devolviste los anillos cuando nos divorciamos?

    —Porque ya no era tu mujer —contestó tan serena como pudo—.Ya no tenía derecho a usarlos.

    —Eso es una tontería. Eran tuyos.

    —Lo sé, pero...

    Él la apretó más.

    —Supongo que los considerabas como los restos de un matrimonio desdichado y quenas deshacerte de ellos cuanto antes —señaló con dureza—. Aunque parecías bastante feliz cuando te los di —Lali no dijo nada y él le soltó la mano con desprecio—. Debiste venderlos... o tirarlos.

    —Siento haberte lastimado devolviéndotelos, pero yo...

     —Maldita sea, no me heriste. Nada de lo que hagas puede lastimarme —el tono violento en que lo dijo traicionó sus palabras.

     Después Peter se mostró deliberadamente frío y distante con ella soportando impasible los mejores esfuerzos de la chica por molestarle, mirándola con sarcasmo cuando lo hada. Lali empezó a temer que el enojo de su ex marido amainara y que no fuera suficiente para que siguiese luchando. Tendría que pensar en algo más que le hiciera seguir con los ejercicios, porque sólo los hacía como un reto contra ella, no porque creyera que podría volver a amarla.

     La oportunidad llegó dos semanas después, pero al principio no se dio cuenta. Lali volvió a la casa después de pasear a los perros y encontró a un hombre en la entrada. Los animales ladraron y el tipo se volvió para ver que Lali, con el cabello alborotado y las mejillas encendidas por haber corrido, se dirigía a él con los perros.

    —Buenos días —dijo la chica—. ¿Puedo ayudarle?

    —Espero que sí. Quería ver al señor Lanzani, pero parece que no hay nadie. Quizá debería haber llamado antes por teléfono.

    —Tal vez. Han salido todos —Lali le miró con curiosidad. Era joven, como de la misma edad que Peter, tenía cabello oscuro y era atractivo, pero no le reconoció como uno de los amigos de su ex marido—. ¿Le espera Peter? No me ha dicho que esperara visita.

    —Me temo que no soy una visita. Soy el médico del señor Lanzani —sonrió él.

    —¡Ah! —se sorprendió—. Pero su médico es... —entonces se dio cuenta y dijo—. Usted es el médico local. Pero el médico de aquí es el doctor Mackintosh, ¿no?

    —Lo era, se jubiló el año pasado y yo estoy en su lugar —él extendió una mano para presentarse—. Soy el doctor maximo recca.

    —Hola —Lali sintió que el galeno le apretaba la mano con firmeza—. Soy. la enfermera de Peter... Mariana esposito.

    —Ah, una nueva. ¿Cuánto hace que está aquí?

    —Casi dos semanas —Lali sonrió y le abrió la puerta.

    —¿Y todavía no ha conseguido el señor Lanzani deshacerse de usted? Debe ser más fuerte de lo que parece.

    —Lo soy —hizo una pausa en el vestíbulo mientras subían por la escalera y no se percató de que él contemplaba su silueta.

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