bueno a pedidos de varios tienen para entretenerse regreso SALIR DEL PARAISO (perdon la foto si alguien se copa para hacer una para esta nove bien venido sea)
CAPITULO DOCE
Mariana
Hoy pedí prestado el libro de Frommer sobre España en la
biblioteca. Y recordé revisar el buzón después de la escuela, al mismo tiempo
que rezaba una pequeña oración, esperando que el paquete de información hubiera
llegado.
Encontré una carta del programa, no un paquete. Rasgo el
sobre para abrirlo, con un pequeño corte mientas deslizo mi dedo entre los
pliegues. No me importa eso. Éste es mi boleto de salida, mi oportunidad de
conseguir alejarme de Peter y Paradise. Tiempo para olvidar el accidente y
conseguir un espíritu de independencia y anonimidad.
Despliego la carta rápidamente, como si fuera el Boleto
Dorado en Willy Wonka y la Fábrica del Chocolates. Tengo una gran sonrisa en mi
rostro mientras leo la carta.
Para: La Srta. Mariana Esposito
Del: Programa Estudiantil de Intercambio internacional
(EIS)
Estimada Srta. Esposito:
Ha llamado la atención de nuestro comité de EIS
que la beca para la que usted originalmente aplico, era una beca deportiva. Ya
que sus archivos indican que usted no ha sido seleccionada en la escuela para
el equipo de atletismo durante los últimos doce meses, lamento informarle que
su beca ha sido denegada.
Acatamos los parámetros legales de distribuir
las becas deportivas solamente a los atletas actuales en la escuela.
Sin embargo, todavía es bienvenida a participar
en el programa de EIS, si es patrocinado por usted, en lo cual estaría a cargo
de su propio transporte y el costo de la matricula que incluye el cuarto/u
alojamiento y la entrada en el
campus de la Universidad de Barcelona. El costo
de matricula durante un semestre de escuela en el programa de EIS es de $4,625.
Por favor remita el pago el 15 de diciembre a
la oficina de EIS para separar su cupo en el programa. Si tiene alguna duda,
por favor no dude en contactarme.
Atentamente,
Helena Cortez,
Presidenta, del programa Estudiantil de
Intercambio internacional.
Universidad de Barcelona, España.
Cuando mi cerebro al fin comprende las palabras beca
denegada, mi sonrisa se marchita al instante.
—No puedo ir —susurro. Mamá tenía que trabajar horas
extras sólo para darme un costoso Conjunto de ropa que costaba cien dólares. No
había ninguna manera de que pudiéramos encima de todo, darnos el lujo de gastar
cuatro mil dólares más. Lo único que puedo hacer es cerras mis ojos. Esto no
está pasando. No ahora. Mis manos empiezan a temblar de nuevo. Las siento
estremecerse cuando me cubro los ojos con las palmas de mis manos.
Cuando mamá llega a casa del trabajo por la noche, le
tiendo la carta para que la lea.
—Está bien, no te asustes —dice después de leerla—. Debe
haber alguna manera en que podemos manejar esto.
—Mamá, es inútil si quiera pensar en eso. No tenemos esa
cantidad de dinero.
—Mi jefe podría dejarme trabajar más horas extras.
Veamos... —agarra un pedazo de papel y empieza a escribir números en forma
descendente.
—Mamá, olvídalo.
—Espera. Sesenta horas mínimo por semana, a veces
setenta... y si trabajo el día de Acción de gracias y le agregamos mi bono de
Navidad...
—¡Mamá!
Ella para de escribir y me mira fijamente.
—¿Qué?
—Deja de escribir, deja de rebuscar dinero donde… ¡¡ya
basta!!
Ya es bastante deprimente solo mirarla intentando matarse
por hacerme feliz. Ya veré como me las arreglo. Porque es mi problema, no el
suyo.
El teléfono suena. Es Sr. Reynolds que le dice a mamá que
se olvidó de recoger su sueldo. Ahora ella tiene que volver de nuevo y
recogerlo.
—Ven conmigo, Mariana.
—No quiero.
—Oh, vamos. Vi a Irina haciendo unos pasteles nuevos esta
tarde. El pastel siempre te levanta el ánimo.
Irina es una de las cocineras del restaurante. Le gusta
hacerme probar sus nuevas creaciones de pastel antes de ofrecerlos en el menú.
Los pasteles de Irina son una de las razones por las que he aumentado de peso
este último año.
Y cuando mencionan un pastel, siempre cedo. Si hay algo
que necesite para levantarme el ánimo, es esto.
—El lugar este atestado esta noche —dice Mamá al Sr.
Reynolds cuando él le da la paga de su sueldo.
EL Sr. Reynolds, normalmente tan tranquilo y en su sitio,
parece aterrado.
—Son los comentarios esporádicos que están haciendo los
hombres —explica—. Nomas entraron y Yolanda llego a casa enferma diez minutos
después.
Hay aproximadamente treinta hombres hambrientos que
devoran todo lo que se coloque en las mesas, y sólo veo a Tony, un nuevo
mesero, más cansado que el Sr. Reynolds.
Mamá le da un golpecito en el hombro a su jefe y dice:
—Si necesitas ayuda, estoy segura que a Mariana no le importará aguardar si me
quedo un rato.
El Sr. Reynolds sonríe.
—¿En serio? Eso sería genial.
—No hay problema.
—Eres la mejor, Linda. Te debo una.
Mamá hace rodar sus ojos festivamente cuando se dirige
por detrás de la contadora envuelta en un delantal alrededor de su cintura.
—Me debes más de una, Lou, pero podemos discutirlo
después.
—Como tú digas —dice él, y luego saluda rápidamente a los
nuevos clientes que acaban de pasar por la puerta.
Mamá se apresura atender al grupo de comensales para
ayudar a Tony a tomar las órdenes mientras yo voy detrás de ella con una jarra,
llenando los vasos de agua.
Después de que sirvo el agua, Mamá me dice que me siente
en un compartimiento. Saco el libro Frommer de España de mi bolso y me quedo
mirándolo pensativamente. Si simplemente fuéramos tan ricos como los padres de Luna,
podría ir a España. Incluso, si fuéramos tan ricos como Peter y los padres de Eugenia,
seguramente podríamos darnos todo el lujo sin pensarlo si quiera dos veces. Su
papá es un cirujano dentista y seguramente todos los habitantes del suroeste de
Illinois los tiene como pacientes.
Es momentos como éstos desearía que papá y mamá nunca se
hubieran divorciado. Puedo hacer de cuenta que olvido todas aquellas peleas,
gritos, y rabia que acecha alrededor de cada esquina de la casa. Mamá dijo que
ellos habían madurado por separado, mientras él viajaba por trabajo y ella se
quedaba en casa. Cuando él venía a casa los fines de semana, quería relajarse
mientras mamá quería salir. Finalmente Papá dejo de venir a casa los fines de
semana. Y a Mamá dejó de importarle si venía a casa.
No estoy segura donde Judy (su nueva esposa) entra en la
ecuación del divorcio. Extraño a papá, pero él nunca me pide que vaya a Texas y
lo visite. No quiero preguntarle por qué no me invita, porque para ser
completamente honesta, no quiero oír que no me quiere, como una parte de su
nueva vida.
Mientras espero a mamá, Irina sale de la cocina.
—¡Moggie, Moggie! —dice ella entusiastamente en su acento
Ruso, bastante fuerte—. Tengo un nuevo pastel pata ti.
—¿Tiene zanahorias? —pregunto, asustada. La última vez
que Irina hizo un pastel con zanahorias, usando una receta familiar suya,
bastante vieja por cierto, había pedazos cortos y gruesos de zanahorias en el
medio. Solo eso me basta para alegrarme de no decir como termino el menú.
—No prometo ningún manjar. Es un delicioso pastel de
chocolate blanco con migajas de galleta endulzadas de caramelo. Suena
delicioso, ¿no?
Mi estómago gruñe, ansiosa por un torrente de azúcar.
—Tráelo. Necesito algo para levantar el ánimo —digo—. Hay
un problema con mi viaje a España.
Irina suelta un pequeño grito.
—Uy, ¿qué paso?
Y yo solo me encojo de hombros.
—Es una larga historia.
—Voy a traer el pastel ahora mismo, ¿da? —dice Irina
antes de desaparecer en la cocina. Regresa unos minutos después con un trozo
grande de pastel. Y puedo decir antes de probarlo que este va a ser el mejor
postre del restaurante de La Tía Mae la próxima semana.
Antes de que le de la primera mordida, digo: —Eres la
mejor, Irina —y clavo mi tenedor en la cremosa y blanca mancha de galleta
melada, caramelo, y trocitos de chocolate. Ella siempre espera a mi lado hasta
que trague el primer bocado y le de mi análisis.
—Está delicioso —le digo, saboreando la humedad de la
parte cremosa y el suave crujir de los trocitos de chocolate mezclados con el
más apetitoso caramelo y la textura de las migajas que se desboronan de las
galletas meladas en dulce.
—Uno de los mejores.
Irina se retira rápidamente y regresa a la cocina con un
interesante fluir.
—Veo que Irina ya te encontró —dice Mamá mientras
sostiene una bandeja llena de comida—. Cuando termines el pastel, ya habré
terminado aquí y podemos irnos a casa.
Miro como mamá sirve la comida expertamente delante de
los hambrientos jugadores de bolos.
Cuando pruebo mi segundo bocado, otro cliente entra en el
restaurante. Es una señora vieja con el pelo encanecido, pantalones blancos, y
una chaqueta color turquesa. El Sr. Reynolds la saluda con un beso en la
mejilla.
—Mamá, ¿por qué no me dijiste que ibas a venir? —le
pregunto a la señora—. Espera, ¿dónde está Gladys?
—La despedí ayer —dice la señora—. Era un dolor en el
tú-sabes-qué. Además, no necesito a una ayudante. He llegado hasta aquí sin
una, ¿no es así?
La mirada del Sr. Reynolds era de preocupación.
—Mamá, ¿por qué no puedes llevarte bien con cualquiera
que contrate para ayudarte? Juro que solo las despides para molestarme.
La señora ya de edad se queda parada con su barbilla al
aire como si la llevara así hace tres años.
—No necesito ayuda.
—Tienes una enfermedad en el corazón —dice el Sr.
Reynolds.
Ella ondea su mano en el aire, restándole importancia.
—¿Quién dice?
—Tu doctor.
—¿Y qué es lo que saben los doctores al fin y al cabo?
Ellos lo llaman practicar la medicina, porque eso es todo que hacen en la vida.
Practicar. Si me visitaras de vez en cuando, sabría que estoy bien.
—Te visite el sábado. — Señala él, molesto, y entonces
dice—. ¿Tienes hambre?
—¿Qué tienes de comida especial esta semana?
—Irina prepara lo que tú quieras, Mamá. Dime.
Ella estrecha sus ojos en dirección a él.
—Patatas y un grande y jugoso bistec.
El Sr. Reynolds sacude su cabeza y suelta una risita.
—Mamá, tienes diverticulosis y una enfermedad en el
corazón. Así que inténtalo de nuevo.
—No eres divertido, Lou.
—Y tú eres un barril de risas. Solo siéntate en una mesa.
Espera... sígueme para que conozcas a la hija de Linda. Nunca te la has
encontrado antes.
Me concentro en el pastel, intentando no dar por hecho
que he estado escuchando detrás de la puerta su conversación.
—Mariana, ésta es mi madre —anuncia el Sr. Reynolds—.
Mamá, ésta es la hija de Linda, Mariana. Pero todos la llamamos Mariana.
Sonrío y le ofrezco mi mano.
—Mucho gusto, Señora Reynolds. ¿Es familiar de la Tía
Mae?
La señora ya de edad toma mi mano y la agita.
—Querida, Mae era el nombre del primer perro de mi hijo.
¡No puede ser! lo primero que hago es mirara al Sr.
Reynolds para saber si es verdad. Él está sonriendo tímidamente.
—Es verdad —susurra él—. Pero, Shh, es un secreto. Si la
ciudad averigua que nombre a mi restaurante con el nombre de un perro, este
lugar será un desierto dentro de una semana.
Dudo mucho que eso suceda. La Tía Mae se encuentra casi
repleto cada noche. Además no hay otro restaurante al menos dentro de unas diez
millas a la redonda.
—No sabía que Linda tenía una hija. ¿Cuántos años tienes,
Mariana? —pregunta ella, ignorando el hecho de que su hijo le dijo que todos me
llaman Mariana.
—Diecisiete.
—Acaba de empezar su último año en la secundaria, mamá
—dice el Sr. Reynolds ruidosamente, como si su madre fuera sorda—. Y va ir a
España en enero por la escuela. ¿Por qué no te sientas con ella mientras te
cuenta todo lo de la universidad? Yo iré atrás y haré que Irina prepare algo de
comer.
—Dile que no prepare algo que sea demasiado saludable
—ordena la Señora Reynolds antes de sentarse en el banco del enfrente de mí.
Mira mi plato y dice—. Lou, dile a Irina que me corte una buena rodaja de ese
pastel, también.
No creo que el Sr. Reynolds estuviera escuchándola
proferir su último pedido, o quizás él solo quería dejarla pensar que no estaba
escuchando.
La mujer anciana pone el bolso a su lado en el
compartimiento, luego me mira. Ella no sonríe, ni frunce las cejas. Simplemente
inclina su cabeza, como si estuviera intentando deducir lo que está dentro de
mis pensamientos.
—¿Por qué quieres dejar Paradise tan urgentemente?
—pregunta ella, realmente casi como si pudiera leer mi mente.
—No es eso —digo, esperando que lo dejara pasar
inadvertido.
Pero ella hace un ruido deductivo con su lengua.
—Si no quieres hablar sobre eso, sólo dilo. No tiene
sentido seguir pegado de un arbusto cuando lo que quieres es irte.
Había estado ocupada quitándome el esmalte de las uñas de
mis dedos, pero me detuve y mire a la Señora Reynolds.
—No quiero hablar sobre eso.
La señora de edad se limita a aplaudir con sus manos.
—Bien. Si no quieres hablar sobre eso, no hablaremos
sobre eso.
La única cosa que está en medio entre esta mujer y yo es
el pastel que tengo y que ella quiere. Lo cual hace que se alargue el silencio.
No es que esté intentando ser ruda, solo que no quiero poner en las palabras
cómo mi vida se ha convertido en una desilusión tras otra. Es como si la
miseria me siguiera y estuviera maldita. Si sólo supiera cómo romper esa
maldición...
—Estoy segura que tienes tus razones para no querer
hablar sobre eso. No puedo imaginar cuáles son esas razones, pero probablemente
te sientas mejor tenerlo oculto y dándole vueltas al asunto en lugar de
hablarlo con alguien que no tiene nada mejor que hacer salvo escuchar.
Me meto otro pedazo de pastel en la boca y me concentro
en el tarrito de sal al final de la mesa.
—¿Quieres sal? —pregunta la Señora Reynolds, sabiendo muy
bien que no tengo sal en mente.
—Me negaron la beca —digo bruscamente, entonces miro a la
señora de edad sentada frente a mí.
La cual no parece tener una mirada compasiva en su cara
como yo esperaba. Parece algo... bueno, enojada.
—Bueno, ¿por qué irían a hacer una cosa así?
Me tomo mi tiempo para masticar y tragar, luego la miro.
La Señora Reynolds tiene sus pequeñas manos plegadas encima de la mesa y está
concentrada mirándome, esperando por mi respuesta.
—Solicité una beca atlética, pero ya no estoy en el
equipo, así que ha sido revocada. Podría ir, pero tendré que pagar el precio de
una matrícula que no podemos darnos el lujo de pagar.
Ella asiente con su cabeza, suelta un largo suspiro,
entonces se inclina de nuevo en el respaldo del compartimiento y dice.
—Ya veo. Bueno, querida, quizás un día tu suerte
cambiará.
Sí, claro. Todo lo que necesito es un poco de
polvo mágico y un hada madrina. Y
no es que este conteniendo mi respiración esperando nada de eso.
Laliter!
ResponderEliminarMas Noveee
@sarapinyana
Linda hace todo lo posible para k Mariana pueda ir a España,pero parece k ella ya se ha dado x vencida.K bueno la señora Reynolds,sin conocerla y sin presiones la esta haciendo hablar y desahogarse.Jajaja,un polvo magico y un hada madrina,si funciona,jajaja,yo tambien quiero.
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