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sábado, 26 de mayo de 2012

novela: salir del pariso capitulo 20



la Sra. Reynolds está esperándome en el columpio trasero con el muumuu en la mano cuando llegue a su casa, justo como ha hecho desde mi primer día en el trabajo. Intenté rechazar la prenda que me ofrecía sin éxito. Así que ahora me la puse y me veo como una completa idiota mientras estoy trabajando.
No es como si necesitara preocuparme acerca de verme bien, de todos modos. Peter y sus amigos dijeron que la única manera de que yo consiga una cita para el baile de graduación es que lo anuncie por internet. Los escuché en el Festival de Otoño hablando acerca de mí. Lloré esa noche porque no puedo girar el reloj y borrar lo que pasó. Peter se paró ahí con los chicos como si él no tuviera nada que ver con hacerme de esta manera. Su falta de reacción me hirió más que las palabras de Drew.
—Hoy vamos a limpiar el ático —la Sra. Reynolds anuncia—. Aquí, toma esta escoba. Yo traeré el recogedor y el balde.
—¿Qué hay acerca de plantar bulbos? —pregunté.
—Estoy enferma de ver bulbos. ¿Podemos continuar plantando mañana?
Ella me dirige hacia arriba de la escalera al ático. —No cierres la puerta, o nos encerraras adentro.
—Eso es peligroso —dije—. Y aterrador, como algo sacado de una película de terror.
Hay un tapón de puerta que ella pone en su lugar antes de que entremos. Es un pequeño, oscuro lugar lleno de cajas y fotos y… telarañas. —¿Sra. Reynolds?
—Sí, Mariana.
—Le tengo miedo a las arañas.
—¿Por qué?.
—Porque tienen ocho horripilantes patas, muerden, y tienen una cuerda pegajosa que sale de sus traseros para capturar insectos antes de chupar su sangre.
Creo que la Sra. Reynolds se va a reír de mí. Pero no lo hace. En vez de eso dice: —Las arañas controlan la comunidad de los insectos. Son necesarias y eso es todo lo que importa.
Aunque eso tal vez sea verdad, todavía no me gustan. Pero eso no detiene a la Sra. Reynolds de guiarme más lejos dentro del ático—pálido, polvoriento y todo. Estoy lista para ir a una ejecución —Es una vida dura —miro a mi alrededor. Este ático es definitivamente aterrador—con largos troncos en una esquina y cajas de mudanza en la otra.
La Sra. Reynolds encuentra una vieja silla y se sienta en ella. —Puedes empezar por desempolvar los troncos primero.
Gracias a Dios están en el medio del piso, no tocados por las telarañas. La anciana está totalmente preparada. Ella empuja un trapo y una lata de Endust fuera del balde. Rocié la cumbre del tronque de madera, limpiándolo hasta que brilló.
—Ábrelo —dijo la Sra. Reynolds.
La miré, insegura. Continúe.
Desenganché el pestillo, levanté la tapa, y miré adentro.
La primera cosa que vi es una foto enmarcada de un hombre y una mujer. —¿Esta es usted?
—Sí, con mi esposo fallecido, Albert, que en paz descanse.
En la foto una Sra. Reynolds mucho más joven está usando un vestido hasta las rodillas hecho a la medida y guantes de satén que suben por encima de sus codos. El Sr. Reynolds ni siquiera está mirando a la camera, está mirando a la Sra. Reynolds como si ella fuera un raro diamante.
—¿Se casaron jóvenes?
—Yo tenía veinte y el veinticuatro. Estábamos muy enamorados.
Le pasé la foto a ella. —Desearía que mis padres se amaran. Son divorciados.
—Sí, bueno, la vida continua, ¿no?
—Sip —incluso después del accidente, cuando supe que nunca sería capaz de caminar con normalidad de nuevo o jugar tenis otra vez, la vida sigue girando.
Aunque lo quisiera o no.
La Sra. Reynolds se inclina y estudia más fotos. —Gasté un poco de tiempo con tu madre en La Tía Mae —ella dice mientras estudia una foto de un pequeño niño—. Ella es una dama encantadora.
—Gracias —dije, orgullosa de mi mamá. Ella es genial, para ser una mamá. Solo desearía que mi papá pensara que ella era lo suficientemente encantadora para querer seguir casado con ella.
La Sra. Reynolds me pasa la foto del pequeño niño. —Ese es mi hijo.
Casi me rio de la foto. ¿Quién pensaría que este niñito crecería y un día seria el jefe de mi mamá?
—Él estuvo casado una vez. Ella murió de cáncer de ovario cinco años después —suspiró.
—¿No tuvieron hijos? —pregunté.
Ella sacude su cabeza. —Bien, es suficiente de holgazanerías. Tengo un puñado de cajas que necesitan ser sacudidas. ¿Por qué no las apilamos en una esquina para que puedan ser fácilmente ubicadas y puestas en la basura? En algún lugar alrededor de aquí hay cajas etiquetadas como impuestos —ella señalo hacia una de las esquinas del ático—. Creo que están por allá.
Caminé hacia las cajas e hice el escaneo de telarañas. Yuck. Telarañas se alinean en las esquinas del techo, solo esperando por un desprevenido insecto que vuele por ahí. Ni siquiera veo las arañas. Es como si ellas fueran espías encubiertas hasta que su presa se debate, atrapada sin esperanza en la telaraña.
Me estremecí solo pensándolo. Gracias a Dios no soy un insecto.
—¿Mariana?
—Sí.
—Me estoy volviendo más vieja con cada segundo, ya sabes.
Puse mis manos en las mangas del muumuu y empujé las cajas a un lado con los puños cubiertos por el muumuu. Estoy intentando no pensar en mi pierna
y cómo voy a maniobrar las cajas alrededor con arañas mirándome desde el techo.
Hice un camino y me coloqué detrás de la pila de cajas. Revisé un contenedor naranja de plástico hecho para parecer una cesta de picnic. —¿Qué clase de cajas son? ¿Cajas de almacenamiento o cajas de mudanza?
—No recuerdo, pero estoy bastante segura de que están etiquetadas.
—Bien —empiezo a voltear las cajas, esperando encontrar la palabra IMPUESTOS en el frente.
Grité cuando escuché algo detrás de mí.
Dándome la vuelta, vi que solo era la Sra. Reynolds.
—Oh, cálmate —ella me reprende—. ¿Encontraste alguna?
—Eso creo —levanté una caja marcada como IMPUESTOS, 1968—. ¿Es esta?
Ella aplaude, como una profesora haría si un estudiante tiene la respuesta correcta. —Sí. Ponla por la puerta. Hay tantas por sacudir, que creo que esto podría tomar unos pocos días.
Tan pronto como coloco la primera caja en la pila de —botar— el timbre suena. La Sra. Reynolds no lo escucha. —Alguien está tocando el timbre —dije.
Ella frunce sus cejas e inclina la cabeza para escucharlo. —No lo escucho, pero de nuevo, estos oídos son tan buenos como mis ojos. Sé un amor y contesta, ¿Sí?.
—Seguro —me dirigí hacia abajo por las escaleras. El timbre sonó dos veces más antes de que pudiera llegar a la puerta. La abrí rápidamente, luego tropecé hacia atrás. Porque la última persona que esperaba ver parada en frente de mí es Peter Lanzani.
Y, por segunda vez desde que él regreso, él se acerca para tocarme.

4 comentarios:

  1. DIOS PUPY NO SEAS MALAAAAAAAAAAA SUBI OTROOOOOOOOOOOOOO DALE MI AMOR NO SABES COMO ESTOY POORFAAAAAAAAAAAA VOOOOOOR
    TE AMA
    DULCE

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  2. ME DEJASTE CON UNA INTREIGA DALEEE SUBI OTRO
    MAGI

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  3. ahí que intriga me dejaste subí otro porfi

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  4. K mal se sintio cuando escucho a los chicos y Peter no dijo nada,una lastima k no lo oyera despues del partido ,hablarle duramente a Drew.

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