CAMINO que conducía a su casa y que Mariana recordaba
como idílico y rural, estaba seguro y tenebroso. Cuando, por fin, vio el
familiar contorno de su hogar, suspiró aliviada.
Aparcó el coche y subió el sendero. La cerradura estaba un poco oxidada y
se rompió una uña al hacer presión sobre la llave. Con una sonrisa, Mariana
entró y encendió la luz. Al ver el salón, se quedó inmóvil, por la impresión.
Había manchas de humedad en las paredes, la casa estaba fría y, aún peor, olía
a humedad. Recordó que su tía siempre había insistido en que hubiera encendido
un pequeño fuego, incluso en verano, y que solía estar preocupada con la
humedad de la casa. Mariana nunca había prestado mucha atención a estos
comentarios, pero ahora tenía que reconocer su veracidad.
¿Por qué nadie le había escrito contándole que se estaba deteriorando la
casa? O tal vez lo hicieron y sus cartas aún la seguían por el mundo. Mariana
cruzó el salón y, entre suspiros, se dirigió a la cocina. Allí también había
signos de descuido y abandono. La casa estaba limpia, pero desolada, y tan
fría y húmeda que esa sensación conseguía meterse hasta los huesos. El comedor
no estaba en mejor estado, también tenía manchas de humedad, polvo y aquel
olor insufrible, testigo de la decadencia y el abandono de la casa.
Se dirigió al piso superior. John le había dicho que
el techo necesitaba arreglarse, ya que durante el invierno se había
cuarteado. También le dijo que habían hecho algunos arreglos, pero los temores
de Mariana se confirmaron cuando abrió la puerta del primer dormitorio y entró.
Ella y Natalie habían compartido esa habitación, en la que parecía haberse
detenido el tiempo; incluso flotaba en el aire el perfume, fuerte y oriental,
de Natalie. A los diecisiete años, era demasiado joven para usar una fragancia
tan sofisticada, pero había insistido en aplicársela y su esencia aún
permanecía en el aire. Mariana frunció el ceño y pensó que, después de seis
años, no debería permanecer el olor de su perfume. A no ser que Natalie hubiera
estado allí recientemente. ¿Pero por qué? No había querido aceptar ninguna
responsabilidad acerca de la casa cuando su madre fue llevada al hospital. Tom
Smith le había contado que cuando pidió a Nat que se pusiera en contacto con Mariana,
le había respondido que la casa podía convertirse en polvo.
Tocó la colcha de una de las camas individuales y retiró los dedos al
sentir la tela húmeda. Tembló al notar el moho que la cubría. Esa había sido su
cama... Sonrió con tristeza. Natalie había escogido una colcha igual y una vez
que había fumado a escondidas en la cama, le hizo un agujero con el
cigarrillo. Sus dedos se tensaron al palpar la quemadura. Esa era la colcha de
Natalie. ¿Qué hacía en su cama?
Los recuerdos del carácter dominante de Natalie durante su infancia, la
invadieron. Natalie la odiaba a ella y también odiaba tocar cualquier cosa que
fuera suya. Nunca habría permitido que la colcha de Mariana fuera puesta en su
cama. Por suerte, todo eso había acabado hacía tiempo, pensó Mariana. La
persona que limpió la casa, debió confundir las colchas. Salió de la habitación
y dejó atrás los recuerdos y el perfume de Nat. No podría dormir en ese
dormitorio, estaba demasiado húmedo.
La habitación de su tía mostraba los mismos signos de
descuido. Ahora comprendía la razón por la que Peter le había ofrecido que
durmiera en su casa. Tendría que permanecer allí esa noche. No
podía volver a esa hora y despertar a todos. Si quería acercarse a Sophie,
tendría que hospedarse en el hotel o... tragarse su orgullo y preguntarle a Peter
si su oferta de ofrecerle una habitación aún estaba en pie. A pesar de lo mucho
que quería ayudar a Sophie, no sabía si podría soportar compartir la misma
casa con Peter.
Mariana se recordó a sí misma que ya no tenía diecinueve años. ¿Por qué le
temía? ¿Tenía miedo de que Peter tratara de continuar su relación en donde la
habían dejado? La idea le pareció absurda y se sintió más tranquila. La modelo
decidió que iría a verlo al día siguiente para pedirle ayuda. Pero eso sería
mañana y por el momento tendría que pensar qué haría esa noche. Tendría que
dormir en el salón porque en los dormitorios había demasiada humedad. Recordó
que su tía solía guardar una cama en un armario hermético que había en el
cuarto de baño. Con un poco de suerte, podría encontrar allí sábanas secas.
Mariana pensó que necesitaba contratar a alguien, lo antes posible, para
arreglar los desperfectos de la casa. Pues si continuaba abandonada, nadie
podría volver a vivir en ella.
Mientras se dirigía al baño, Mariana miró inconscientemente el pequeño cofre
que había en el descansillo de la escalera. Con espanto vio que en el cenicero
había dos colillas. De inmediato pensó que no tenía por qué asustarse, pues era
obvio que la persona que hacía la limpieza se había fumado un par de
cigarrillos y que se olvidó de limpiar el cenicero. Sin embargo, cuando entró
en el baño, tuvo la impresión de que algo no estaba bien... Apartó ese
pensamiento y abrió el armario. Se sintió aliviada al ver que había un montón
de sábanas secas. Mariana se acordó del calentador de inmersión de su tía y
decidió tomar un baño caliente antes de bajar para acostarse en el sofá, aunque
creía que no conseguiría dormirse.
Mariana se sentía demasiado triste, en aquella casa llena de recuerdos,
como para poder descansar. ¿O quizá era el tierno beso de Peter lo que le hacía
sentirse tan tensa? ¿Por qué se habría suicidado Natalie? ¿Lo sabría alguna
vez? Peter la describió como mentalmente perturbada y aunque era verdad que
siempre había tenido una tendencia a la histeria, sobre todo cuando no podía
salirse con la suya, siempre se había aferrado a la vida con una tenacidad que Mariana
no creía posible que hubiese desaparecido de un día para otro.
Se despertó como había imaginado: con las primeras luces del día y
temblando de frío. Eran las siete. Mariana sabía que Peter siempre se iba a la
fábrica a las ocho y media, lo cual no le dejaba mucho tiempo para verlo.
La modelo se bañó, se cambió de ropa y se cepilló el cabello, pero no se
maquilló. El estómago protestaba, recordándole que había transcurrido bastante
tiempo desde su última comida. Después salió de la casa y se dirigió al coche.
Condujo despacio hacia la casa de Peter, pues temía el momento en que
tendría que enfrentarse a él. La señora Lancaster le abrió la puerta y su cara
pareció preocuparse, al ver el rostro pálido de Mariana.
—¿Está Peter?
—Está desayunando. Puede pasar. Iré a buscar otra taza. Parece que no le
sentaría mal beber algo.
Dudando, Mariana llamó a la puerta del comedor y después la abrió. Peter
vestía un traje formal. Parecía más atractivo que el día anterior. Bebía una
taza de café y simuló sorprenderse al verla. Dejó su taza y dobló el periódico
que estaba leyendo.
—Buenos días; espero que hayas dormido bien —su voz era fría y burlona, y Mariana
supo que sabía que había pasado una mala noche.
—No mucho. No sabía que la casa estaba en ese estado. Supongo que es mi
culpa... —Peter miró su reloj. Mariana sintió que quería manifestarle que
estaba ansioso por librarse de ella.
—No hablemos de cosas sin importancia. Estoy seguro de que no has venido a
esta hora de la mañana para discutir los arreglos que necesita la casa. ¿Qué
quieres?
Mariana pensó que lo odiaba con todas sus fuerzas. Y aborreció la manera en
que intentaba reducirla al papel de mendiga.
Con toda seguridad sabía por qué estaba allí y, aun así, hacía todo lo
posible para que le resultara difícil y humillante.
La llegada del ama de llaves con una taza y una jarra de café ocasionó una
bienvenida interrupción; pero, en cuanto se fue, sus ojos se volvieron fríos y
no le pidió que se sentara. El resentimiento de Mariana aumentó y de no ser
por Sophie, se habría marchado de allí en ese mismo instante. Peter preguntó
con voz impaciente:
—¿Y bien, Mariana?
—Vine a preguntarte si tu oferta de la habitación aún
sigue en pie —dijo con voz ronca por la ira—. No puedo quedarme en mi casa...
La sonrisa que le dirigió no era de aliento. Hizo que su corazón se
detuviera y después latiera de manera irregular. —Ayer no querías quedarte.
¡Vaya cambio de opinión! —Ayer creía que podía quedarme en mi casa —respondió
con toda la calma de que fue capaz y odió que le hiciera dar explicaciones que
ya conocía desde el día anterior. Cuando rechazó quedarse allí, Peter sabía el
estado de su casa y que ella tendría que retractarse. La furia hizo que se
ruborizara—. A diferencia tuya, yo no sabía que estaba en tan mal estado.
—¿Qué tratas de hacer, Mariana? —la interrumpió con burla—. ¿Culparme por
tu impulsividad? Siempre fuiste así... te gusta culpar a otros de tus
fracasos.
Lo injusto de su comentario y la forma amarga en que lo hizo, la dejaron
sin aliento. Las lágrimas asomaron a sus ojos, muy a su pesar. No podía
soportar más. Se volvió e iba a marcharse, cuando Peter dijo con voz baja:
haaaaaaaaaaaaaaaaaay pupy te matoooooooooooooooooooooo como me podes dejar asi nena sos de terror
ResponderEliminarte matooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
ResponderEliminardios porque ases esto lo tenias planiado verdad dejarme asi no valeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee encima es ma corto porque isiste la letra mayuscula haci que dame otro
ResponderEliminarmas nove
ResponderEliminarPeter siempre la culpa a ella,pero el me parece k no quiere escuchar,lo k tenga para decirle,y la ataca.
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