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viernes, 11 de mayo de 2012

novela: un amor inolvidable tercer capitulo primera parte







CAMINO que conducía a su casa y que Mariana recorda­ba como idílico y rural, estaba seguro y tenebroso. Cuan­do, por fin, vio el familiar contorno de su hogar, suspiró aliviada.
Aparcó el coche y subió el sendero. La cerradura estaba un poco oxidada y se rompió una uña al hacer presión sobre la lla­ve. Con una sonrisa, Mariana entró y encendió la luz. Al ver el sa­lón, se quedó inmóvil, por la impresión. Había manchas de hu­medad en las paredes, la casa estaba fría y, aún peor, olía a humedad. Recordó que su tía siempre había insistido en que hu­biera encendido un pequeño fuego, incluso en verano, y que so­lía estar preocupada con la humedad de la casa. Mariana nunca ha­bía prestado mucha atención a estos comentarios, pero ahora tenía que reconocer su veracidad.
¿Por qué nadie le había escrito contándole que se estaba de­teriorando la casa? O tal vez lo hicieron y sus cartas aún la se­guían por el mundo. Mariana cruzó el salón y, entre suspiros, se dirigió a la cocina. Allí también había signos de descuido y aban­dono. La casa estaba limpia, pero desolada, y tan fría y húmeda que esa sensación conseguía meterse hasta los huesos. El come­dor no estaba en mejor estado, también tenía manchas de hume­dad, polvo y aquel olor insufrible, testigo de la decadencia y el abandono de la casa.
Se dirigió al piso superior. John le había dicho que el techo necesitaba arreglarse, ya que durante el invierno se había cuar­teado. También le dijo que habían hecho algunos arreglos, pero los temores de Mariana se confirmaron cuando abrió la puerta del primer dormitorio y entró.
Ella y Natalie habían compartido esa habitación, en la que parecía haberse detenido el tiempo; incluso flotaba en el aire el perfume, fuerte y oriental, de Natalie. A los diecisiete años, era demasiado joven para usar una fragancia tan sofisticada, pero había insistido en aplicársela y su esencia aún permanecía en el aire. Mariana frunció el ceño y pensó que, después de seis años, no debería permanecer el olor de su perfume. A no ser que Natalie hubiera estado allí recientemente. ¿Pero por qué? No había que­rido aceptar ninguna responsabilidad acerca de la casa cuando su madre fue llevada al hospital. Tom Smith le había contado que cuando pidió a Nat que se pusiera en contacto con Mariana, le había respondido que la casa podía convertirse en polvo.
Tocó la colcha de una de las camas individuales y retiró los dedos al sentir la tela húmeda. Tembló al notar el moho que la cubría. Esa había sido su cama... Sonrió con tristeza. Natalie ha­bía escogido una colcha igual y una vez que había fumado a es­condidas en la cama, le hizo un agujero con el cigarrillo. Sus de­dos se tensaron al palpar la quemadura. Esa era la colcha de Natalie. ¿Qué hacía en su cama?
Los recuerdos del carácter dominante de Natalie durante su infancia, la invadieron. Natalie la odiaba a ella y también odia­ba tocar cualquier cosa que fuera suya. Nunca habría permitido que la colcha de Mariana fuera puesta en su cama. Por suerte, todo eso había acabado hacía tiempo, pensó Mariana. La persona que limpió la casa, debió confundir las colchas. Salió de la habita­ción y dejó atrás los recuerdos y el perfume de Nat. No podría dormir en ese dormitorio, estaba demasiado húmedo.
La habitación de su tía mostraba los mismos signos de des­cuido. Ahora comprendía la razón por la que Peter le había ofre­cido que durmiera en su casa. Tendría que permanecer allí esa noche. No podía volver a esa hora y despertar a todos. Si quería acercarse a Sophie, tendría que hospedarse en el hotel o... tra­garse su orgullo y preguntarle a Peter si su oferta de ofrecerle una habitación aún estaba en pie. A pesar de lo mucho que que­ría ayudar a Sophie, no sabía si podría soportar compartir la mis­ma casa con Peter.
Mariana se recordó a sí misma que ya no tenía diecinueve años. ¿Por qué le temía? ¿Tenía miedo de que Peter tratara de conti­nuar su relación en donde la habían dejado? La idea le pareció absurda y se sintió más tranquila. La modelo decidió que iría a verlo al día siguiente para pedirle ayuda. Pero eso sería mañana y por el momento tendría que pensar qué haría esa noche. Ten­dría que dormir en el salón porque en los dormitorios había de­masiada humedad. Recordó que su tía solía guardar una cama en un armario hermético que había en el cuarto de baño. Con un poco de suerte, podría encontrar allí sábanas secas.
Mariana pensó que necesitaba contratar a alguien, lo antes po­sible, para arreglar los desperfectos de la casa. Pues si continua­ba abandonada, nadie podría volver a vivir en ella.
Mientras se dirigía al baño, Mariana miró inconscientemente el pequeño cofre que había en el descansillo de la escalera. Con es­panto vio que en el cenicero había dos colillas. De inmediato pensó que no tenía por qué asustarse, pues era obvio que la persona que hacía la limpieza se había fumado un par de cigarrillos y que se olvidó de limpiar el cenicero. Sin embargo, cuando entró en el baño, tuvo la impresión de que algo no estaba bien... Apartó ese pensamiento y abrió el armario. Se sintió aliviada al ver que había un montón de sábanas secas. Mariana se acordó del calentador de inmersión de su tía y decidió tomar un baño caliente antes de bajar para acostarse en el sofá, aunque creía que no conseguiría dormirse.
Mariana se sentía demasiado triste, en aquella casa llena de re­cuerdos, como para poder descansar. ¿O quizá era el tierno beso de Peter lo que le hacía sentirse tan tensa? ¿Por qué se habría suicidado Natalie? ¿Lo sabría alguna vez? Peter la describió como mentalmente perturbada y aunque era verdad que siempre había tenido una tendencia a la histeria, sobre todo cuando no podía salirse con la suya, siempre se había aferrado a la vida con una tenacidad que Mariana no creía posible que hubiese desaparecido de un día para otro.
Se despertó como había imaginado: con las primeras luces del día y temblando de frío. Eran las siete. Mariana sabía que Peter siempre se iba a la fábrica a las ocho y media, lo cual no le deja­ba mucho tiempo para verlo.
La modelo se bañó, se cambió de ropa y se cepilló el cabello, pero no se maquilló. El estómago protestaba, recordándole que había transcurrido bastante tiempo desde su última comida. Des­pués salió de la casa y se dirigió al coche.
Condujo despacio hacia la casa de Peter, pues temía el mo­mento en que tendría que enfrentarse a él. La señora Lancaster le abrió la puerta y su cara pareció preocuparse, al ver el rostro pálido de Mariana.
—¿Está Peter?
—Está desayunando. Puede pasar. Iré a buscar otra taza. Pa­rece que no le sentaría mal beber algo.
Dudando, Mariana llamó a la puerta del comedor y después la abrió. Peter vestía un traje formal. Parecía más atractivo que el día anterior. Bebía una taza de café y simuló sorprenderse al verla. Dejó su taza y dobló el periódico que estaba leyendo.
—Buenos días; espero que hayas dormido bien —su voz era fría y burlona, y Mariana supo que sabía que había pasado una mala noche.
—No mucho. No sabía que la casa estaba en ese estado. Su­pongo que es mi culpa... —Peter miró su reloj. Mariana sintió que quería manifestarle que estaba ansioso por librarse de ella.
—No hablemos de cosas sin importancia. Estoy seguro de que no has venido a esta hora de la mañana para discutir los arreglos que necesita la casa. ¿Qué quieres?
Mariana pensó que lo odiaba con todas sus fuerzas. Y aborreció la manera en que intentaba reducirla al papel de mendiga.
Con toda seguridad sabía por qué estaba allí y, aun así, ha­cía todo lo posible para que le resultara difícil y humillante.
La llegada del ama de llaves con una taza y una jarra de café ocasionó una bienvenida interrupción; pero, en cuanto se fue, sus ojos se volvieron fríos y no le pidió que se sentara. El resen­timiento de Mariana aumentó y de no ser por Sophie, se habría mar­chado de allí en ese mismo instante. Peter preguntó con voz im­paciente:
—¿Y bien, Mariana?
—Vine a preguntarte si tu oferta de la habitación aún sigue en pie —dijo con voz ronca por la ira—. No puedo quedarme en mi casa...
La sonrisa que le dirigió no era de aliento. Hizo que su cora­zón se detuviera y después latiera de manera irregular. —Ayer no querías quedarte. ¡Vaya cambio de opinión! —Ayer creía que podía quedarme en mi casa —respondió con toda la calma de que fue capaz y odió que le hiciera dar explica­ciones que ya conocía desde el día anterior. Cuando rechazó que­darse allí, Peter sabía el estado de su casa y que ella tendría que retractarse. La furia hizo que se ruborizara—. A diferencia tuya, yo no sabía que estaba en tan mal estado.
—¿Qué tratas de hacer, Mariana? —la interrumpió con burla—. ¿Culparme por tu impulsividad? Siempre fuiste así... te gusta cul­par a otros de tus fracasos.
Lo injusto de su comentario y la forma amarga en que lo hizo, la dejaron sin aliento. Las lágrimas asomaron a sus ojos, muy a su pesar. No podía soportar más. Se volvió e iba a marcharse, cuando Peter dijo con voz baja:

5 comentarios:

  1. haaaaaaaaaaaaaaaaaay pupy te matoooooooooooooooooooooo como me podes dejar asi nena sos de terror

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  2. te matooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

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  3. dios porque ases esto lo tenias planiado verdad dejarme asi no valeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee encima es ma corto porque isiste la letra mayuscula haci que dame otro

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  4. Peter siempre la culpa a ella,pero el me parece k no quiere escuchar,lo k tenga para decirle,y la ataca.

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