tú ignórame, y yo te ignoraré a ti. Mariana, al igual que cualquier otra chica X, está
tratando de controlarme. Estoy harto de los juegos, estoy harto de sentirme
como un idiota. Y sobre todo estoy harto de que la gente se quede embobada
porque estuve en prisión.
Sé
que ella me está mirando, puedo sentir sus ojos clavados en mí como pequeños
pinchazos golpeándome en mi espalda. De la frustración, aporreo el siguiente clavo
en el dos—por—cuatro más duramente a como normalmente lo haría con lo que
golpeo mi índice con el martillo.
Fulmino
con la mirada a Mariana.
La
chica está sentada en el suelo vestida con una rasgada y manchada bata. —Yo...
yo no te estaba mirando —tartamudea.
—Al
infierno que no lo hacías —me doy la vuelta. Tengo las manos completamente
abiertas—. Tú quieres quedarte embobada con el ex convicto, lo conseguiste.
Sólo tienes que responder a una cosa para mí, ¿sí? ¿Te gusta cuando la gente se
te queda mirando a ti cuando vas cojeando por ahí como si te fueras a caerte en
cualquier momento?
Mariana
se queda sin aliento, luego cubre su nariz y boca con la mano mientras se va
cojeando al interior de la casa.
Oh mierda.
Mi
dedo está palpitando, mi cabeza late fuertemente, y yo he insultado a una joven
lisiada—y yo soy el responsable de incapacitarla. Yo sólo debería ir al
infierno en este momento porque el pacto con el diablo ya está probablemente
firmado de todos modos.
La
Sra. Reynolds no tiene idea de lo que está pasando, su cabeza está descansando
en la silla y ella está roncando.
Yo
arrojo al suelo el martillo y entro en la casa para encontrar a Mariana. Oigo
gimoteos procedentes de la cocina. Mariana está de pie en la encimera, tomando
las verduras de la nevera. Ella saca una tabla de cortar y empieza a cortarlas
con un cuchillo de carnicero enorme.
—Lo
siento —le digo—. No debería haber dicho eso.
—Está
bien.
—Obviamente
no lo está o no estarías llorando.
—No
estoy llorando.
Inclino
mi cadera contra la encimera. —Hay lágrimas cayendo por tu cara —claro como el
día que puedo verlas.
Coge
una cebolla y la sostiene hacia mí. —Mis ojos lloran cuando corto cebollas.
Mis
puños se aprietan, porque no puedo sacudirla y hacer que me grite. Esta vez
merezco que me grite. —Di algo.
En
vez de responder, corta la cebolla en dos. Me imagino que está pretendiendo que
la cebolla es mi cabeza... o alguna otra parte de mi cuerpo.
—Está
bien, hazlo a tu manera —le digo, a continuación la dejo. Si quiere vivir en
silencio, esa es su elección.
Aprieto
los dientes tanto que duelen, y el resto de la tarde yo trabajo fuera en el
cenador. Se siente bien crear algo útil, algo para que por fin alguien se
sienta orgulloso de mí, para variar. Porque el resto de mi vida está arruinada.
Mariana
abandonó su puesto en el patio. Ella no ha estado fuera desde que me fui tras
ella.
A
las siete informo a una despierta Señora Reynolds que es la hora de marcharme y
me dirijo a la parada de autobús. Mariana no viene atrás muy lejos.
Estoy
parado en la esquina de Jarvis y Lake Streets, con la mochila encima de mi
hombro, cuando un coche chilla a mi lado.
—¿Qué
estás haciendo en un vecindario de gente pobre a este lado de la ciudad, niño
rico?
Oh, hombre. Es
Victorio d’alessandro. Y algunos muchachos del equipo de lucha Fremont High.
—No
es nada que te importe —le digo. Vic se ríe, la amargura se puede ver en el
sonido de su cacareo—. ¿Tus amigos en la cárcel te enseñaron como pararte en la
esquina de la calle y venderte a ti mismo? ¿Cuánto cobras por usar ese trasero
tuyo de todos modos?
Los
otros chicos del coche se ríen, entonces Vic sale. Mira a mi derecha y dice
—¿Es esa tu nueva novia?
Me
vuelvo y veo a Mariana no muy lejos, cojeando hacia nosotros mientras se dirige
a la parada de autobús.
—Mariana,
regresa a la casa —le advierto. He visto peleas suficientes para saber que Vic
está buscando una. Con la esperanza de desviarlo, digo—: Esto es entre tú y yo,
hombre. Déjala fuera de esto.
Vic
se ríe, el sonido agudo hace que mi piel se ponga de gallina. —Compruébenla,
chicos. Por Dios, Lanzani, ¿realmente estás raspando el fondo del barril? ¿Te
enciende cuando se pavonea como una retardada de esa manera?
Dejo
caer la mochila y cargo contra él. Caemos en el suelo, pero uno de sus amigos
me agarra por detrás e inmoviliza mis manos atrás. Antes de que pueda liberar
mis brazos, Vic me golpea derecho en la mandíbula y las costillas.
Antes
de que sepa lo que está pasando, Mariana está en medio de nosotros, balanceando
su mochila y golpeando a Vic. La chica tiene más en ella de lo que deja
entrever.
A
través de toda la conmoción, me libero y empujo al idiota que me había estado
sosteniendo, entonces agarro a Mariana y actúo como su escudo antes de que ella
se mate. —¡Corre! —le ordeno mientras hago frente a uno de los chicos.
Estoy
golpeando y aferrándome a los cuellos de las camisas tanto como puedo en una
lucha de tres—contra—uno. Las probabilidades están en mi contra y no es un
espectáculo agradable. Todo el caos se congela cuando oigo una sirena con luces
rojas y azules intermitentes. Un oficial vuela fuera del coche y nos hace
arrodillarnos en el suelo con las manos sobre nuestras cabezas. —¿Qué está
pasando aquí, muchachos? —no veo a Mariana.
—Nada
—dice Vic—. Estábamos jugando alrededor. ¿Verdad, Lanzani?
Miro
directamente a Vic y digo —Es verdad.
—A
mi no me parece nada —el policía sostiene su mano hacia mí, la palma hacia
arriba—. Déjame ver tu documento de identidad.
Desde
que mi licencia de conducir fue revocada, sólo tengo el documento de identidad
de servicios a la comunidad del DOC. No estoy ni cerca de sacarlo y tener que
llamar a Damon. Estaría encerrado de nuevo antes de que tú puedas decir
"golpea—y—corre".
—No
lo tengo —le digo.
—¿Qué
estás haciendo en Hampton?
—Visitando
a un amigo.
El
tipo hace una postura de gran policía de las películas, con las piernas
abiertas y las manos sobre sus caderas colocadas justo encima de su cinturón de
la pistola. —Déjenme darles un consejo. No tratamos amablemente a los extraños
que llegan a nuestro pueblo y causan problemas —se vuelve hacia Vic—. Te
sugiero que te encuentres con tu amigo en su vecindario o tendré que implicar a
tus padres. ¿Entendido?
Este
debería ser el momento en que le diría al policía la verdad: que estoy en
Hampton por orden del Departamento de Corrección de Menores de Illinois. Pero
no lo haré.
—Lo
entiendo —dice Vic.
El
oficial vuelve a su coche patrulla y ordena a Vic y a sus amigos que sigan
adelante. Él sigue el coche de Vic. Yo miro hasta que ambos coches están fuera
de mi vista.
Cuando
miro a mi alrededor buscando mi mochila, rápidamente me doy cuenta de que no
está. Probablemente uno de los amigos de Vic me la arrebató. Pero esa es la
menor de mis preocupaciones.
Mi
mandíbula está empezando a protestar por el golpe de Vic, y me llevo la mano a
la cara para sentir si está sangrando. Cuando lo hago, Mariana aparece.
Nos
miramos fijamente.
El
autobús a Paradise llega retumbando por la calle y los dos entramos dentro. Me
siento en mi lugar habitual al final y ella me sigue, se sienta a mi lado.
Estoy sorprendido hasta que me doy cuenta de que sus dedos están temblando.
Ella tiene miedo.
Es
demencial y extraño después de todo lo que ha pasado, pero ella se siente a
salvo conmigo ahora mismo. No me atrevo a tocarla, porque eso significaría que
esto es algo más de lo que es. Y sé que este... este sentimiento de amistad es
una cosa pasajera, temporal. Lo que me asusta hasta la maldita muerte es que
alguna parte de mi cerebro ha decidido que este acto insignificante de Mariana
sentada a mi lado es el primer paso para
resolver
todo lo que ha salido mal en mi vida. Lo cual lo hace todo más significativo.
Aaaaaah quiero mas noveeeeeeeeee :)
ResponderEliminarque lindo peter potegiendo a mariana.. subi mas me encanta la nove
ResponderEliminarMAS NOVEEEEEEEEEE
ResponderEliminarLa protegue me parecio hermoso el cap
ResponderEliminarAmbos se protegen,se hieren ,tienen k hablar sin rencor ,y ahi todo comenzara a ir bien.
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