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sábado, 26 de mayo de 2012

novela: salir del paraiso capitulo 23



tú ignórame, y yo te ignoraré a ti. Mariana, al igual que cualquier otra chica X, está tratando de controlarme. Estoy harto de los juegos, estoy harto de sentirme como un idiota. Y sobre todo estoy harto de que la gente se quede embobada porque estuve en prisión.
Sé que ella me está mirando, puedo sentir sus ojos clavados en mí como pequeños pinchazos golpeándome en mi espalda. De la frustración, aporreo el siguiente clavo en el dos—por—cuatro más duramente a como normalmente lo haría con lo que golpeo mi índice con el martillo.
Fulmino con la mirada a Mariana.
La chica está sentada en el suelo vestida con una rasgada y manchada bata. —Yo... yo no te estaba mirando —tartamudea.
—Al infierno que no lo hacías —me doy la vuelta. Tengo las manos completamente abiertas—. Tú quieres quedarte embobada con el ex convicto, lo conseguiste. Sólo tienes que responder a una cosa para mí, ¿sí? ¿Te gusta cuando la gente se te queda mirando a ti cuando vas cojeando por ahí como si te fueras a caerte en cualquier momento?
Mariana se queda sin aliento, luego cubre su nariz y boca con la mano mientras se va cojeando al interior de la casa.
Oh mierda.
Mi dedo está palpitando, mi cabeza late fuertemente, y yo he insultado a una joven lisiada—y yo soy el responsable de incapacitarla. Yo sólo debería ir al infierno en este momento porque el pacto con el diablo ya está probablemente firmado de todos modos.
La Sra. Reynolds no tiene idea de lo que está pasando, su cabeza está descansando en la silla y ella está roncando.
Yo arrojo al suelo el martillo y entro en la casa para encontrar a Mariana. Oigo gimoteos procedentes de la cocina. Mariana está de pie en la encimera, tomando las verduras de la nevera. Ella saca una tabla de cortar y empieza a cortarlas con un cuchillo de carnicero enorme.
—Lo siento —le digo—. No debería haber dicho eso.
—Está bien.
—Obviamente no lo está o no estarías llorando.
—No estoy llorando.
Inclino mi cadera contra la encimera. —Hay lágrimas cayendo por tu cara —claro como el día que puedo verlas.
Coge una cebolla y la sostiene hacia mí. —Mis ojos lloran cuando corto cebollas.
Mis puños se aprietan, porque no puedo sacudirla y hacer que me grite. Esta vez merezco que me grite. —Di algo.
En vez de responder, corta la cebolla en dos. Me imagino que está pretendiendo que la cebolla es mi cabeza... o alguna otra parte de mi cuerpo.
—Está bien, hazlo a tu manera —le digo, a continuación la dejo. Si quiere vivir en silencio, esa es su elección.
Aprieto los dientes tanto que duelen, y el resto de la tarde yo trabajo fuera en el cenador. Se siente bien crear algo útil, algo para que por fin alguien se sienta orgulloso de mí, para variar. Porque el resto de mi vida está arruinada.
Mariana abandonó su puesto en el patio. Ella no ha estado fuera desde que me fui tras ella.
A las siete informo a una despierta Señora Reynolds que es la hora de marcharme y me dirijo a la parada de autobús. Mariana no viene atrás muy lejos.
Estoy parado en la esquina de Jarvis y Lake Streets, con la mochila encima de mi hombro, cuando un coche chilla a mi lado.
—¿Qué estás haciendo en un vecindario de gente pobre a este lado de la ciudad, niño rico?
Oh, hombre. Es Victorio d’alessandro. Y algunos muchachos del equipo de lucha Fremont High.
—No es nada que te importe —le digo. Vic se ríe, la amargura se puede ver en el sonido de su cacareo—. ¿Tus amigos en la cárcel te enseñaron como pararte en la esquina de la calle y venderte a ti mismo? ¿Cuánto cobras por usar ese trasero tuyo de todos modos?
Los otros chicos del coche se ríen, entonces Vic sale. Mira a mi derecha y dice —¿Es esa tu nueva novia?
Me vuelvo y veo a Mariana no muy lejos, cojeando hacia nosotros mientras se dirige a la parada de autobús.
—Mariana, regresa a la casa —le advierto. He visto peleas suficientes para saber que Vic está buscando una. Con la esperanza de desviarlo, digo—: Esto es entre tú y yo, hombre. Déjala fuera de esto.
Vic se ríe, el sonido agudo hace que mi piel se ponga de gallina. —Compruébenla, chicos. Por Dios, Lanzani, ¿realmente estás raspando el fondo del barril? ¿Te enciende cuando se pavonea como una retardada de esa manera?
Dejo caer la mochila y cargo contra él. Caemos en el suelo, pero uno de sus amigos me agarra por detrás e inmoviliza mis manos atrás. Antes de que pueda liberar mis brazos, Vic me golpea derecho en la mandíbula y las costillas.
Antes de que sepa lo que está pasando, Mariana está en medio de nosotros, balanceando su mochila y golpeando a Vic. La chica tiene más en ella de lo que deja entrever.
A través de toda la conmoción, me libero y empujo al idiota que me había estado sosteniendo, entonces agarro a Mariana y actúo como su escudo antes de que ella se mate. —¡Corre! —le ordeno mientras hago frente a uno de los chicos.
Estoy golpeando y aferrándome a los cuellos de las camisas tanto como puedo en una lucha de tres—contra—uno. Las probabilidades están en mi contra y no es un espectáculo agradable. Todo el caos se congela cuando oigo una sirena con luces rojas y azules intermitentes. Un oficial vuela fuera del coche y nos hace arrodillarnos en el suelo con las manos sobre nuestras cabezas. —¿Qué está pasando aquí, muchachos? —no veo a Mariana.
—Nada —dice Vic—. Estábamos jugando alrededor. ¿Verdad, Lanzani?
Miro directamente a Vic y digo —Es verdad.
—A mi no me parece nada —el policía sostiene su mano hacia mí, la palma hacia arriba—. Déjame ver tu documento de identidad.
Desde que mi licencia de conducir fue revocada, sólo tengo el documento de identidad de servicios a la comunidad del DOC. No estoy ni cerca de sacarlo y tener que llamar a Damon. Estaría encerrado de nuevo antes de que tú puedas decir "golpea—y—corre".
—No lo tengo —le digo.
—¿Qué estás haciendo en Hampton?
—Visitando a un amigo.
El tipo hace una postura de gran policía de las películas, con las piernas abiertas y las manos sobre sus caderas colocadas justo encima de su cinturón de la pistola. —Déjenme darles un consejo. No tratamos amablemente a los extraños que llegan a nuestro pueblo y causan problemas —se vuelve hacia Vic—. Te sugiero que te encuentres con tu amigo en su vecindario o tendré que implicar a tus padres. ¿Entendido?
Este debería ser el momento en que le diría al policía la verdad: que estoy en Hampton por orden del Departamento de Corrección de Menores de Illinois. Pero no lo haré.
—Lo entiendo —dice Vic.
El oficial vuelve a su coche patrulla y ordena a Vic y a sus amigos que sigan adelante. Él sigue el coche de Vic. Yo miro hasta que ambos coches están fuera de mi vista.
Cuando miro a mi alrededor buscando mi mochila, rápidamente me doy cuenta de que no está. Probablemente uno de los amigos de Vic me la arrebató. Pero esa es la menor de mis preocupaciones.
Mi mandíbula está empezando a protestar por el golpe de Vic, y me llevo la mano a la cara para sentir si está sangrando. Cuando lo hago, Mariana aparece.
Nos miramos fijamente.
El autobús a Paradise llega retumbando por la calle y los dos entramos dentro. Me siento en mi lugar habitual al final y ella me sigue, se sienta a mi lado. Estoy sorprendido hasta que me doy cuenta de que sus dedos están temblando.
Ella tiene miedo.
Es demencial y extraño después de todo lo que ha pasado, pero ella se siente a salvo conmigo ahora mismo. No me atrevo a tocarla, porque eso significaría que esto es algo más de lo que es. Y sé que este... este sentimiento de amistad es una cosa pasajera, temporal. Lo que me asusta hasta la maldita muerte es que alguna parte de mi cerebro ha decidido que este acto insignificante de Mariana sentada a mi lado es el primer paso para
resolver todo lo que ha salido mal en mi vida. Lo cual lo hace todo más significativo.

5 comentarios:

  1. Aaaaaah quiero mas noveeeeeeeeee :)

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  2. que lindo peter potegiendo a mariana.. subi mas me encanta la nove

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  3. La protegue me parecio hermoso el cap

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  4. Ambos se protegen,se hieren ,tienen k hablar sin rencor ,y ahi todo comenzara a ir bien.

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