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domingo, 13 de mayo de 2012

novela:un amor inolvidable tercer capitulo ultima parte





Caminaron por el pasillo y el ama de llaves se detuvo dos puer­tas más allá de la de Sophie. Mariana se encontró con un precioso y sencillo dormitorio de invitados, que daba al jardín, y que, ade­más, tenía cuarto de baño propio.
La modelo se preguntó cuánto tiempo permanecería allí. ¿Cuánto tiempo soportaría quedarse en ese lugar? Un pensamiento poco placentero pasó por su mente. Si Sarah y Peter eran amantes, ¿se quedaría en la casa? En seguida, se dijo a sí misma que eso no era de su incumbencia, ya que ahora no tenía un inte­rés romántico en Peter. Pero, ¿era así?
Más para distraer sus pensamientos que por otra cosa, le pre­guntó a la señora Lancaster:
—Peter y Natalie... ¿cuál era su dormitorio?
—Dormían en habitaciones separadas. El dormitorio de la se­ñora Lanzani era el contiguo a éste... —hizo una pausa y después continuó—. Todavía están allí todas sus cosas. Me preguntaba si usted querría revisarlas...
—Pero seguro que Peter... —protestó Mariana, que trataba de asimilar el hecho de que Peter y Natalie dormían en habitacio­nes separadas. ¿Quién lo habría sugerido? La señora Lancaster había dicho que Natalie pasaba mucho tiempo fuera de la casa, pero, ¿desde cuándo Peter y Sarah...?
—El señor Peter me dijo que me deshiciera de todo y cerrara la habitación, pero no pude hacerlo. Algunas de sus ropas son muy costosas...
Mariana comprendió el dilema de la señora Lancaster.
—Por supuesto que lo haré —dijo Mariana, aunque pensaba que sería una tarea poco agradable, pero que se lo debía a su prima.
Mariana no vio cuando se fue Sarah. La señora Lancaster salió al jardín y le dijo que la comida ya estaba preparada y que Sarah ya se había ido.
Durante la comida, Sophie mantuvo los ojos fijos en su pla­to. ¿Qué hecho traumático le hacía permanecer en silencio? Y no sólo había dejado de hablar. Sophie tenía seis años y era una niña introvertida que huía de todo contacto físico y se encerraba en sí misma.
Después de comer, la señora Lancaster le informó que iba a ir de compras y que, como siempre, llevaría a Sophie. Pero, cuan­do Mariana sugirió que la pequeña se quedara con ella, las dos mu­jeres se quedaron muy sorprendidas al ver que la niña asentía.
—Usted le agrada —le dijo la señora Lancaster, cuando Sophie subió a lavarse los dientes—. Es su vivo retrato, excepto en el color de los ojos.
—Los genes son una cosa extraña.
Mariana había visto unos libros infantiles en la librería del sa­lón y decidió escoger algunos para leerlos con Sophie en el jar­dín, aprovechando que hacía una tarde tibia y soleada. Después se fue al comedor, en donde, como esperaba, Sophie estaba aguar­dándola. Aunque la pequeña no podía hablar, sí podía oír y en­tender los cuentos. No podía obligar a Sophie a aceptarla, a que le diera su confianza, pero... Tomó una decisión y comenzó a hablar, lo hizo con voz baja, como si hablara consigo misma. —Es una tarde maravillosa, creo que saldré al jardín. Si hu­biera una silla plegable, me podría sentar a leer. Quizá encuen­tre alguna en el garaje.
Sin esperar a ver la reacción de Sophie, se dirigió a la cocina y a la puerta trasera, contenta porque la pequeña la seguía. La niña llevaba puestos unos pantalones demasiado grandes y Mariana decidió que saldría y le compraría ropa nueva. Quizá pudiera llevar a Sophie con ella.
Como esperaba, encontró sillas de jardín en la cochera. Cogió una y se dirigió al prado. Sophie la siguió.
Mientras caminaba, hablaba acerca de la casa, el pueblo y los cambios que había encontrado, así como de su tía y su pro­pia niñez, pero sin mencionar a la madre de Sophie.
Cuando al fin se sentó y abrió un libro, Sophie se puso a su lado.
—Umm, ésta parece una buena historia —miró a la niña y comenzó a leer en voz alta.
Sophie estaba de pie a menos de un metro de distancia y la miraba. Mariana leía despacio y de vez en cuando levantaba los ojos del libro para mirar a su alrededor. Sophie no respondía, pero permanecía allí, mirándola, sin moverse.
Ya había leído más de la mitad del libro cuando sintió que Sophie se movía. Su corazón dio un vuelco. ¿Acaso se había abu­rrido y se iba? No se atrevió a levantar los ojos del libro y volvió a respirar cuando vio la sombra de la niña sobre su regazo. Aún estaba junto a su silla, cuando terminó de leer el cuento.
Mariana pensó que había conseguido establecer contacto con Sop­hie. La pequeña no la había rechazado, como temía que lo hicie­ra. ¿Qué habría dicho Natalie a Sophie acerca de ella? ¿Las ha­bría comparado? Suspiró y cogió otro libro de Sophie. Había muchas cosas que no comprendía y que no podría entender sin la cooperación de Sophie. Iba a coger otro libro y se sorprendió cuando la niña la apartó y se puso a buscar ella misma.
Sophie le dio un libro viejo y maltratado. Asombrada, Mariana reconoció que era uno de los suyos. Un libro que había recibido de sus padres en el último cumpleaños. Acarició la maltratada cubierta y recordó lo preciado que para ella había sido ese libro..., un símbolo de todo lo que había perdido. Lo había dejado en la casa, junto con todos sus otros tesoros, pero, ¿dónde lo había encontrado Sophie?
Mariana abandonó sus pensamientos y observó que la pequeña la miraba con ojos implorantes. Con un movimiento inespera­do, Sophie abrió el libro, que estaba sobre las piernas de Mariana, y señaló el lugar en donde había escrito su nombre hacía ya mu­cho tiempo.
¡Sophie lo sabía! De alguna manera, la niña había adivinado lo que pensaba y a su manera intentaba decirle que sabía quién era. La emoción se apoderó de Mariana y, sin pensarlo, abrazó a la niña. Demasiado tarde, recordó que había decidido esperar a que Sophie diera el primer paso...
—¡Oh, Sophie...! —la soltó, temblorosa, y le retiró el cabe­llo rubio de los ojos—. Sí, este libro fue mío hace tiempo — trató de parecer calmada—. Mis padres me lo dieron cuando era pequeña... antes de que fuera a vivir con tu mamá; pero, ¿dón­de lo conseguiste?
Enseguida Sophie se tensó y sus ojos negros parecían asustados. ¡Dios mío! Sophie pensaba que se iba a enfadar con ella. Entonces, Mariana dijo con suavidad:
—No, no querida, no estoy enfadada. Me gusta que lo hayas encontrado. ¿Quieres que te lo lea?
Sophie ya no sintió temor y asintió, apoyándose en la silla de Mariana, cuando comenzó a leer.
Al mirar su cabeza inclinada, Mariana pensó que era hija de Peter y sin embargo, no le encontraba ningún parecido con él. Tal vez porque no quería verlo.
Dejó de leer y miró a Sophie. Le dijo con suavidad: —Sabes, creo que estarías más cómoda si te sentaras en mis rodillas. ¿Qué opinas? ¿Te gustaría?
Mariana contuvo la respiración, esperando el rechazo de la niña y se quedó sorprendida cuando la cabecita rubia asintió. Trató de ocultar su júbilo y dijo con mucha calma: —Entonces, ven, deja que te levante. Aún permanecían sentadas así, cuando, una hora después, re­gresó la señora Lancaster, que no podía creer lo que veía. —Está dormida —le dijo Mariana sonriendo. —¡Dios mío! Yo diría que le cogió afecto desde un princi­pio. Ayer, sus ojos no dejaron de mirarla.
—No puedo evitar preguntarme lo que Natalie le diría de mí —sintió que podía confiar en la señora Lancaster—. Ella y yo nunca nos llevamos bien. Solía decir que yo era fea...
—Podía ser cruel con las palabras, cuando quería. Muchas veces encontré a la niña llorando, después de haber estado un rato con su madre.
—Peter no cree que el trauma de Sophie se deba a la muerte de su madre. Piensa que hay algo más.
—Debo admitir que creí que no le afectaría tanto. Después de todo, no la veía mucho, pero con los niños nunca se sabe.
Mariana no hizo más preguntas, pues no quería parecer dema­siado curiosa acerca de la vida privada de su prima. Y decidió que al día siguiente comenzaría a revisar las cosas del dormitorio de Natalie. Un poco más tarde, metió a la niña en la casa. Al entrar escuchó que sonaba el teléfono y vio que la señora Lan­caster contestaba.
—Era el señor Lanzani —le dijo diez minutos después—. Que­ría que supiera que no vendría a cenar.
—¿Dijo cuándo volvería? —se preguntó si su voz había so­nado temblorosa. ¿Qué le importaba si Peter iba o venía?
—No, no lo dijo.
Peter no cenaría con ella esa noche. ¿Por qué la inquietaba eso? ¿Cenaría con Sarah? Se sintió triste. Se preguntó qué le su­cedía. ¿No estaría celosa?


6 comentarios:

  1. haaaaaaaaaaay ya hay acercamiento hacia la niña quiero otro capitulo pupy dale
    te quiero linda
    dulce

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  2. ouoy necesito otro te lo ruego esto cada vez me gusta massssssssssssssssssssssssssssssssss

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  3. sabes quiero que agas maraton pupy decime que si dale porfavor no sabes como estoy con tu novela

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  4. Me encanta la novela espero más :)

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  5. Estoy ansiosa por el próximo cap quiró más nove

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  6. si k esta celosa.La niña un dulce,6 añitos ,a saber k le pasaria para encontrarse de esa manera.

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