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martes, 22 de mayo de 2012

novela: un amor inolvidable capitulo final



—¿Y piensas que yo no? Durante seis años ha sido mi hija y ahora, de pronto, se supone que debo dejarla. Bueno, si quie­res a Sophie, vas a tener que pagar por ella —se volvió, dio un portazo y cerró la puerta con llave.
—¿Cómo? —estaba muy confundida. ¿Qué quería? ¿Dine­ro? Peter era rico y además el dinero nunca había sido el eje de su vida. No podía comprender lo que decía.
—Así —se acercó a ella; en sus ojos podían leerse sus inten­ciones.
Mariana se tensó y se movió hacia atrás, eran los movimientos de un cazador y de su presa. Pero pronto la tensión de Mariana em­pezó a volverse excitación. Peter la deseaba, lo sabía por instin­to, como si él se lo hubiera dicho. Su pulso se aceleró cuando él se acercó, tanto que podía ver cada línea de su rostro.
—Peter...
—No digas nada. Me debes esto, Mariana... esta y mil veces que debiste de estar en mis brazos y no fue así. No lo entiendo —la cogió por los brazos—. No eres fría, ni te falta pasión... eres todo lo contrario y aun así, permaneciste virgen durante todos estos años...
Mariana trató de sonreír.
—Tal vez disfruté —intentó librarse de sus manos—. No creo que esto sea una buena idea, Peter...
—No estoy de acuerdo —la suavidad de su voz la hizo estre­mecerse.
—Vas a casarte con Sarah —le recordó Mariana, sintiéndose de­sesperada.
—Aún no estoy casado. Me debes esto, Mariana...
Era la segunda vez que proclamaba su reclamación. Ella no le debía nada, pensó con amargura, por el contrario, él era quien... Sus pensamientos se confundieron cuando su boca la tocó. Po­dría haber resistido la violencia, pero ante esa ternura y el senti­miento de que el tiempo volvía atrás, no podía luchar. Su cuer­po lo anhelaba, lo deseaba con más pasión que antes, ahora que sabía lo que era hacer el amor con él.
El calor de su boca sedujo sus sentidos y su cuerpo ardía en donde él la acariciaba. Mariana deseó que se vieran libres de las ro­pas y poder sentir su piel junto a la suya. Sintió cómo él se retiraba un poco y, por instinto, se aferró a él rogándole que no lo hiciera. Él pronunció junto a su cuello:
—¡Mariana! —el sonido de su nombre hizo que su corazón la­tiera excitado. Lo amaba tanto, que deseaba tomar aunque fue­ran esas migajas.
Si él deseaba hacerle el amor, ella sentía lo mismo, pero con más fervor. Cuando estaba en sus brazos, deseaba ser la mujer que él soñaba. Una mujer que jamás olvidaría. Quería que cuando se casara con Sarah, no pudiera olvidar la pasión vivida a su lado y si eso era egoísmo, iba a ser muy egoísta.
—No sabes cuánto te deseo —dijo Mariana, al sentir el calor de su piel, cuando Peter apoyó su frente contra la suya. La repen­tina sensación de poder fue tan fuerte que ella no trató de resistirla.
—Demuéstramelo —Peter pronunció esas palabras contra su boca, delineándola con suaves besos y deslizando las manos por sus hombros, hasta que la oprimió contra su pecho.
Mariana sintió los latidos de su corazón. Él le tomó la cara con las manos y su boca se apoderó de la suya, devorándola.
Las caricias de Peter sobre sus senos la hicieron estremecer­se y emitió débiles sonidos de placer.
— ¡Gata peligrosa! —le dijo él entre susurros y Mariana sintió que los gemidos aumentaban cuando le desabrochó la blusa y des­lizó su mano dentro.
Bajo la delgada seda del sostén su piel se estremeció de ma­nera provocadora y Mariana se arqueó.
La boca de Peter dejó su garganta y Mariana abrió los ojos y vio cómo brillaba el deseo en los suyos, al posar la mirada en sus excitados senos.
—Bésame —Mariana pronunció la palabra, pero le pareció que había sido otra mujer, una mujer que parecía saber cómo guiar la cabeza de Peter hacia sus senos, una mujer que no trataba de ocultar el placer que él le proporcionaba al apartar la fina seda y posar la boca sobre su seno.
—¿Así? —su boca le acarició el otro seno y ella aferró las manos a su espalda. Perdida en las sensaciones que invadían su cuerpo, no notó que Peter bajaba el cierre de su falda hasta que la sintió deslizarse hasta el suelo. El sonido de placer que emitió al sentir el contacto de sus cuerpos, la llenó de amor. Mariana lu­chaba con los botones de la camisa de Peter, mientras sus bocas se fundían en un beso apasionado. Bajo la camisa, su cuerpo es­taba húmedo y su perfume la envolvió.
Cuando Peter se arrodilló para quitarle las medias, Mariana se estremeció. Por primera vez en su vida, no iba a pensar o racio­nalizar, sólo iba a sentir; pero cuando sintió su boca sobre su piel, fue algo para lo que no estaba preparada. Por instinto, se retiró temblorosa y el rubor cubrió su piel. Peter le dijo con voz ronca:
—Mariana... Mariana... déjame amarte.
Un estremecimiento la sacudió y dardos de fuego recorrieron su cuerpo cuando él tomó su silencio como consentimiento y la acarició con la lengua. Sus manos retiraron las sedosas medias y el pequeño encaje que las sostenía rodó hasta el suelo en el mo­mento en que él lo desabrochó.
Mariana se agitó al sentir sus dedos en sus muslos y bajo el elás­tico de sus pequeñas bragas. Cerró los ojos y deseó tocarlo como él la tocaba, anhelando que la hiciera suya, que...
Cuando Peter le quitó las bragas, deseó ocultarse y, como si él adivinara su impulso, la cogió por las muñecas y con una mano las colocó detrás de su cuerpo, mientras que con la otra la acariciaba. Sus dedos se aferraron a su tobillo y exploró la for­ma de su pantorrilla, su rodilla... Mariana temblaba de manera con­vulsiva mucho antes de sentir su boca sobre su piel, y de su gar­ganta salió una exclamación al sentir el contacto de su lengua contra su cuerpo; deseaba retirarse, pero el placer que recorría su cuerpo se lo impedía.
Todos los pequeños sonidos que había contenido por vergüen­za salieron en un gemido tormentoso.
—Peter, por favor... —quería que se detuviera, para poderle expresar con palabras lo que sentía con sus caricias íntimas, pero las palabras que él pronunciaba contra su piel se lo impi­dieron. Se dejó llevar hasta la cama y extendió los brazos hacia él cuando se quedó desnudo. Mariana pensó que su cuerpo era per­fecto, mientras lo estudiaba con curiosidad, sin poder evitar to­carlo... La excitación física de un hombre era algo que nunca había atestiguado y un sentimiento de orgullo la invadió al pensar que ella podía ocasionar ese efecto en él y deseaba demostrarle lo mu­cho que su deseo significaba para ella.
Cuando ella lo tocó, dudosa, él se tensó. La incertidumbre se apoderó de Mariana. En los primeros días de su relación, ella supo que lo excitaba, pero las caricias que hubo entre ellos siempre fueron iniciadas por Peter. Mariana nunca le acarició de ese modo y él nunca le indicó que deseaba que lo hiciera. Ahora ella que­ría hacerlo por voluntad propia, pero, ¿y si no deseaba que lo hiciera?
Lo miró, dudosa, y contuvo la respiración. El deseo brillaba en los ojos de Peter y su cuerpo estaba tenso. Mariana vio cómo se movían los músculos de su garganta. El desearlo así era una agonía, un dolor que llenaba todos los músculos y células de su cuerpo.
—Peter —murmuró su nombre y sus dedos comenzaron a acariciar sus muslos, cubiertos de fino vello oscuro. Él no se mo­vió; ni rechazó ni aceptó sus caricias. Mariana inclinó la cara y tocó su piel con los labios.
Un fuerte sonido inarticulado rompió el silencio que los ro­deaba. Enseguida, Mariana se tensó y lo miró, el corazón le latía con fuerza.
En sus ojos vio necesidad, hambre, pudo verlo todo con cla­ridad. Peter cerró los ojos y le acarició el cabello.
—Me vas a volver loco. No juegues conmigo, Mariana —dijo con voz ronca—. Ahora no tienes diecinueve años... ya tienes edad suficiente para saber que te deseo de todas las maneras que un hombre puede desear a una mujer. Quiero acariciar y excitar tu cuerpo hasta ver cómo se estremece de placer. Quiero que me acaricies y me toques de la misma forma, pero no como si fuera un experimento, ni como un pago recíproco. ¿Me comprendes?
Por supuesto que lo comprendía. Su cuerpo sentía lo mismo, el dolor y el deseo.
—He soñado contigo durante años —murmuró Mariana despacio—. Sufrido por ti... llorado. Te amo, Peter —admitió con voz ronca e inclinó la cabeza hasta sus muslos y sus labios acariciaron su piel. Los sonidos de placer que emitió Peter la lle­naron de pasión; su cuerpo lo deseaba. Él le hizo el amor con una urgencia igual a la que ella sentía.
Mariana amoldó su cuerpo al suyo y oleadas de placer la reco­rrieron. Aferró su boca a la de él, devolviéndole todos sus besos. Él gimió y volvió a besarla. Esta vez con suavidad, con labios tiernos, con besos adorables sobre su garganta y senos.
Mariana estaba desprevenida cuando él dijo:
—¿Por qué dijiste que me amabas? ¿Algo que dijiste sin pen­sar... algo que sentiste deberías decir o fue sólo la verdad?
Mariana reaccionó y trató de moverse, pero él se lo impidió. Se dijo que ahora su humillación era completa. Al necesitarlo y amar­lo tanto, se había traicionado por completo, mientras que Peter no había revelado nada...
Quería mentir, pero sabía que no podía hacerlo. Recordó un viejo dicho: «Uno no se debe ocultar la verdad a sí mismo». ¿Por qué mentir? ¿Qué ganaría ahora con eso?
—Hace mucho tiempo que mentí para salvar mi orgullo, Peter. No estoy dispuesta a hacerlo otra vez. Sí, te amo —Mariana se obligó a mirarlo—. Pensaría mal de sí misma si te hubiera hecho el amor sin amarte, peor de lo que pienso por haber sido una tonta para hacerlo.
Se sentía orgullosa de su pequeño discurso, pero parecía que él no lo comprendía del todo, ya que frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso de que me mentiste una vez?
Mariana decidió que Peter debía saber toda la verdad. Quizá esto lo ayudaría a olvidar la opinión que tenía de ella y a ver que el lugar de Sophie estaba a su lado.
—Hablo de cuando te dije que mi carrera era lo único que me importaba. Te mentí. Estaba muy enamorada de ti, pero Natalie me acababa de decir que te ibas a casar con ella, ¿qué se suponía que podía hacer yo? No pude soportar la pena de que me rechazaras, por lo que fui con Lucas y le dije que había recon­siderado su oferta de ayudarme a ser una modelo.
—¿Creíste a Natalie, sin saber nada más?
—No —admitió con candidez—. Un día la vi en tus brazos. Había venido a verte. Estabais en el salón, juntos...
—Debió ser el día que me contó que estaba embarazada.
—Me dijo que esperaba un hijo tuyo...
Peter apretó los labios con rabia y sus ojos se oscurecieron por la ira.
—Natalie me dijo que Lucas y tú erais amantes, que le habías dicho que estabas cansada de mí, que te ibas a ir de Little Martin. Su­girió que salváramos nuestro orgullo casándonos. Yo había perdido la cabeza por los celos... no podía soportar pensar que no me amabas.
Mariana se sentó y se puso la sábana alrededor.
—Nos mintió a los dos —dijo despacio—. Nos engañó... — los ojos se le llenaron de lágrimas y éstas empezaron a rodar por sus mejillas.
—Mariana, por favor, no llores... —la abrazó y le apoyó la ca­beza en su pecho—. Todo ha terminado y somos libres para se­guir nuestras vidas.
Mariana pensó con dolor que Peter quería decir que estaba li­bre de lo que había sentido por ella... libre para casarse con Sarah.
—¿Dejarás que me quede con Sophie?
—¿Dejarte que te lleves lo único que me ha mantenido vivo durante estos seis años? ¿Sabes por qué la quise tanto al princi­pio, Mariana? Bueno, porque se parecía mucho a ti. No podía tenerte a ti, pero podía tener una niña que me hacía recordarte... Una niña que podía haber sido nuestra hija.
Cuando ella lo miró sin comprender, él añadió:
—Mariana, Mariana, aún no es demasiado tarde para nosotros Yo todavía te amo... tú me amas...
—¿Tú me amas? —preguntó con desesperación, dando paso inmediato a la alegría.
—Por supuesto que te amo —le levantó la cara para que lo mirara a los ojos y la besó con una emoción tan grande que hizo que todas sus dudas se borraran—. ¿Por qué crees que estaba tan ansioso de que volvieras? Tan turbado, cuando descubrí que aún eras virgen... Tan alterado por haberte lastimado o asusta­do que no me atrevía a acercarme porque sabía que si lo hacía, te haría el amor otra vez... y otra...
—Pero, Sarah —protestó Mariana—. Ella...
—Sarah mintió. Nunca he hablado de matrimonio con ella. No me casaría con ella aunque tú no existieras, sólo por lo que siente hacia Sophie. Mariana, cásate conmigo tan pronto como po­damos arreglarlo...
—¿Y dejar mi exitosa carrera?
Mariana lo había dicho en broma, pero al ver dolor en los ojos de Peter, sintió haber pronunciado esas palabras—. Oh, no, Peter... no me mires así... Dejaría mi exitosa carrera para estar con­tigo... Por supuesto que me casaré contigo.
—¿Y Sophie?
—Siempre será nuestra hija mayor. Quizá algún día podamos decirle algo acerca de Lucas. No creo que él estuviera enterado. Nunca habría sugerido un aborto. Tal vez Natalie sabía que él no se casaría con ella y empleó esa historia para ganar tu simpa­tía. Nunca lo sabremos.
—Tu prima nos robó siete años de felicidad. Siete años en los que pudimos estar juntos, en que pude despertarme contigo entre mis brazos. Ver cómo cuidabas a nuestros hijos... Hemos de reponer siete años de amor.
—Entonces, es mejor que no perdamos el tiempo hablando —musitó Mariana. Se estiró junto a él y se deleitó al ver cómo miraba su cuerpo—. Te amo, Peter —le dijo con suavidad—. Siem­pre te amé... y siempre te amaré...
—Con sinceridad, espero que así sea —le contestó con voz ronca—, porque sin ti, no vale la pena vivir.


espero que les haya gustadoo un beso enorme no leemos mañana

8 comentarios:

  1. MEEEE ENCANTOO PUPITIIIS!!
    ALLL FIIN ENTENDIII LA NOVEEE!!
    ESPEROOO Q HAGAAAS OTRAA!
    Beso,Anto

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  2. me encantoooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!


    espero que subas la proxima

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  3. noooo la ame :) ojala subas otra!

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  4. JAJAJAJA OOOOOOO ANTO LA ENTENDIO QUE MILAGRO AJAJAJ MENTIRA MI ANTO LINDA I LOVE JAJAJ NO PUEDO CREER QURE SE HAYGA ACABADO ESTA NVELA ES LINDIDIDIDIDIIDISIMA Y QUIERO EPILOGO O OTRA TE AMOOOOOOOOO MI PUPY MASS
    DULCE

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  5. Todo mas k aclarado x fin ,se deben esos 7 años.¿K novela sera la siguiente?,dinos el titulo xfis.

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  6. Espero k pongas caps d Salir del paraiso.

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  7. me encantò la noveeeeeeee
    espero otraaaaaaa
    jajajaa

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