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jueves, 17 de mayo de 2012

novela: un amor inolvidable capitulo 6 primera parte



ESA NOCHE Mariana se acostó temprano, pero no conseguía dormirse. Para tranquilizarse se decía a sí misma que su falta de sueño no tenía nada que ver con que Peter hu­biera salido con Sarah. Sin embargo deseaba oír cuanto antes el ruido de su coche.
Se había pasado seis años repitiéndose que estaba libre de él, que no significaba nada más que malos recuerdos. Y ahora, en unos cuantos días, la coraza protectora que había construido a su alrededor se derrumbaba.
Mariana no pudo dormirse hasta que oyó que el coche de Peter se detenía fuera de la casa. Miró su reloj y vio que eran casi las dos de la mañana. Los celos se apoderaron de ella al imaginarse a Sarah en brazos de Peter. Su deseo de averiguar la razón por la que Natalie se había quitado la vida estaba siendo superado por una necesidad instintiva de alejarse de Peter antes de que él descubriera sus sentimientos. Él sabía la razón por la que Na­talie la había nombrado tutora de Sophie, así como lo vulnera­ble que era, pero, gracias a Dios, aún no sabía por qué era tan débil. Si pudiera marcharse... Pero tenía que pensar en Sophie, ella la necesitaba y era mucho más importante que sus senti­mientos.
Al día siguiente, Mariana se levantó triste y llena de malos presentimientos. Sabía que debía tranquilizarse si quería ayudar a su sobrina, pero, ¿por qué iba Sophie a responderle a ella cuan­do no lo hacía con Sarah o con su padre? Se dirigió a la habita­ción de la pequeña y la encontró vistiéndose. Su sonrisa, cuando vio a Mariana, borró todas sus dudas. Por instinto, Mariana la abra­zó, pero en ese momento entró Peter en la habitación y todo su cuerpo se puso tenso.
Durante varios segundos él la observó con una mirada indes­cifrable. Vestía un traje formal y estaba tan atractivo que Mariana sintió un fuerte deseo de abrazarlo.
Sophie sonrió a su padre, sin comprender la tensión que ha­bía entre los dos adultos.
—No puedo quedarme a desayunar con vosotras. Tengo que llegar a la oficina lo antes posible —dijo Peter a Mariana—. Y tam­poco vendré a cenar.
¿Sarah otra vez? Mariana sintió celos y escondió la cara, para que no adivinara lo que sentía. Él añadió, con una expresión en los ojos que no pudo definir, pero que la hizo estremecerse:
—Oh, casi me olvido; esta mañana llegó correspondencia para ti.
Metió la mano en el bolsillo y sacó varios sobres. A Mariana no le sorprendió porque había dado sus señas a su agente y cogió las cartas en silencio, pero el sobre de encima se le cayó. Tenía el sello del correo aéreo y en el reverso el nombre del remitente. Mariana sonrió al recogerlo, sin darse cuenta de lo mucho que su sonrisa había cambiado su expresión.
—¿Aún estás con contacto con Martinez?
—Sí... Tiene un niño pequeño —dijo Mariana sin poder com­prender la razón de su enfado. Sabía que él y Lucas no habían sido amigos, pero no entendía por qué reaccionaba así.
—Eres una mujer muy fría, Mariana. ¿Sabe su esposa...? —se detuvo, porque el teléfono empezó a sonar y bajó a Sophie al suelo—. Espero una llamada. Esa debe de ser.
Cuando se fue, Sophie la miró con incertidumbre. La niña no hablaba, pero era muy sensible y se daba cuenta de todo. Mariana se sintió culpable; sonrió y cogió la mano de Sophie. La sonrisa de la niña hizo que el corazón le diera un vuelco. Había algo muy familiar en esa sonrisa, pero no era la de Peter, ni tampoco la de Natalie. Con seguridad era su parecido con Sophie lo que veía reflejado en su sonrisa. Sin embargo, le recordaba mucho a otra persona, pero por más que pensaba, no sabía a quién.
Leyó la carta de Lucas durante el desayuno. Incluía una invita­ción para que no tardara en ir a verlo. Mariana sabía que tenía que dejar de apoyarse en Lucas y en Dinah. Después de guardar la car­ta en el sobre, se puso a mirar las fotografías que le había envia­do. Eran de su esposa Dinah y de Jeremey, que casi ya tenía tres años. El pequeño sonreía en la fotografía y Mariana supuso que a Sophie le gustaría ver la foto y se la enseñó.
—Ese es un niño bonito —dijo la señora Lancaster mientras miraba sobre el hombro de Mariana—. Me recuerda a alguien; pero, por el momento, no consigo saber a quién.
—Su padre vivía aquí y Jeremy se parece mucho a él, aunque tiene el mismo color de cabello que su madre.
Charlaron durante un rato y después Mariana ofreció sacar a Sophie al jardín, para que la señora Lancaster pudiera continuar con su trabajo.
Mariana había traído algunos libros de su casa y subió a buscar uno. Media hora después levantó la vista del libro, para estudiar el semblante de Sophie. Parecía que Winnie the Pooh era uno de los cuentos favoritos de Sophie, igual que lo había sido de ella.
Le dijo con una sonrisa:
—Leeré hasta el final de este capítulo y después nos deten­dremos —había caído en el hábito de hablarle a Sophie como si fuera a responderle. Y la pequeña tenía su propia manera de co­municar lo que quería o necesitaba.
Mariana suspiró, cuando cerró el libro, y se preguntó si alguna vez volvería a hablar.
—Es hora de que haga mis ejercicios —le dijo a Sophie y se puso de pie—. ¿Quieres mirar?
Siendo una modelo, los ejercicios eran una parte integral de su vida. Sophie continuó moviendo la cabeza:
—Entonces, vamos —dijo Mariana, mientras la cogía de la mano—. Hoy los haremos fuera, porque hace un día precioso. Subamos a mi habitación a buscar una cinta para el cassette — mientras Mariana se ponía los pantaloncillos cortos, Sophie la mi­raba y a Mariana se le ocurrió una idea—. Puedes hacerlos conmi­go esta mañana.
Como Sophie no se negó, la llevó a su habitación y la ayudó a cambiarse.
En el jardín Mariana hizo unos ejercicios básicos de calentamiento y se volvió hacia Sophie, mostrándole una versión más sencilla. Sophie respondió con entusiasmo. Tenía un ritmo físico natural que la ayudaba a adaptarse con facilidad a la rutina de los ejer­cicios. Mariana había escogido una cinta con música alegre y diver­tida, que incluía varias canciones pop que estaban de moda.
De pronto, cuando la cinta iba por la mitad, Mariana oyó un sonido que no procedía de la grabadora, en la que estaba sonan­do una canción popular. Sin poder creerlo, siguió moviéndose de manera automática y se acercó un poco a Sophie. El corazón le dio un vuelco al descubrir que estaba en lo cierto: Sophie tara­reaba la canción. Mariana no sabía qué hacer. Una parte de ella que­ría abrazar a la niña y mostrarle su excitación, pero otra parte de su ser le dijo que el tarareo de la niña era espontáneo, y que era probable que no se estuviera dando cuenta de lo que hacía y que si atraía su atención, tal vez podía hacerle un daño irrepa­rable. Deseó saber más acerca del estado de Sophie, para poder ayudarla. No se atrevió a hacer nada y sólo continuó con los ejer­cicios, tratando de ocultarle su excitación.
No tarareó ninguna de las otras canciones y, después de pen­sarlo, Mariana recordó que esa canción había estado entre las de más éxito algunas semanas antes de la muerte de Natalie. ¿Ha­bía alguna conexión? Tenía que hablar con alguien, ya que no Podía hacerlo con Peter ni con Sarah. De pronto pensó en John
Howard. Encontraría su dirección en la guía telefónica.
Mariana marcó su número y fue el mismo doctor Howard el que la respondió. Mariana le dijo quién hablaba.
—Quisiera saber si podrías venir. Es acerca de Sophie... es algo muy curioso... la he escuchado tararear una canción... —él parecía tan excitado como ella.
—Iré enseguida.
Mariana fue en busca de la señora Lancaster.
—Espero al doctor Howard —le sorprendió al ver que el ama de llaves fruncía el ceño y parecía que no lo aprobaba—. ¿Suce­de algo? Quiero hablar con él de Sophie... —Mariana le contó lo que había ocurrido en el jardín y enseguida la expresión de la señora Lancaster cambió.
—Él es la mejor persona con la que puede hablar. Antes de que viniera aquí, era especialista en problemas infantiles, pero lo abandonó porque le ocupaba mucho tiempo.
—Sí. Comprendo que quiera pasar el mayor tiempo posible con su esposa. Debe de ser terrible para ella, pobre mujer...
—Sí, pero hay quienes piensan que es peor para él. Estar ata­do a una inválida... por supuesto que ella está segura. Él no se puede divorciar. Ahora trabaja media jornada y se mantienen con el dinero de ella. Es de una familia muy rica. Su padre tenía mucho dinero y ella fue hija única...
—Oh, estoy segura de que esa no es la razón por la que sigue a su lado —se sintió molesta por el comentario de la señora Lac­easteis tal vez porque ella misma había sufrido muchas desilu­siones y no podía escuchar que un hombre traicionara a otra de su sexo.
—Quizá no —le sonrió.
Iba a subir a cambiarse cuando sonó el teléfono en el vestí­bulo. Lo cogió y se sorprendió al escuchar una voz femenina que no le era familiar.
—Soy Helen Howard. Mi marido me ha pedido que la lla­mara. Iba a verla cuando lo llamaron por una urgencia... un accidente de carretera. Estará con usted tan pronto como pueda. ¿Cómo está Sophie? —preguntó con preocupación—. ¡Siempre fue una niña tan dulce! Es muy triste ver sufrir a un niño.
A Mariana le gustó la señora Howard; aun sin conocerla. Ha­blaron durante varios minutos y, cuando colgó, volvió a la coci­na para avisarle a la señora Lancaster del cambio de planes.
John Howard llegó después de la comida. Mariana tomaba el sol en el jardín y Sophie dormía a su lado.
—Siento no haber podido llegar antes —dijo el doctor Ho­ward, disculpándose. Parecía cansado. Mariana se puso de pie con cuidado, para no despertar a Sophie.
—No te preocupes. Tu esposa me avisó por teléfono.
Algo brilló en los ojos de John. Mariana pensó que tal vez era tristeza al notar el contraste entre su salud y la de su esposa.
—Hermoso día —comentó el médico, mientras se quitaba la chaqueta—. Así está mejor —iba vestido con un sencillo traje y una corbata que a Mariana le pareció familiar y le recordó a la que había encontrado en su casa. ¿Eran iguales? Apartó de su mente ese absurdo pensamiento. ¿Por qué iba a haber una cor­bata de John Howard en casa de su tía?
—Iré a preparar café —ofreció Mariana. Y se puso la bata, aun­que no había nada indecente en su bikini, pero se sentía mejor un poco más cubierta.
Cuando Mariana volvió con el café y con limonada para Sop­hie, la pequeña aún dormía. Y por eso comenzó a explicar a John Howard lo que había sucedido esa mañana.
—Hmmm, como lo describes, suena como algo involuntario... lo que prueba que no tiene dañadas las cuerdas vocales, aunque nunca creímos que fuera un problema de ese tipo. ¿Se dio cuen­ta Sophie de lo que hacía?
Mariana respondió con un gesto negativo.
—No me atreví a atraer su atención. ¿Debía...?
Él negó, anticipando su pregunta.

6 comentarios:

  1. Me pareecee q eestoy empezando a entender algo, a Peter obviamente no u.u pero este doctor no era el amanteee de Natalie?? q se yo tengo mas dudas q sertesas ajajaaja
    MAAAAS!!
    Beso,Anto

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  2. me encanto se me van aclarando algunas dudas jajajaj quiero mas novela nenaaaaaaaaaaaaaaaaa jajajajaaj espero que los 3 comentarios sehan rapidoooo

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  3. En definitiva la intriga es buenisima.... hace que me apegue mucha mas a la nove

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  4. Me encçanta la nove

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  5. me encanta la nove.... es genial.... espero q sigas subiendo!!!!
    Besos q estes bien...!!!!

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  6. El doctor ,psrece k si tuvo k ver con Natali,y k su esposa sabe todo.

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