me
tomó una semana a mamá invitar al Sr. Reynolds a cenar. Me preguntó unas veinte
veces más si eso estaba bien conmigo. No tuve corazón para decirle que no.
El
Sr. Reynolds entra a la casa vistiendo un traje gris de tres piezas y corbata
roja, como si fuera a la corte por una infracción de tráfico. En sus manos una
docena de tulipanes púrpura para mi mamá y una caja de chocolates Frango para
mí.
—Gracias
—le digo embarazosamente cuando me entrega la caja. ¿Debo abrirla ahora, o esperar hasta más
tarde... o mañana?
—Por
qué no tomas asiento y te pones cómodo, Lou —dice mamá nerviosamente, sus manos
jugueteando con el vestido negro y sofisticado que decidió usar—, ¿Quieres una
bebida? ¿Vino... brandy... refresco?
El
Sr. Reynolds sonríe, una cálida sonrisa que puedo decir es sincera.
—Sorpréndeme.
Mamá
se ríe, una risa dulce y suave que no he oído en años.
Cuando
mamá está en la cocina, el Sr. Reynolds se vuelve hacia mí. — ¿Cómo es volver
al colegio después de estar ausente durante un año?
Me
encojo de hombros. —Está bien, supongo.
Él
se queda mirando por la ventana. ¿Dónde está mi mamá? El
reloj sobre la repisa de la chimenea hace tictac, cada segundo un recordatorio
de cómo el tiempo pasa tan lentamente.
Tictac. Tictac. Tictac.
El
Sr. Reynolds se frota las manos. Puedo decir que está tan ansioso como yo de
que mi mamá vuelva. Tictac. Tictac. Tictac.
Quiero
excusarme y esconderme en mi habitación. No creo que pueda manejar ver a mi
mamá en una cita con alguien que no sea mi papá.
Justo
cuando estoy a punto de ponerme de pie y excusarme, ella llega con tres bebidas
y una gran sonrisa. —Martinis para nosotros, Sprite para Mariana.
El
Sr. Reynolds toma el vaso de mi mamá. Sus manos se tocan un poco cuando ella se
lo entrega. Sé que la alenté a invitar al Sr. Reynolds, pero él es demasiado
grande, demasiado rubio, y... y no es mi papá.
Me
pongo de pie.
Mamá
me mira con una expresión cautelosa. —¿Adónde vas, cariño?
—A
mi habitación. Olvidé llamar a Candela.
Mamá
tiene esa mirada de cachorro en su cara; creo que ella sabe que estoy
mintiendo.
En
mi habitación abro el primer cajón de mi escritorio. En un sobre guardo el
número de teléfono de mi papá. Me tiemblan las manos mientras marco su número.
Suena
tres veces antes de que él conteste. —Jerry Esposito aquí.
—Um...
¿papá?
—Mariana,
¿Eres tú?
—Sí.
—¿Cómo
te está yendo mi niña?
—Muy
bien.
—¿Y
tu pierna? La última vez que hablamos estabas teniendo un poco de problemas.
—Está
mejor, creo.
Se
siente bien hablar con mi papá. Escuchar su voz familiar disipa la nube negra
que siempre parece cernirse sobre mí. No quiero decirle la verdad sobre mi
pierna, porque sólo quiero compartir buenas noticias. Si soy positiva, entonces
tal vez él no quiera olvidar que soy su hija.
—Grandioso.
¿Y la escuela?
Me
trago la realidad y digo tan alegremente como puedo: —Perfecta. Estoy
percibiendo todo como… —miento—. Wow —Hay silencio, pero no quiero que él
cuelgue. Me siento desesperada. Él suena entusiasta, pero no estoy segura.
—¿Cómo
está tu madre? finalmente dice, rompiendo el silencio.
Está teniendo actualmente una cita con su jefe
en nuestra sala de estar. —Ella está bien.
—Me
alegra oírlo. Te extraño, cariño.
—Yo
también te extraño. ¿Cuándo puedo verte?
No
importa cuántas veces me prometo que no le rogaré, fallo. Es como si algo
dentro de mí se rompiera cuando pienso que él va a terminar la conversación.
Quiero gritar: ¿No soy lo suficientemente
buena? pero no lo hago.
—En
algún momento pronto, cuando el negocio se establezca.
La
nube negra regresa… He oído esas mismas palabras antes. Demasiadas veces.
—Mariana,
¿puedes hacerme un favor?
Estoy
conteniendo las lágrimas, cuando digo: —¿Cuál?
—Dile
a tu madre que le envié un cheque la semana pasada. Y que su abogado deje de
llamar al mío. Me está costando una fortuna cada vez que llama, como ciento
cincuenta por hora.
—Se
lo diré.
Alguien
está hablando en el fondo y puedo decir que estoy perdiendo su atención. —Tengo
que tomar otra llamada, cariño. Lo siento, es importante. Te llamaré pronto.
—Está
bien. Te quiero, papá.
—Yo
también te quiero, Mags.
Hace
clic.
Trago
saliva y apoyo mi cabeza contra la pared. Por mucho que me diga que no a mí
misma, estoy llorando. Me gustaría tirarme en mi cama y sollozar en mi almohada,
pero probablemente mi mamá me oiría.
El
teléfono suena, me asusta. Estoy todavía con el inalámbrico en mi mano. ¿Podría ser mi padre llamando de nuevo tan
pronto? Él siempre dice que va a llamar pero
nunca lo hace. Tal vez ha cambiado. Tal vez se dio cuenta después de oír mi voz
que me extraña tanto que no puede aguantar más. — ¿Hola? —digo con entusiasmo.
Hay
una vacilación en la línea, luego una grabación de voz de mujer dice: —Esto es High Spring Water Company recordándole
que hay un especial en nuestros garrafones de agua de cinco galones en el mes
de octubre. Si desea pedir…
Cuelgo
el teléfono en medio de la grabación. Dios, me siento tan sola. No hay nadie en
mi vida que remotamente entienda lo que estoy pasando.
Salvo una persona.
Mis
dedos marcan el número de los Lanzani automáticamente antes de que mi cerebro
pueda comprender lo que estoy haciendo. —Hola.
Es él… Peter.
Ni siquiera sé qué decir. —¿Mariana? Sé que eres tú, tenemos identificador de
llamadas.
Me
olvidé de eso. —Hola —murmuro.
—¿Qué
sucede?
Las
lágrimas acuden a mis ojos. —Yo sólo... quería hablar contigo.
—¿Por
qué lloras? ¿Estás herida? ¿Te caíste?
No
puedo hablar porque no quiero que sepa cuán débil soy... cuánto necesito su
amistad en este momento. Dios, todos estos años pensé que iba a morir si no me
amaba tanto como yo lo amaba. Pero ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui.
—Si
no me contestas, iré para allá así esté tu madre allí o no —su voz es fuerte y
dominante, y sé lo que eso significa.
—No,
no vengas. ¿Puedes encontrarte conmigo en el Parque Paradise en diez minutos?
—Allí
estaré —promete.
Uso
la manga de mi camisa y me limpio los ojos. —¿Peter?
—Sí.
—Gracias.
Echo
agua sobre mis ojos en el baño, le digo a mi mamá que me voy a ir con Candela,
y me dirijo al parque.
Peter
se acerca un minuto después vestido con jeans y una camiseta con una simple
camisa abotonada sobre ella. Desacelera su paso cuando me ve y, sin una
palabra, me atrae en un abrazo.
Ahora
pierdo el control, directamente en su camisa. Me agarro a él cuando los
sollozos comienzan y no paran. Lo dejo salir todo… la cita de mi mamá, la
conversación con mi padre, mi confusión acerca de todo. Peter no se ríe, no se
aleja, no habla... él sólo me permite ser yo.
Cuando
me calmo, me echo hacia atrás y veo el lío que he hecho en su camisa. —Puse tu
camisa toda asquerosa —digo entre resuellos.
—Olvida
la camisa. ¿Qué está pasando? No pude entender una palabra de las que
murmuraste en mi pecho.
Ahora
estoy medio riendo y medio llorando. Él baja la mirada hacia mi mano. Lo hago,
también. Lentamente extiende su mano y toma mis dedos en los suyos. Dios mío, cómo he soñado con nosotros tomados
de las manos desde hace tantos años. Toma
mi mano en la suya y nos vamos caminando por la calle juntos. Levanto la vista
hacia sus ojos. Generalmente son sombríos y melancólicos, pero ahora veo una
calidez que nunca había notado antes. Me lleva al viejo roble. Ambos nos
sentamos, luego se recuesta contra el árbol a mi lado y deja ir mi mano. —Muy
bien, ahora habla.
Es
fácil porque no tengo que mirarlo, sólo tengo que dejar salir todas las cosas
que van mal en mi vida. Tomo una respiración profunda. Voy a tratar de decirlo
todo sin ponerme histérica otra vez. —Mi mamá tiene una cita, con su jefe e
hijo de la Sra. Reynolds. Creo que a mi mamá le gusta, pero no sé si estoy
lista para que ella empiece a salir. Sé que es egoísta, pero mi papá
prácticamente me ignoró desde el divorcio. Se volvió a casar, ya sabes. Y creo
que su esposa quiere un hijo, como si él no tuviera ya una. Para colmo, mi
doctor me dijo que debía jugar al tenis de nuevo, y cada vez que pienso en ello
mi garganta comienza a estrangularse y tengo que recordar respirar... y luego
te llamo porque eres el único con el que siento que puedo hablar. Lo cual es
ridículo porque ¡eres tú!
Peter
juega con un pedazo de hierba que arrancó del suelo. —¿Crees que tu mamá sería
feliz con ese tipo, el jefe? —pregunta.
Vuelvo
a pensar en la forma en que mamá se rió en el Festival de otoño y lo nerviosa
que estaba esta noche. —Sí, lo creo. Pero esa es la parte que me asusta. Es
como poner fin a un capítulo en su vida y empezar de nuevo. Una madre soltera,
novios... tantas cosas han cambiado.
—Estás
haciendo demasiado hincapié en lo que podría ser. Haz algo para quitar de tu
mente pensamientos de lo que nunca podría suceder.
—¿Cómo
qué?
—Tomar
una raqueta.
—Eso
no es gracioso —le digo, ya tensándome y queriendo huir.
—No
estoy tratando de ser gracioso, Mariana —lo escucho suspirar, una respiración
baja que sale lenta—. ¿Puedo ver tus cicatrices?
Oh, Dios mío. —No. Sacudo mi cabeza febrilmente mientras sigo mirando
al suelo. Y me doy cuenta que mi respiración acaba de hacerse más pesada.
—Por
favor, no enloquezcas.
—No
lo hago.
—Lo
haces. Fui a la cárcel por algo que te hice y no tengo ni idea de cómo se ve.
Vuelvo
mi cabeza y me quedo mirando sus ojos, más oscuros y más intensos de cómo jamás
los he visto. —¿Por qué me miras así?
—¿Recuerdas
el accidente? —pregunta, totalmente centrado en mi respuesta.
Niego
con mi cabeza.
—¿No
recuerdas nada? ¿Nuestra conversación antes del accidente, a mí golpeándote con
el coche? ¿Nada en absoluto?
—No.
Es un gran vacío. Sólo sé lo que la gente me dijo.
Él
parpadea, luego mira hacia otro lado. —Peleamos, tú y yo.
—¿Sobre
qué?
Él
emite una risa breve y cínica. —Luna.
Estoy
tratando de respirar de manera uniforme para no darle un indicio de que
recuerdo. Cada palabra que él me escupió cuando le dije que lo amaba. Es la
única parte de esa noche que está muy clara para mí. El resto se ha quedado
atascado en una nube de niebla. —No recuerdo —miento.
—Dijiste
que estaba engañándome, que la viste con algún otro chico pero no quisiste
decirme quién. Tenías razón, sabes —dice—. Estaba con Agustin antes de que yo entrara a la cárcel —está
mirándome otra vez, y esta vez no puedo apartar la mirada—. También dijiste que
me amabas.
Trago,
todavía hipnotizada por sus ojos. Esos ojos que nunca me dieron más que un
vistazo hace un año están ardiendo en los míos. —No recuerdo —susurro.
—Mariana…
—toma mi mano entre las suyas y coloca la palma de mi mano contra su mejilla
áspera por todo un día de rastrojo. Vuelve su cabeza y besa la parte interna y
sensible de mi palma, con sus ojos manteniendo mi mirada—. Debería haber hecho
esto hace un año.
Mi
corazón enloquece cuando él se inclina y roza sus labios con los míos.
ultimo cap del dia espero que les guste un beso enormeee cuaquier pregunta pueden comunicarse con migo asiendo clik en el pajarito ese es mi tw o en mi ask
Definitivamente espectacular...
ResponderEliminarSolo falta esperar la reaccion de mariana que es en verdad lo que mas espero ver
NOOOOOOOOOOOOO PUPY NO ME PODES DEJAR ASI NO SABES COMOOOO ME DEJASTE DIOOOOS NO PODRE DORMIR
ResponderEliminarmas
ResponderEliminarBeso Laliter? naa... no puedo esperar!!
ResponderEliminarMas Novee
@sarapinyana
El único k la comprende,y la escucha es Peter.
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