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jueves, 31 de mayo de 2012

novela: salir del pariso capitulo 37



me apresuro hacia el coche para abrirle la puerta a la Sra. Reynolds. Le extiendo mi mano para ayudarla a salir del coche. —Está caliente —le digo.
Ella me da una palmada en la mejilla y le dice: —Si yo fuera sólo sesenta años más joven, hijo mío.
—¿Hizo lo que le dije? —digo cerca de su oído. Ella resopló—. Tuve que decirle a Mariana una ridícula frase que se me ocurrió.
La Sra. Reynolds y yo somos compañeros en el crimen de esta noche. El quiosco se ha terminado. Mi trabajo aquí ha terminado. Estuve con la anciana que Mariana cuida alrededor de la ciudad hasta las seis. He estado planeando en mi cabeza esta noche juntos durante una semana. Una noche perfecta.
Cuando doy vuelta y cojo la vista de Mariana, estoy condenado al fracaso. Y sin palabras.
La Sra. Reynolds dice: —No pongas esa cara asustada, Peter. No se ajusta a tu cara.
Mariana se acerca a mí, con el vestido mostrando las curvas que recientemente había soñado.
—El mirador se ve muy bien —dice.
No puedo ver lejos de ella. Demonios, no puedo quitar mis ojos de ella. Estas dos mujeres son probablemente mi gracia salvadora.
Mariana se sonroja, y luego se desliza para reunirse con la Señora Reynolds en el mirador.
He puesto una mesa dentro del mirador con tres platos de comida, cortesía de mi jardín reservado y del Restaurante Pequeña Italia. He añadido un calentador pequeño para mantener el quiosco caliente, y un radio portátil con la reproducción de música suave en el fondo.
Después de tirar una silla para Mariana, tiendo mi mano a la Sra. Reynolds.
—¿Quiere usted bailar, Señora?
Ella se ríe, pero me toma de la mano y tiro de ella en un giro depositándola en mis brazos. Ella grita. —Peter, por favor. Soy una señora de edad. ¿Dónde está mi bastón?
—Pensé que a las señoras mayores, les gustaban los hombres más jóvenes —bromeo, y bailamos lentamente hasta que la canción se ha terminado.
Le llevo a su silla y la dejo ahí. —Lo mejor es mirar lejos de él, Mariana. Él es peligroso —hago una mueca de dolor cuando me agacho para sentarme.
—¿Qué está mal? —Mariana pregunta.
—Nada —le digo después de que todo el mundo se ha servido. Tomo una cucharada de la sopa y miro hacia arriba. Mariana no me lo compraría. Ni la Sra. Reynolds—. Vale, vale. Competí en una lucha hoy por invitación. No es gran cosa.
—Yo no sabía que te habías unido al equipo.
—Fue una cosa de una sola vez. Me parece.
La Sra. Reynolds termina su sopa y ondea la cuchara hacía mí. —Es posible que tenga una costilla rota.
—Estoy seguro de que es sólo una magulladura —digo, tratando de tranquilizar tanto a ella como a mí—. Justo antes de cubrir a Vic en la segunda ronda, me tiraron al suelo y tomó un período de cinco puntos.
He ganado la pelea, pero el entrenador aún así me mando al infierno por jugar sucio la primera ronda.
—No puedo esperar hasta ver los narcisos —Mariana dice, con los ojos brillantes con las velas brillando sobre ellos. Mis manos están húmedas por el nerviosismo, no tengo idea de por qué—. Vas a tener que tomar una foto para mí y enviarla a España.
Todavía no puedo creer que ella se vaya. Justo cuando me enamoré de ella.
—Hablando de España... —la Sra. Reynolds tiene las manos en un sobre—. Disfruta de tu viaje, pero siempre recuerda de dónde vienes.
Mariana pone un vaso lleno de agua frente a ella. —¿Quién puede olvidar el Paradise?
Chocamos nuestros vasos.
Después de comer, abro las cajas de Irina, la chef de la tía Mae. Como puedo coloco las tartas en frente de Mariana y la Señora Esposito, jurarías que se pusieron de acuerdo por las expresiones en sus eufóricos rostros. Todos tomamos un tenedor y probamos.
—Este ha sido el día más magnífico de mi vida desde que Albert murió, descanse en paz. Gracias a ambos. Pero estos huesos cansados necesitan un descanso.
—¿Estás bien? —Mariana pregunta, la preocupación marca su voz. Los dos nos levantamos para ayudarla.
—No, ustedes dos siéntense y disfruten. Sólo necesito descansar un poco.
Independientemente de que la anciana está renegando. Mariana la lleva al piso de arriba mientras yo limpio los platos. —¿Ella está bien? —pregunto cuando Mariana vuelve al exterior.
—Creo que sí. Ella fue al doctor ayer. Él quiere hacerle algunas pruebas, pero es demasiado testaruda para ir.
Puedo ver a Mariana. Dios, cualquiera que esta con ella se ve infectado por su humildad y honestidad. —¿Bailamos?
—No puedo —dice—. No con mi pierna...
Tomo su mano en la mía y la conduzco de nuevo al quiosco. —Baila conmigo, Mariana —la insto poner un brazo en mi espalda y la acerco a mí.
Nos domina de la música. Poco a poco se relaja en mis brazos. —Nunca imaginé que sería así —dice ella en mi pecho.
Cuando la pierna le empieza a doler, hago lugar en el suelo y nos acostamos el uno al lado del otro.
—¿Qué viste en Luna? —se pregunta.
Caray, ni yo lo sé. —Ella era muy popular y bonita. Alguien con quien todos los chicos querían salir. Solía mirarme como si yo fuera el único hombre que pudiera hacerla feliz —ella se sienta—. Muy bien, ahora sueno como un idiota —yo era uno.
Se acuesta a mi lado, utilizando mi brazo como almohada.
Vemos las velas quemándose una por una. Cuando sólo hay una vela a la izquierda, la beso suavemente en los labios trazando sus curvas con las manos hasta que tengo el aliento débil.
—Déjame ver tus cicatrices —digo cuando estamos los dos jadeando y tratando de aspirar de nuevo. Hago uso de la orla de su vestido en mi puño y deslizo lentamente el material hacía arriba.
Ella toma mi mano con la suya y alisa el material hacia abajo. —No.
—Confía en mí.
—Yo... no puedo —murmura—. No con mis cicatrices.
Sus palabras me golpearon como el azote de una puerta. Porque aunque ella piensa que ella me perdonó, aunque hizo promesas de perdón, incluso si ella me besa como si yo fuera su héroe, finalmente se da cuenta que no puede superar su ira en su interior. Y nunca va a confiar en mí.
Me acuesto de nuevo, totalmente frustrado, y poniendo mi brazo sobre mis ojos. —Esto no va a funcionar, ¿verdad?
Mariana se sienta. —Estoy tratando —dice ella, con su voz llena de pesar.
Quiero decirle a Mariana que no soy el responsable de lastimar a su pierna, pero no puedo.
¿Qué pasa si Eugenia estaba en lo cierto? No puedo dejar que mi hermana vaya a la cárcel cuando ya he pagado por su error. Estoy comprometido a vivir con esa culpa para siempre.
La noche del accidente, se suponía que debía llevar a casa a Eugenia. Pero yo estaba demasiado borracho y enfurecido por las acusaciones de Mariana. Que quedarme con Luna y asegurarme de que no se fuera a casa con otro individuo fue más importante que cualquier otra cosa. Mi maldito ego. No tenía idea de que Eugenia se llevó mis llaves hasta que ella volvió a la fiesta despotricando como loca acerca de un accidente.
El resto, como dicen, es historia.

5 comentarios:

  1. mas nove mas nove me encanta

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  2. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas novelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  3. Mas Noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!

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  4. noooo... Como? solo por las cicatrices?

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  5. Una buena velada.Preocupados x la sra Reynolds.Duele k Mariana no logre superar sus miedos del todo,no confía totalmente en Peter.Si Euge se atreviese a hablar,viendo el sufrimiento k causa en su hermano,otro gallo les cantaría a la parejita.

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