me
apresuro hacia el coche para abrirle la puerta a la Sra. Reynolds. Le extiendo
mi mano para ayudarla a salir del coche. —Está caliente —le digo.
Ella
me da una palmada en la mejilla y le dice: —Si yo fuera sólo sesenta años más
joven, hijo mío.
—¿Hizo
lo que le dije? —digo cerca de su oído. Ella resopló—. Tuve que decirle a Mariana
una ridícula frase que se me ocurrió.
La
Sra. Reynolds y yo somos compañeros en el crimen de esta noche. El quiosco se
ha terminado. Mi trabajo aquí ha terminado. Estuve con la anciana que Mariana
cuida alrededor de la ciudad hasta las seis. He estado planeando en mi cabeza
esta noche juntos durante una semana. Una noche perfecta.
Cuando
doy vuelta y cojo la vista de Mariana, estoy condenado al fracaso. Y sin palabras.
La
Sra. Reynolds dice: —No pongas esa cara asustada, Peter. No se ajusta a tu
cara.
Mariana
se acerca a mí, con el vestido mostrando las curvas que recientemente había
soñado.
—El
mirador se ve muy bien —dice.
No puedo ver lejos de ella. Demonios, no puedo
quitar mis ojos de ella. Estas dos mujeres son probablemente mi gracia
salvadora.
Mariana
se sonroja, y luego se desliza para reunirse con la Señora Reynolds en el
mirador.
He
puesto una mesa dentro del mirador con tres platos de comida, cortesía de mi
jardín reservado y del Restaurante ―Pequeña Italia‖. He añadido un calentador pequeño para mantener el
quiosco caliente, y un radio portátil con la reproducción de música suave en el
fondo.
Después
de tirar una silla para Mariana, tiendo mi mano a la Sra. Reynolds.
—¿Quiere
usted bailar, Señora?
Ella
se ríe, pero me toma de la mano y tiro de ella en un giro depositándola en mis
brazos. Ella grita. —Peter, por favor. Soy una señora de edad. ¿Dónde está mi
bastón?
—Pensé
que a las señoras mayores, les gustaban los hombres más jóvenes —bromeo, y
bailamos lentamente hasta que la canción se ha terminado.
Le
llevo a su silla y la dejo ahí. —Lo mejor es mirar lejos de él, Mariana. Él es
peligroso —hago una mueca de dolor cuando me agacho para sentarme.
—¿Qué
está mal? —Mariana pregunta.
—Nada
—le digo después de que todo el mundo se ha servido. Tomo una cucharada de la
sopa y miro hacia arriba. Mariana no me lo compraría. Ni la Sra. Reynolds—.
Vale, vale. Competí en una lucha hoy por invitación. No es gran cosa.
—Yo
no sabía que te habías unido al equipo.
—Fue
una cosa de una sola vez. Me parece.
La
Sra. Reynolds termina su sopa y ondea la cuchara hacía mí. —Es posible que
tenga una costilla rota.
—Estoy
seguro de que es sólo una magulladura —digo, tratando de tranquilizar tanto a
ella como a mí—. Justo antes de cubrir a Vic en la segunda ronda, me tiraron al
suelo y tomó un período de cinco puntos.
He ganado la pelea, pero el entrenador aún así
me mando al infierno por jugar sucio la primera ronda.
—No
puedo esperar hasta ver los narcisos —Mariana dice, con los ojos brillantes con
las velas brillando sobre ellos. Mis manos están húmedas por el nerviosismo, no
tengo idea de por qué—. Vas a tener que tomar una foto para mí y enviarla a
España.
Todavía no puedo creer que ella se vaya. Justo
cuando me enamoré de ella.
—Hablando
de España... —la Sra. Reynolds tiene las manos en un sobre—. Disfruta de tu
viaje, pero siempre recuerda de dónde vienes.
Mariana
pone un vaso lleno de agua frente a ella. —¿Quién puede olvidar el Paradise?
Chocamos
nuestros vasos.
Después
de comer, abro las cajas de Irina, la chef de la tía Mae. Como puedo coloco las
tartas en frente de Mariana y la Señora Esposito, jurarías que se pusieron de
acuerdo por las expresiones en sus eufóricos rostros. Todos tomamos un tenedor
y probamos.
—Este
ha sido el día más magnífico de mi vida desde que Albert murió, descanse en
paz. Gracias a ambos. Pero estos huesos cansados necesitan un descanso.
—¿Estás
bien? —Mariana pregunta, la preocupación marca su voz. Los dos nos levantamos
para ayudarla.
—No,
ustedes dos siéntense y disfruten. Sólo necesito descansar un poco.
Independientemente
de que la anciana está renegando. Mariana la lleva al piso de arriba mientras
yo limpio los platos. —¿Ella está bien? —pregunto cuando Mariana vuelve al
exterior.
—Creo
que sí. Ella fue al doctor ayer. Él quiere hacerle algunas pruebas, pero es
demasiado testaruda para ir.
Puedo
ver a Mariana. Dios, cualquiera que esta
con ella se ve infectado por su humildad y honestidad. —¿Bailamos?
—No
puedo —dice—. No con mi pierna...
Tomo
su mano en la mía y la conduzco de nuevo al quiosco. —Baila conmigo, Mariana
—la insto poner un brazo en mi espalda y la acerco a mí.
Nos
domina de la música. Poco a poco se relaja en mis brazos. —Nunca imaginé que
sería así —dice ella en mi pecho.
Cuando
la pierna le empieza a doler, hago lugar en el suelo y nos acostamos el uno al
lado del otro.
—¿Qué
viste en Luna? —se pregunta.
Caray, ni
yo lo sé. —Ella era muy popular y bonita. Alguien con quien todos los chicos
querían salir. Solía mirarme como si yo fuera el único hombre que pudiera
hacerla feliz —ella se sienta—. Muy bien, ahora sueno como un idiota —yo era
uno.
Se
acuesta a mi lado, utilizando mi brazo como almohada.
Vemos
las velas quemándose una por una. Cuando sólo hay una vela a la izquierda, la
beso suavemente en los labios trazando sus curvas con las manos hasta que tengo
el aliento débil.
—Déjame
ver tus cicatrices —digo cuando estamos los dos jadeando y tratando de aspirar
de nuevo. Hago uso de la orla de su vestido en mi puño y deslizo lentamente el
material hacía arriba.
Ella
toma mi mano con la suya y alisa el material hacia abajo. —No.
—Confía
en mí.
—Yo...
no puedo —murmura—. No con mis cicatrices.
Sus
palabras me golpearon como el azote de una puerta. Porque aunque ella piensa
que ella me perdonó, aunque hizo promesas de perdón, incluso si ella me besa
como si yo fuera su héroe, finalmente se da cuenta que no puede superar su ira
en su interior. Y nunca va a confiar en
mí.
Me
acuesto de nuevo, totalmente frustrado, y poniendo mi brazo sobre mis ojos.
—Esto no va a funcionar, ¿verdad?
Mariana
se sienta. —Estoy tratando —dice ella, con su voz llena de pesar.
Quiero
decirle a Mariana que no soy el responsable de lastimar a su pierna, pero no
puedo.
¿Qué pasa si Eugenia estaba en lo cierto? No
puedo dejar que mi hermana vaya a la cárcel cuando ya he pagado por su error.
Estoy comprometido a vivir con esa culpa para siempre.
La
noche del accidente, se suponía que debía llevar a casa a Eugenia. Pero yo
estaba demasiado borracho y enfurecido por las acusaciones de Mariana. Que
quedarme con Luna y asegurarme de que no se fuera a casa con otro individuo fue
más importante que cualquier otra cosa. Mi maldito ego. No tenía idea de que Eugenia
se llevó mis llaves hasta que ella volvió a la fiesta despotricando como loca
acerca de un accidente.
El
resto, como dicen, es historia.
mas nove mas nove me encanta
ResponderEliminarmaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas novelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarMas Noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!
ResponderEliminarnoooo... Como? solo por las cicatrices?
ResponderEliminarUna buena velada.Preocupados x la sra Reynolds.Duele k Mariana no logre superar sus miedos del todo,no confía totalmente en Peter.Si Euge se atreviese a hablar,viendo el sufrimiento k causa en su hermano,otro gallo les cantaría a la parejita.
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