lunes
me dirijo al autobús después de clase. Conforme paso por el pasillo, veo a Peter
ya sentado en la parte de atrás. Ya estuvo lo suficientemente mal trabajar
juntos en ese pequeño desván la semana pasada. Si tengo que trabajar con él
otra vez dimitiré.
Pero
entonces no iré a España.
Y
si no voy a España, no me iré de Paradise el próximo semestre.
Y
si no me voy de Paradise el próximo semestre, Peter y sus amigos estarán
riéndose todo el camino a la graduación mientras me siento en casa y les
demuestro que estaban en lo cierto.
Quizás
no irá a la casa de la Señora Reynolds hoy y me estoy yendo por tangentes
innecesarias sin razón.
Quizás
está trabajando en algún otro lugar haciendo chapuzas. Pero conforme me sigue
al patio de atrás de la señora Reynolds, mis miedos se hacen realidad.
—Ahora
entren, ustedes dos. Irina nos acercó algo de tarta —la señora Reynolds entra a
la casa, sin darse cuenta de que ni yo ni Peter la habíamos seguido.
—Les
llevó bastante tiempo —dice la señora Reynolds cuando entro a la cocina—. Aquí,
partí algo de tarta para ustedes dos.
Me
siento a la mesa de la cocina y me quedo mirando la tarta. Normalmente
empezaría a comer, pero no puedo. Peter entra y se sienta enfrente de mí.
Centro mi atención en la dirección contraria, como si el cuadro del frutero en
la pared fuera el objeto más interesante en el que haya puesto los ojos.
—Mariana,
¿recuerdas que me dijiste que debería construir la glorieta?
—Si
—respondo cautelosamente.
La
Señora Reynolds sostiene la barbilla en alto. —Bueno, Peter va a ayudar a
hacerlo realidad. Puede que tome algunas semanas, pero…
¿Algunas semanas? —Si él se queda, yo dimito —digo abruptamente. ¿Algunas semanas?
Escucho
el ruido del tenedor de Peter golpear el plato, luego se levanta y sale
corriendo de la sala.
La
señora Reynolds pone sus manos en cada lado de la cara y dice, — Mariana, ¿Qué
es todo este sinsentido sobre dimitir? ¿Por qué?
—No
puedo trabajar con él, señora Reynolds. Él me hizo esto —grito.
—¿Hacer
qué, niña?
—Fui
a la cárcel por golpear a Mariana con mi coche mientras estaba borracho —dice Peter,
reapareciendo por la puerta.
La
señora Reynolds hace algunos ruidos chasqueando la lengua, luego dice —Mmm,
estamos en un buen lío, ¿no?
Miro
a la señora Reynolds con ojos suplicantes. —Solo hágalo irse.
Puedo
decir que ella va a hacerlo, va a decirle a Peter que se vaya.
La
Señora Reynolds camina hacia Peter y dice, —Tienes que entender que mi primera
prioridad es Mariana. Llamaré al centro de mayores y haré que contacten con tu
oficial del servicio comunitario.
—Por
favor, Señora Reynolds —Peter le dice, con su voz suplicante—. Sólo quiero
terminar el trabajo y sólo… ser libre de nuevo.
La
Señora Reynolds vuelve a mirarme, sus ojos sabios diciéndome más de lo que las
palabras podrían decir. Perdonar.
No
puedo perdonar. Lo he intentado. Si inocentemente perdió el control del coche y
me golpeó, habría sido perdonable. No sé cuan inocente fue el accidente. Dios, no puedo creer en mi corazón de corazones
que deliberadamente me golpeara con el coche.
Pero demasiadas preguntas han quedado sin respuesta.
Preguntas que quiero que sigan sin respuesta.
Dijeron
que me dejó tirada en la calle como si fuera un animal. Eso es imperdonable. No
sé si alguna vez podré superarlo.
Porque
me recuerda demasiado a lo que hizo mi padre. Me dejó sin mirar atrás.
Y
peor, Peter destrozó la única oportunidad que tenía de impresionar a mi papá.
Me abro camino más allá de Peter y me dirijo al desván, un
lugar
que es oscuro, aislado y privado. Ni siquiera pienso en viudas negras cuando
abro la puerta del desván y cojeo hacia adentro.
Dios, solía adorar el suelo por el que Peter
pasaba. Era alto, guapo… claramente uno de
los populares, donde mi estado y el de Eugenia se tambaleaba en el borde. Y si
eso no era suficiente, nada le importaba al chico. Quizás porque los chicos
como él siempre conseguían lo que querían, nunca tenían que trabajar por nada.
Quizás, muy en el fondo, me alegro de que esté pasando un tiempo difícil. Y muy
en el fondo sé que es egoísta que piense de esta forma. No debería prosperar en
la infelicidad de nadie.
Pero
como dice el refrán—a la miseria le gusta la compañía—y me siento miserable,
por dentro y por fuera. ¿No es justo que la persona que es miserable conmigo es
el tipo quien me hizo así?
La
Señora Reynolds me siguió, puedo decirlo por la esencia en polvo que viaja con
ella.
—Este
es un lugar muy interesante para esconderte. Pensaba que tenías miedo de las
arañas.
—Lo
tengo, pero en la oscuridad no puedo verlas. ¿Se ha ido? —pregunto esperanzada.
Sacude
su cabeza. —Tenemos que hablar.
—¿Tengo
que hacerlo?
—Vamos
a ponerlo de esta forma. No vas a dejar el desván hasta que me escuches.
Derrotada,
me siento en uno de los troncos. —Estoy escuchando.
—Bien
—toma asiento en la silla, todavía dejada aquí desde el otro día—. Tenía una
hermana —dice—. Una hermana llamada Lottie. Era más joven que yo, más lista,
más guapa, con largas piernas delgadas y cabello negro y espeso.
La
Señora Reynolds me mira y continúa. —Verás, yo era la niña gorda con pelo rojo
brillante, la niña que miras y tienes que dejar de morirte de vergüenza. Durante
las vacaciones de verano de un año en la universidad, llevé un chico a la casa
de verano de mis padres. Había perdido peso, no era la sombra de mi hermana
más, y finalmente me empecé a sentir que valía la pena más de lo que nunca
pensé que me merecía.
Podía
imaginármelo en mi cabeza. —¿Así que supero sus miedos y se enamoro?
—Me
enamoré, de acuerdo, me volví loca por él. Su nombre era Fred. —dice la Señora
Reynolds y luego suspira—. Me trataba como si fuera la chica más increíble que
hubiera visto. Bueno, lo hizo hasta que mi hermana vino a la casa de verano
para una visita sorpresa —me miró directamente y se encogió de hombros—. Lo
encontré besándola en los muelles la mañana después de que viniera.
—Oh,
dios mío.
—La
odié, la culpé por robarme el novio. Así que empaqué, me fui, y nunca volví a
hablar a ninguno de ellos de nuevo.
—¿Nunca
le volvió a hablar a su hermana otra vez? —pregunto. —¿Nunca?
—Ni
siquiera asistí a su boda dos años después —mi boca se abre.
—¿Se
casó con Fred?
—Ahí
la tienes. Tuvieron cuatro hijos también.
—¿Dónde
están ahora?
—Recibí
una llamada de uno de sus hijos de que Lottie murió hace un par de años. Fred
está en un hogar de ancianos con Alzheimer. ¿Sabes cuál es la peor parte?
Estoy
fascinada por su historia. —¿Cuál?
La
Señora Reynolds se levanta, luego me da una palmada en la rodilla. —Eso,
querida, es lo que vas a tener que descubrir por ti misma.
—Cree
que debe quedarse y construir la glorieta, ¿no? —pregunto cuándo empieza a
caminar hacia la puerta.
—Te
dejaré esa decisión a ti. Él no volverá a la cárcel si esto no funciona, nunca
dejaré que pase. Acabo de ver que es un chico que quiere corregir sus errores, Mariana.
Está esperando en el piso de abajo tu respuesta.
Sale
del desván. Escucho los zapatos ortopédicos arrastrando conforme toma cada
escalón. ¿Puedo quedarme aquí para
siempre, viviendo con las arañas, telarañas y baúles llenos de memorias de una
anciana?
Sé la respuesta, incluso cuando me levanto y me dirijo abajo las escaleras
para encarar a la persona que me moría por evitar.
Está
sentado en el sofá del salón, inclinado hacia delante con los codos apoyados en
las rodillas. Cuando me escucha entrar a la habitación, mira hacia arriba. —¿Y
bueno?
Puedo
decir que él no está contento de que yo tenga el control. Peter solía tener
siempre las cartas y sabía cual usar para salirse con la suya. No esta vez. Me
encantaría decirle que se fuera. Ese es su castigo por no haberme querido. Pero
sé que eso sería idiota, infantil y estúpido. Además, ya no quiero a Peter. Ni
siquiera me gusta. Estoy convencida que no puede volverme a hacer daño nunca
más, físicamente o emocionalmente. —Te puedes quedar.
Asiente
y empieza a levantarse.
—Espera.
Tengo dos condiciones.
Sus
cejas se levantan.
—Uno,
no le dices a nadie sobre nosotros trabajando juntos. Dos, no me hablas… yo te
ignoro y tú me ignoras.
Creo
que va a discutir porque los bordes de sus labios se elevan y sus cejas se
arrugan como si pensara que soy idiota. Pero luego dice —Bien. Trato hecho —y
se dirige al patio de atrás.
Encuentro
a la Señora Reynolds en la cocina, sentada a la mesa bebiendo té.
—Le
dije que podía quedarse —le informo.
La
Señora Reynolds me da una pequeña sonrisa. —Estoy orgullosa de ti.
Yo no.
—Lo
superarás —dice—. ¿Estás preparada para plantar más capullos hoy?
Saque
un traje viejo y desgastado de mi mochila para así evitarme el llevar el
muumuu.
Peter
me da la espalda cuando salgo fuera. Bien. Cojo una bolsa de capullos y lenta y
cuidadosamente la dejo en la hierba. Con una pequeña pala en la mano, empiezo a
cavar.
—No
lo olvides, Mariana. Seis pulgadas de profundidad —dice la Señora Reynolds
desde atrás, inclinándose sobre mí para inspeccionar mi trabajo.
—Lo
tengo, seis pulgadas.
—Y
asegúrate de que colocas los capullos boca arriba.
—De
acuerdo —digo.
—Y
dispérsalos. No los coloques en un patrón o algo que parezca divertido.
La
anciana coge una silla de jardín y la coloca justo a mi lado para que así pueda
supervisar mi trabajo.
—¿Por
qué no lo supervisa a él? —pregunto, señalando a donde Peter ha cogido paneles de
madera y parece estar tratando de ponerlos en algún tipo de orden.
—Lo
está haciendo bien. Además, no sé nada sobre la construcción de una glorieta.
Excavo
tres hoyos, cuidadosamente hago suaves almohadas de suelo para ellos, luego
coloco los capullos en los hoyos y me deslizo para plantar más. Tras un rato la
señora Reynolds se queda dormida en la silla. Normalmente hace esto al menos
una vez al día, y cuando le digo que se quedó dormida durante una hora, lo
niega totalmente. Estoy sorprendida de que pueda dormir con todos los golpes
que Peter está haciendo, pero la señora escucha, más a menudo de lo que no
admite, como un muerto.
Miro
hacia Peter. Es un trabajador rápido, ya empezando a clavar juntos los tablones
como si construyera glorietas todos los días. Su camisa está empapada de sudor
en las axilas, el pecho y la espalda. Y evidentemente no le molesta que una de
mis condiciones sea que nos ignoremos. Hace un trabajo increíble ignorándome.
No creo que haya mirado en mi dirección ni una vez.
Pero
ahora para de golpear, su espalda todavía hacia mi cuando grita —¿Podrías dejar
de mirarme?
Me encanta la novela quiero mas noveeee
ResponderEliminarMas NOVEEEEE
ResponderEliminarbuenisima...
ResponderEliminarCuantos capitulos vas a subir hoy?
Peter siente la mirada d ella,jajaja,va a ser dificil k se ignoren.
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