desearía
que mi mamá no insistiera en ir a mi cita de fisioterapia. —Puedes solo dejarme
—dije—. Solo vuelve y recógeme en una hora.
Mamá
sacude la cabeza. —El Dr. Gerrard quiere hablar con las dos.
Oh, no.
—Mamá, estoy bien. Robert espera que sus pacientes hagan lo imposible, eso es
todo.
—Se
que no es fácil, Mariana —dice ella—. No te preocupes, no tienes que hacer lo que
sientas incomodo. Solo haz lo mejor.
Cuando
entramos al hospital, Robert nos está esperando con toda seguridad. —Hola Mariana,
¿Cómo estamos hoy?
¿Estamos? —Bien.
—
¿Has estado haciendo esos ejercicios de fortalecimiento que te enseñe?
Uh… —Si.
Bueno, a veces.
Robert
sacude la mano de mi madre. —Gusto en verla de nuevo, señora Esposito.
—Igualmente
—responde ella, luego se sienta mientras Robert me lleva a la lona de
entrenamiento.
—Empecemos
con estiramientos. —dice Robert—. Y calentemos esos músculos para ayudarlos a
trabajar duro. Pon tus piernas en una ―V‖.
Lo
hago, pero mis piernas se asemejan más a una ―I‖ que a una ―V‖ porque mi pierna izquierda no
quiere calentarse en este momento. No soy yo, es la pierna.
—
¿Eso es lo mejor que puedes hacer?
—Eso
creo.
Robert
se arrodilla junto a mí y dice. —Toca tu pie izquierdo con tu mano derecha.
Lo
intento, pero solo llego hasta mi rodilla.
—Vamos,
Mariana. Unas pulgadas más.
Alcanzo
media pulgada más, lo que no impresiona a mi fisioterapeuta.
—Ella
no puede —interviene mi mamá—. ¿Qué no puede ver que le duele?
—Señora
Esposito. —dice Robert—. Mariana tiene que forzarse a sí misma con el fin de
entrenar esos músculos.
Mamá
esta apunto de responder cuando el Dr. Gerrard entra. —Hola damas. Robert.
Mamá
se levanta y abraza a mi cirujano. Después del accidente, él fue quien siempre
nos dio esperanza y tenia manos para reconstruir el interior de mi pierna.
Recuerdo la primera vez que lo conocí en el hospital. Entro con un gran abrigo
blanco, una enorme sonrisa, y grandes dedos que iban a operar mi pierna abierta
y arreglarla.
El
Dr. Gerrard se arrodilla junto a mí. — ¿Qué tal te va, Mariana? ¿Has corrido
alguna maratón últimamente? —alzo las cejas.
—Solo
estoy bromeando —admite—. Mala broma de cirujano.
—Necesita
nuevo material, Dr. Gerrard —murmuro.
—Eso
es lo que también dicen mis internos. —el Dr. Gerrard me tiene sentada en la
mesa de exanimación y explora mis cicatrices—. Lucen bien —dice, entonces mira
arriba—. Robert me dice que eres un poco tímida en fisioterapia.
Robert
se queda parado ahí con su libreta en manos, el traidor.
Me
encojo de hombros. —No puedo poner mucha presión en mi pie.
—Le
duele —mamá hace caras.
Mi
doctor retrocede y toma un profundo respiro. —De acuerdo camina a la puerta y
vuelve hacia mí, Mariana.
Me
ayuda a bajar de la mesa, mientras yo cojeo hasta la puerta. — ¿Puedes poner
más presión en tu pie izquierdo?
—No
realmente.
—Está
bien, vuelve y siéntate. —Cojeo devuelta a la mesa y me siento —mamá se acerca
y me frota la espalda.
—Voy
a ser directo —dice el Dr. Gerrard.
—Tienes
que empezar a forzarte a ti misma y dejar de favorecer a tu lado izquierdo.
—Estoy
haciendo mi mejor esfuerzo —digo.
El
Dr. Gerrard no me acusa de mentir, pero puedo notar por la manera en que esta
frunciendo los labios que no está convencido.
—Tal
vez deberíamos dejar la fisioterapia —dice mi madre.
El
Dr. Gerrard aspira aire entre sus dientes apretados. El sonido sibilante es
claramente un no como respuesta a la sugerencia de mi madre. —Odiaría verla
parar la fisioterapia.
—Tengo
una sugerencia —Robert dijo—. ¿Qué tal si Mariana comienza a jugar tenis de
nuevo?
Mi
corazón bombea más rápido, los golpes en mi cuerpo golpeando mi pecho como una
danza trivial de la india.
—¿Estás
bien? —pregunta mamá.
No
puedo responder. Mi esófago se siente constreñido. —Necesito conseguir algo de
aire —digo, luego me retiro de la mesa. Robert se acerca a mí—. Mariana, solo
estamos tratando de ayudarte.
—Lo
sé. Pero no puedo seguir haciendo esto. Tan solo no puedo —me pongo mi
sudadera, me alejo cojeando al lado de mi madre. Estoy pasando a personas en
sillas de ruedas, doctores y enfermeras. ¿Ellos piensan que estoy tan loca como me siento?
Cuando
las puertas se abren aspiro aire fresco y trato de respirar profundamente.
Respiro. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera.
¿No se supone que respirar es algo que se hace
inconscientemente? En este momento estoy muy consiente
sobre eso. Tan consiente, de hecho, que creo que si me dejo de concentrar, tal
vez me olvide de hacerlo. Cierro mis ojos. Respiro. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera.
Me
sentí de esta manera el día que mi papá se fue por última vez, cuando me di
cuenta que podía ser su última visita. Tampoco era fuerte entonces.
Parpadeo
las lagrimas mientras me esfuerzo por olvidar. Por que duele mucho saber que su
amor por mí no fue lo suficientemente fuerte para hacerlo quedarse. No era lo
suficientemente digna para ser amada.
El
tenis fue mi salvación, pero incluso eso no funciono. Yo merecía ser admirada
en la cancha, porque valía algo cuando jugaba. No solo era parte del equipo, yo
era a la que mis compañeros admiraban.
Cuantos
más padres se presentaban a los partidos, más duro jugaba. Era como si quisiera
que esos padres se arrepintieran que no fuera su hija. No importaba si mi papá me
quería o no, habría otros padres que harían cualquier cosa para tenerme como su
hija. Tener a otros papás felicitándome valía más que el trofeo de equipo
universitario que gane en mi segundo año. Podría no ser digna del amor de mi
papá, pero era digna de eso trofeo.
Un
dolor en mi pierna se disparo a mi columna vertebral, un burlón recordatorio de
que nunca más iba a ser la campeona de nuevo.
—
¿Mariana?
Me
vuelvo hacia mi madre, quien ahora estaba oficialmente asustada.
—No
puedo jugar tenis —le dije.
—El
Dr. Gerrard quiere que lo intentes. Lo harás, ¿no? —pero no seré buena, y
entonces mi papá no tendrá nada por lo que estar orgulloso de mi. Nunca querría
que formara parte de su nueva familia.
—
¿Podemos ir a casa? Quiero ir a casa.
Mamá
suspira. Odio sentirme como si la estuviera decepcionando. Sé que ella trata
muy duro de mantenernos psicológica, física y económicamente. Ella es como la
pequeña porrista de nuestra familia.
Cuando
nos metemos en el auto, me tranquilizo. Miro a mi mamá, conduce el auto con una
mirada triste en su cara. —Mamá, ¿Qué es lo que quieres de la vida?
Ella
me da una pequeña sonrisa. —En este momento, dinero.
—Aparte
del dinero.
Ella
inclina su cabeza a un lado, pensando. Cuando llegamos a una luz roja, voltea
hacia mí. —Supongo que me gustaría un compañero con el cual compartir mi vida.
—
¿Extrañas a mi papa?
—A
veces. Extraño la compañía, salir como pareja. No extraño las peleas.
La
luz se pone verde y aceleramos, nuestro auto pasa a una mujer y un hombre
tomados de la mano con su hija. — ¿Querrá él que lo visite alguna vez?
—Un
día —dice ella, pero puedo notar que no esta tan segura.
—¿Quieres
salir con el Señor Reynolds? —le pregunto.
Sus
ojos se ensanchan. —¿Por qué preguntas tal cosa?
—Porque
estuviste bailando con él en el festival de otoño. Él no tiene hijos. Creo que
vino para estar contigo.
Mamá
ríe, esa gran risa que llena el auto, y que probablemente las personas en el
auto de al lado podrían oír, también.
—El
restaurante de la Tía Mae fue uno de los patrocinadores del evento, Mariana.
Por eso Lou estaba ahí.
—Bueno
—dije a la defensiva—. Ustedes dos se veían muy amigables.
—Él
sólo estaba siendo amable.
Sacudo
mi cabeza. —No lo creo.
—Hmm...
—¿Qué
significa eso?
—Nada.
Solo vuelve a ser una niña, ¿quieres?
Nos
sentamos en silencio el resto del camino a casa. Cuando caminamos dentro de la
casa, ignore el nudo de mi garganta mientras decía. —Para el registro… si
quieres invitar al señor Reynolds a cenar una noche, no me importaría —y me
dirigí arriba a mi habitación.
En
mi habitación, quería retirar mis palabras. Solo las dije porque sé que tan
miserable había estado mi mamá últimamente.
Pero
la verdad es que también extraño a mi papá todos los días. Más que nada. Y sé
que tiene otra esposa y otra vida. ¿Pero qué si mi mama y el señor Reynolds comienzan a salir? o peor
aún, se casan. ¿Querrían ellos empezar una nueva vida sin mí, también?
Cierro
mi puerta con seguro y abro mi armario. En la parte trasera, en las sombras más
oscuras, esta mi raqueta. Sé que está ahí, aunque este escondida detrás de
ropa. Siento su presencia cuando estoy en mi cuarto, algo así como kriptonita para
Superman. La desesperación se mueve sobre mí.
Extiendo
la mano y agarro el mango. El peso de la raqueta es extraño pero familiar, al
mismo tiempo.
—Mariana,
abre la puerta —pánico—. Sólo un segundo
Lanzo
la raqueta al armario y abro la puerta. Mi madre me mira de manera extraña.
Me
cepillo el cabello de la cara, esperando que ella no pueda ver a través de mi y
darse cuenta que siempre he sabido donde esta mi raqueta perdida. —Mamá, ¿Qué
pasa?
—Estaba
pensando. Sobre Lou, mi jefe. ¿Estabas hablando en serio cuando dijiste que
debería invitarlo a cenar?
Me encanta la nove! Espero mas capítulos :)
ResponderEliminarpobre mariana però muy lindo el cap sos una genia sube mas please!!!!
ResponderEliminarMas Novee
ResponderEliminar@sarapinyana
Ojala y diga que si al volver a jugar!!!
ResponderEliminardios mas novela lo ruego un beso enorme dulce te amooooo
ResponderEliminarMariana esta necesitada d amor,y ya sabemos quien es el k tiene k animarse a dárselo.
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