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miércoles, 16 de mayo de 2012

novela: un amor inolvidable capitulo 5 primera parte



COMO no quería volver a encontrarse con Sarah, Mariana decidió que la próxima vez que fuera, pasaría la mañana en su vieja casa, ya que quería volver a verla antes de que le hicieran el presupuesto de los arreglos necesarios. ¿Era sólo nostalgia lo que le impedía desprenderse de la casa? Después de todo, casi nunca estaba en Inglaterra. Aunque por su edad sabía que le quedaban pocos años de profesión y la casa sería perfecta para retirarse a vivir con tranquilidad. Además Sophie vivía en Little Martin y sería mucho más fácil verla si tenía una casa allí. Tuvo una dolorosa visión de Peter con Sarah y los hijos que tal vez tendrían, así como de que ella siempre estaría fuera de su vida, tolerada sólo porque Natalie la había nombrado tutora de Sophie. Un pensamiento amargo la invadió. Natalie sabía lo mucho que había amado a Peter. ¿Acaso su prima la había nom­brado tutora con el maquiavélico deseo de hacerle daño para siem­pre? Trató de alejar ese pensamiento y se dirigió hacia su casa. Había escuchado demasiadas cosas conflictivas durante los últi­mos días y le resultaba muy difícil relacionar todos los hechos. Por ejemplo, Richard le había dicho que Peter rechazó a Natalie por su embarazo. Mientras que Peter le había dado a enten­der que Natalie mantenía relaciones con otros hombres; pero en­tonces era probable que su prima, que no era una mujer estable emocionalmente, pensara que tenía una buena razón para por­tarse así, si era verdad que Peter la había rechazado.
Cuando se detuvo frente a su casa, Mariana continuaba sin sa­ber qué pensar con exactitud. Peter era un hombre a quien le atraía mucho el sexo, a juzgar por los últimos acontecimientos. Y no creía que fuera un hombre capaz de abandonar la cama de su esposa a no ser que otra persona hubiera ocupado el lugar de su mujer. ¿Había traicionado a Natalie de la misma forma en que la traicionó a ella? Las dos eran jóvenes e inocentes... tal vez demasiado simples para mantenerlo interesado ocupando el lugar de su mujer.
Bajo el brillante sol del verano, la casa estaba en muy mal estado. Le costaría una fortuna arreglarla. La cocina necesitaba un arreglo total y quizá ampliarla, ya que era muy pequeña. La perspectiva de todos los gastos necesarios era abrumadora, pero Mariana pensó, al recorrer la casa, lo mucho que disfrutaría vivien­do allí, tan cerca de Sophie... Las dos pasarían las tardes char­lando... Si Sophie volvía a hablar.
Mariana estaba segura de que su sobrina conseguiría librarse del trauma que la mantenía en el mundo del silencio. Si hubiera al­guna forma de ayudarla... La impotencia de su situación la an­gustiaba. Mariana nunca imaginó que podría llegar a querer tanto a la hija de Peter y Nat. Pero Sophie se parecía mucho a ella y a su abuela, y quizá por eso se estableció un lazo instantáneo entre ellas. Reflexionó sobre lo mucho que esa combinación de­bió afectar a Natalie, quien siempre la había odiado y nunca apre­ció a su propia madre.
Mariana suspiró y comenzó a subir la escalera. En seguida se dio cuenta del mal estado de la escalera. La barandilla se balancea­ba de forma peligrosa y los escalones crujían como si la escalera estuviera a punto de derrumbarse.
Cuando llegó arriba, Mariana fue, de manera instintiva, hacia su habitación y sus ojos recorrieron lentamente sus estanterías. Había varios huecos. ¿Significaba eso que Sophie tenía más li­bros suyos? Pero, ¿cómo los había conseguido? Mariana no podía imaginarse a Natalie dándoselos. A su prima nunca le gustó leer.
Mariana recordaba que una noche había llorado bajo las sábanas porque Natalie le había roto uno de sus libros favoritos. Recor­dó con amargura que su prima había disfrutado con su dolor. ¿Había cambiado tanto como para querer dejar a su hija bajo su cuidado? No creía que así fuera. Mariana tenía un. fuerte presen­timiento de que sus primeras sospechas eran las correctas. Natalie la había nombrado tutora por maldad, porque sabía la gran tortura que sería para ella estar cerca de Peter.
Mariana se estremeció y se sentó sobre la cama húmeda, sin darse cuenta de que sus pantalones se estaban empapando. ¿Qué esta­ba pensando? ¿Qué era lo que debía admitir? De repente, Mariana fue capaz de enfrentarse cara a cara con algo que se había queri­do ocultar a sí misma durante años. No había habido nadie más en su vida porque jamás había olvidado a Peter. Se había aleja­do y construido una nueva vida, pero fue una vida estéril y, no importaba lo mucho que tratara de negárselo, aún era vulnera­ble ante Peter. Durante su carrera como modelo había conoci­do a muchos hombres... algunos muy atractivos y mejor pareci­dos que Peter, pero ninguno la impresionó como él. Aún lo amaba, si amor era la descripción correcta de las complejas emo­ciones que él le producía: ira, necesidad, dolor, deseo sexual y la terrible angustia de saber que a ella le importaba mucho, mien­tras que él no parecía tener ningún interés por ella.
Mariana se puso de pie y caminó por la pequeña habitación, en­fadada consigo misma y sintiendo un amargo resentimiento contra Natalie, por haber provocado esta absurda situación.
La otra noche, cuando Peter la tocó, respondió dominada por su sentido, sin que su voluntad pudiera evitarlo. Peter creía que tenía mucha experiencia sexual y que a eso se debía su res­puesta. Mariana cruzó los brazos y se dijo que él nunca debería des­cubrir la verdad. Si la averiguaba, la usaría para humillarla y de­gradarla, para burlarse de ella y causarle dolor, como hizo en el pasado. Ni siquiera había querido pensar en ese dolor. Había sufrido demasiado como para querer recordarlo.
De pronto, la casa la hizo sentir claustrofobia. Fue hacia la puerta y en su prisa por salir se tropezó con una pequeña cómo­da. El golpe movió el mueble unos centímetros y reveló una cor­bata de hombre que había debajo. Mariana la recogió. Era una cor­bata tradicional, que parecía de una antigua escuela o una universidad. Al cogerla, Mariana se dio cuenta de que era una cor­bata de seda de alta calidad. ¿Cómo había llegado hasta esa ha­bitación? Tal vez había sido del padre de Natalie, aunque pare­cía nueva. De todas formas, ya no importaba a quién había pertenecido y Mariana la dejó sobre la cómoda y se dirigió hacia la puerta.
Mariana pensó que ya era hora de que devolviera el coche que le habían prestado a su dueño, y se informara de cómo iban los arreglos del suyo. Si en el taller no conseguían que funcionara, tendría que alquilar uno para poder desplazarse durante el tiem­po que durara su visita.
Cuando llamó al taller, le informaron que no había grandes problemas con el coche y que estaría listo en dos días. Se dirigió a la oficina de Harold Davies, a quien le encantó volver a verla y la invitó a comer. Mariana aceptó y pensó que él le podía indicar a quién debería contratar para que le arreglara la casa. Cuando mencionó el coche, Harold le dijo:
—Quédate con él hasta que esté arreglado el tuyo. Mi her­mana todavía tardará en volver.
—Eres muy generoso. No sé cómo te voy a pagar todas tus atenciones.
—Comiendo conmigo hoy y cenando alguna noche de esta
semana.
Los dos rieron y Mariana comprendió que era su forma de acer­carse a ella, lo cual la divirtió.
Harold Davies era un hombre que siempre disfrutaba cuan­do tenía a una mujer atractiva a su lado y si ésta era socialmente conocida, mucho mejor. Cuando se casara, escogería con cuida­do, con seguridad a alguien que fuera importante. Era un hom­bre que siempre pondría sus intereses personales en primer lu­gar, pero resultaba una compañía agradable. Al menos, hablar con él le permitiría abandonar sus pensamientos durante un rato. Cuando se subieron en su elegante BMW, él comentó:
—Un coche presentable es importante en mi negocio. Ayuda a impresionar a los clientes...
Harold la llevó a un pequeño restaurante campestre que ella no conocía, pero que debía ser muy popular, porque les resultó muy difícil encontrar sitio para aparcar el coche.
—Este sitio lo han abierto hace poco. Yo les vendí la casa. Es una joven pareja especialista en cocina internacional. Creo que te gustará.
Ya dentro del restaurante, Mariana notó que la atmósfera cam­pestre se había mantenido y que la casa había sido renovada para crear un comedor cómodo y alegre. La joven que los saludó era agradable y encantadora. Harold la presentó como Sally Webb y explicó a Mariana que ella y su marido eran los dueños del res­taurante.
—Paul es el rey de la cocina —dijo Sally con una sonrisa—. Yo soy responsable de las compras y de la administración del lu­gar —hablaron durante unos minutos y después se fueron al bar, a tomar una copa. Al poco rato Sally volvió para llevarlos hasta su mesa. Aunque el lugar estaba concurrido, no había demasia­do gente. El menú no era extenso, pero sí variado. Mientras es­peraban el primer plato, un hombre alto y rubio entró en el res­taurante. Tenía los hombros anchos y era muy atractivo, pero Mariana tuvo la impresión de que estaba agotado y muy nervioso. Su cabello rubio tenía canas, a pesar de que no debía tener más de treinta y tantos años. Cuando vio a Harold le sonrió y se acercó a ellos.
—John —lo saludó Harold—. ¿Comes solo?
—Esa era mi intención.
—Bueno, si a Mariana no le importa, ¿por qué no te sientas con nosotros? —dicho de esa manera, Mariana no habría podido ne­garse aunque hubiera querido, pero había algo en aquel hombre rubio que la conmovía. Intuía que había sufrido mucho. Quien quiera que fuera, con seguridad era importante, ya que Harold quiso que los acompañara, tal vez un cliente en perspectiva. Cuan­do se lo presentaron, se sorprendió—. Mariana, te presento a John, el doctor John Howard. Vive en las afueras de la ciudad...
—Sí... —la sonrisa de Mariana fue automática—. Sí, lo sé... — éste era el doctor Howard, el mismo que le prescribió a Natalie las pildoras para dormir. ¿Sería eso lo que le angustiaba? Pare­cía un hombre a quien le disgustaría mucho saber que uno de sus pacientes había usado para quitarse la vida los medicamen­tos que él le había recetado. Mariana recordó la historia de su espo­sa y su simpatía hacia él aumentó. Con tacto, mencionó que era prima de Natalie y notó que el doctor Howard se ponía tenso.
—Una verdadera tragedia —interrumpió Harold—. Y su po­bre hija, ¿cómo está, Mariana?
—Me es difícil decirlo, ya que sé muy poco de estas cosas. ¿Qué posibilidades tiene de volver a hablar? —le preguntó a John Howard, aprovechando la oportunidad de tener una opinión médica.
—Todo depende —se puso muy tenso. Mariana notó sus puños cerrados y su cara blanca.
—¿De qué? —insistió Mariana—. ¿De descubrir la causa del trau­ma? Estoy segura de que, de alguna manera, está conectado con Natalie. Mi prima... —se detuvo sorprendida, al ver que John Howard volcaba su bebida y el líquido se extendía por la mesa. Tenía la cara tan blanca como el mantel y Mariana se impresionó al ver su tensión.

10 comentarios:

  1. Te odioo nena, entre q no entiendo nada, vos me dejas con intriga¬¬
    MAAAS!!
    Beso,Anto

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  2. masssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  3. noveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

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  6. CHE PUPY Y SI ME SUBIS OTRO NENA ES SUPER HERMOSOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO QUIERO MAS NENA ENCIMA ME DEJAS ASI

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  7. excelente novela ,otro capitulo mas

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  8. Me tienes en ascuas cada vez mas,es imposible no pedirte mas caps,no me conformo con uno.

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